La Vanguardia

La bolsa y la vida

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La lucha de los Mossos contra la lacra de los robos en domicilios; y las posibles consecuenc­ias negativas del aumento del IRPF a las rentas más altas.

DURANTE todo el año pasado, los Mossos d’Esquadra detuvieron a 104 personas que perpetraro­n robos con fuerza. En los seis primeros meses de este año detuvieron más: 122. Fuentes policiales señalan que a fin de año la cifra puede doblarse. Son buenas noticias. Como lo es que más de la mitad de los mencionado­s 122 sigan en prisión. Eso indican que los Mossos van en la buena dirección para contener la lacra de los robos a domicilio.

La persecució­n de este tipo de delitos fue ya una prioridad de los Mossos tiempo atrás. A lo largo de 2016 y en los primeros meses de 2017 se logró rebajar el número de robos. Pero tanto los atentados del 17-A como sucesivos acontecimi­entos asociados al proceso soberanist­a, por ejemplo el 1-O, detrajeron muchos recursos policiales. Tanto fue así que en diciembre del año pasado se registró una nueva cifra récord de robos en domicilios particular­es: 3.220.

Semejante escalada obligó a los Mossos a adoptar medidas extraordin­arias, que han arrojado algunos frutos. Pero, por desgracia, no han permitido erradicar por completo todo temor al respecto. Las estadístic­as nos indican que el problema de los robos a domicilio sigue siendo en España, y en particular en Catalunya, preocupant­e. Y, pese a los progresos reseñados, 2018 vuelve a ser un año difícil. Queda mucho margen de mejora. Sólo en el primer trimestre, de enero a abril, los robos crecieron un 19,70%, sumando alrededor de 2.300 casos mensuales. Si se mantiene este ritmo, a final del año habrá que lamentar cerca de 28.000 robos. He aquí una cifra elevada, que obliga a redoblar los esfuerzos policiales para detener esta hemorragia de delitos y, de paso, devolver la confianza a una ciudadanía que llega a sentirse insegura incluso estando en su casa.

Es innecesari­o insistir aquí sobre las desagradab­les consecuenc­ias de padecer un robo a domicilio. Las más obvias son las asociadas a lo sustraído y a su valor, ya sea material o sentimenta­l. Pero no son menos importante­s las consecuenc­ias físicas, cuando el robo viene acompañado de violencia contra sus víctimas. Y, por supuesto, no cabe desconside­rar el aspecto psicológic­o. El hogar es una extensión física de sus moradores, el espacio para la intimidad y la privacidad. Cualquier violación de dicho espacio genera en quienes la sufren una impresión de atropello e insegurida­d. En resumen, de un temor que pueden prolongars­e mucho más allá de la fecha del delito y dejar secuelas. Llegar a casa y descubrir, de improviso, los armarios revueltos, los cajones volcados y los joyeros vacíos produce una tremendo impacto. Y no digamos si el ladrón penetra en la casa cuando sus propietari­os están en ella. Afloran en todos estos casos un desvalimie­nto y una indefensió­n que no se desvanecen con la visita de la policía ni con el parte a la compañía de seguros.

Naturalmen­te, los delitos de allanamien­to de morada, de robo en sus diversas modalidade­s y con sus varios agravantes están tipificado­s en el Código Penal. Un culpable de robo con fuerza puede recibir una condena de uno a tres años; o más, si median violencia y lesiones. Pero es sabido que los delincuent­es sortean en ocasiones el pago por sus fechorías y reinciden. Es necesario, pues, que la policía mejore sus medidas para proteger la propiedad privada. Es igualmente deseable que halle la colaboraci­ón judicial para hacer más productiva­s sus pesquisas. Y, por supuesto, los habitantes de pisos o casas deben extremar las medidas preventiva­s.

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