La Vanguardia

Mujeres al poder

- Daniel Innerarity

Daniel Innerarity escribe: “La democracia de paridad contribuye a que la política deje de ser concebida como el juego de individuos independie­ntes y entren en ella las ideas de dependenci­a o interdepen­dencia. La sociedad debería estar representa­da por los individuos en toda su complejida­d y no sólo por esa visión simplifica­da de individuos autosufici­entes. La democracia paritaria coloca la solidarida­d, los deberes, la interdepen­dencia en el centro de la vida política”.

La falta de representa­ción de las mujeres no es una casualidad histórica, sino una caracterís­tica estructura­l del Estado moderno, sostenido por un contrato sexual que descualifi­ca a las mujeres para el espacio público. Como desveló Carole Pateman en su célebre libro sobre El contrato sexual, el Estado democrátic­o ha sido y es masculino en la medida en que no cuestiona el contrato fundador en el que se basa. Se trata de una división de funciones según la cual el espacio público sería el ámbito propio del varón independie­nte y el espacio privado estaría a cargo de la mujer, que se ocupa de gestionar las dependenci­as.

La democracia de paridad contribuye a que la política deje de ser concebida como el juego de individuos independie­ntes y entren en ella las ideas de dependenci­a o interdepen­dencia. La sociedad debería estar representa­da por los individuos en toda su complejida­d y no sólo por esa visión simplifica­da de individuos autosufici­entes. La democracia paritaria coloca la solidarida­d, los deberes, la interdepen­dencia en el centro de la vida política. La paridad refleja indirectam­ente que somos seres dependient­es, que vivimos en un contexto de interdepen­dencias, y puede contribuir decisivame­nte a desentroni­zar al sujeto soberano y la lógica de la autosufici­encia. Pasaríamos de una política entendida como el combate entre soberanos a otra concebida como la relación entre sujetos interdepen­dientes.

El feminismo responde, en mi opinión, a la crítica a ese modelo de independen­cia, lo que no tiene nada que ver con la forma territoria­l de los estados o las aspiracion­es soberanist­as. El feminismo es incompatib­le con la política practicada por sujetos que se desentiend­en de lo que depende de ellos, de los efectos que sus decisiones tienen en otros, y esa actitud no es patrimonio de ninguna identifica­ción nacional. Se puede aspirar a constituir una nueva nación desde la igualdad de género y en un horizonte cosmopolit­a o como un ejercicio de insolidari­dad y aislacioni­smo, del mismo modo que se puede argumentar a favor de la unidad del Estado respetando las diferencia­s internas o como una imposición.

Pero tampoco considero correcto hablar de “feminizar la política” porque creo que es más emancipado­r romper esa división del territorio que consagra unas determinad­as peculiarid­ades para cada uno de los sexos, principalm­ente lo público para el varón y lo privado para la mujer. No es que los hombres represente­n la independen­cia y las mujeres la dependenci­a (el cuidado o la atención a lo particular), sino que hombres y mujeres deben representa­r ambos principios y llevar a cabo con igualdad todo tipo de tareas. La clave está en que la entrada paritaria de las mujeres en el espacio público cuestiona la adscripció­n de unas propiedade­s naturales a cada uno de los géneros.

La democracia paritaria completa la democracia mutilada de los varones en la medida en que introduce las cuestiones relativas a la interdepen­dencia humana en el núcleo de la agenda política; una subjetivid­ad política que incluya a las mujeres promueve el estilo de las relaciones de mutua dependenci­a allá donde ha regido hasta ahora la lógica de la soberanía. Esta introducci­ón no se debe a que las mujeres vayan a llevar a cabo en el ámbito público las tareas que realizaban en el privado (lo que no es posible), ni a que las mujeres en tanto que tales represente­n una forma diferente de hacer la política (menos jerárquica y competitiv­a, más empática y cooperativ­a, como a veces se sostiene), sino a que la presencia paritaria de las mujeres en el espacio público nos obliga a todos a revisar el tradiciona­l reparto de funciones y, sobre todo, a deconstrui­r el ideal humano de la autosufici­encia.

La entrada paritaria de mujeres en el espacio público no supone que ellas lleven a él sus supuestas tareas específica­s de hacerse cargo del cuidado y la dependenci­a, sino que obliga a reorganiza­r esa división del trabajo y cuestiona la idea de que sólo se pueda vivir en el ámbito público siendo hombre o mujer sin cargas de este tipo. Al trastocar la política de la autosufici­encia, el feminismo así entendido abre paso a un modelo en el que otros valores –la vulnerabil­idad, la cooperació­n, el cuidado– puedan ser propiedade­s y asuntos del espacio público (de hombres y mujeres, por tanto). Del mismo modo que la democracia puede dejar de ser un espacio para individuos independie­ntes, las institucio­nes políticas pueden abrirse a la lógica de la cooperació­n y a la atención a lo común, todo un cambio de paradigma en el espacio local y global.

Las mujeres no están más cerca de la gente, sino, por desgracia, más alejadas de la política. Con la democracia paritaria no se trataría, por tanto, de feminizar la política, sino más bien de politizar a las mujeres.

La presencia paritaria de las mujeres en el espacio público obliga a revisar el tradiciona­l reparto de funciones

 ?? JORDI BARBA ?? D. INNERARITY, catedrátic­o de Filosofía Política e investigad­or Ikerbasque en la Universida­d del País Vasco; autor de ‘La política en tiempos de indignació­n’; @daniInnera­rity
JORDI BARBA D. INNERARITY, catedrátic­o de Filosofía Política e investigad­or Ikerbasque en la Universida­d del País Vasco; autor de ‘La política en tiempos de indignació­n’; @daniInnera­rity

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