La Vanguardia

“Picasso era un apetito” La raspa del lenguado

- XAVIER CERVERA LLUÍS AMIGUET

Tengo años y amigos y la suerte de ver que se hacen viejos contigo y los mejores no dejan de crear nunca. Soy francosuiz­o, del Jura. Ya advirtió Heráclito que los genios están en la cocina: devoran y crean. Exponemos en el Museu Picasso ‘La cuina de Picasso’ hasta el 30 de septiembre

Por qué Picasso en la cocina y no en otro sitio? Porque Picasso era un apetito. Un apetito insaciable. Y aún impresiona contemplar­lo. ¿Devoraba el mundo? Fagocitaba cuanto descubría, tocaba, comía...Y lo convertía en Picasso.

¿Apetito por comer y crear?

Por todo y todo a la vez: por la comida, el sexo, la escritura, la amistad, la vida. En cuanto le interesaba algo y lo codiciaba, lo hacía suyo y lo engullía y lo integraba en su obra y, ya digerido, cobraba una nueva existencia. Y la ofrecía al mundo.

¿Pasaba mucho tiempo en la cocina?

La cocina es una metáfora de su creación: es un taller y Picasso lo pinta y lo recrea a menudo. También acaba convirtien­do al taller en obra y parte de su creación.

Leo que le gustaba trabajar en cocinas.

Y escribir en ellas. Por eso nuestra exposición las recorre como los restaurant­es y las mesas y bodegones de su vida. Es como una novela que explica esa pulsión creativa.

La muestra empieza en la cocina de su Málaga natal.

Y el primer capítulo es el del Picasso catalán. Desde los menús que ilustraba para varios restaurant­es de Barcelona hasta este caganer

cuyo pene apunta a un apetitoso pollo asado.

Y aquí está el Tándem que pintó Casas para Els Quatre Gats.

Nos lo ha cedido amablement­e el MNAC.

Aquí también tiene sentido.

Un cuadro es como una palabra: dice cosas diferentes según donde la pongas. Y aquí en esta exposición está diciendo otra cosa. En

La cuina de Picasso exhibimos tresciento­s préstamos institucio­nales y privados.

¿Cómo las ha selecciona­do?

Nos ha interesado mezclar las obras muy conocidas con otras poco exhibidas. Fíjese en el cartel de Picasso para Els Quatre Gats. Apenas se ha reproducid­o. Estaba en un museo holandés.

¡Qué apetitoso pinta ese pollo que huye del horno!

Cubierto de trufa. Pero fíjese en esa escultura: es magnífica. Esta es la primera gran escultura del siglo XX: el vaso de absenta.

¿Por qué?

Porque incluye en la recreación materiales auténticos, como esta cuchara. Aquí tiene el manifiesto de la cocina cubista. Y fueron revolucion­arias estas esculturas con utensilios La mayoría vamos a un restaurant­e, pedimos lenguado, nos lo sirven, lo comemos y, cuando ya está olvidado, lo descomemos. El pescado ha perdido su vida y nosotros pasamos la nuestra. Picasso se comió un lenguado –Douglas Duncan lo fotografía devorándol­o con fruición– y se levantó de la mesa para volver con un puñado de arcilla fresca con la que, diligente y hábil, hizo un molde de la raspa para integrarla en una de sus cerámicas. Allí está ahora: en el Museu Picasso. Devorar y vomitar; deglutir y crear son las dos caras de la existencia que el ogro picassiano intentó desentraña­r. Podemos compartir su intento ante aquel lenguado, hoy convertido en un Picasso en La cuina de Picasso. Tal vez dé más sentido a la nuestra. de cocina que se transforma­n en personajes.

Una costilla de cordero, una sardina...

Y aquí está el Picasso poeta.

Incansable.

El año que viene traducirem­os sus siete volúmenes de escritos poéticos y teatrales.

¿Por qué no nos lee alguno?

“En esta naturaleza muerta he puesto un manojo de puerros, pero lo que me gustaría de verdad es que mi lienzo oliera a puerro. Ya no soporto este milagro de no saber nada; de no haber aprendido nada más que a querer las cosas hasta comérmelas vivas. Y escuchar su adiós”.

Veo los menús que ilustró para Le Catalan. ¿Era un restaurant­e de postín?

Era durante la ocupación en París. Años de cartillas y racionamie­nto. En sus obras aparecen bebés con langostas. Picasso era generoso e invita a un restaurant­e clandestin­o, Le Catalan, que regentaba un tal Arnau, a sus amigos españoles exiliados.

¿Servía productos de mercado negro?

Era la guerra brutal. Picasso evoca platos infectos que son el reverso del placer. “Cucuruchos de boñigas fritas”, “Pan mojado en orina”...

Malos tiempos, peores olores.

En el texto que acompaña a “Sueño y mentira de Franco” aparecen esas recetas espantosas de tufos pestilente­s. Hediondez y podredumbr­e.

Y aquí Picasso por fin vuelve al Mediterrán­eo, a Antibes.

Y se instala en su California provenzal y pinta mariscos, erizos, anguilas. Alegre y brutal a la vez. Mire ese plato de toritos fritos que envía a un amigo para devorarlos.

Eso sí que era recibir una carta valiosa.

Fíjese en ese lenguado: convertía las raspas en parte de sus cerámicas. Y aquí está su plato con dos huevos fritos, un tenedor y una butifarra catalana.

¿Y estos retratos de grupo?

También se aventura en el picnic. Tiene toda una serie inspirada en el impresioni­smo de Manet y Le déjeneur sur l’herbe.

De nuevo, sexo, comida.

Y aire libre. Vuelve después al taller con sus grabados. Picasso se inventa recetas de grabado como si fuera un chef de cocina.

¿Está cocinando Picasso en esta foto?

Sólo está probando una paella en Perpinyà en 1954. Aquí está Yves Montand recitando

Promenade de Picasso, un poema de Jacques Prévert, a quien el pintor solía invitar a comer a Le Catalan. Y nos queda ver la aportación de Ferran Adrià.

¿Por qué guardaría Picasso todos estos papelitos?

Son listas de la compra y recetas.

Esto es la factura de una carnicería.

Guardó muchas. Y cartillas de racionamie­nto. Las guardó porque las había convertido o las iba a convertir también en Picasso.

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VÍCTOR-M. AMELAIMA SANCHÍSLLU­ÍS AMIGUET

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