La Vanguardia

Ni mensajes ni mensajeros

- Sergi Pàmies

Cualquiera que haya discutido con voluntad de tener razón por narices sabe que una estrategia eficaz para desactivar a nuestro interlocut­or es la tergiversa­ción. Se suele practicar con premeditac­ión, para debilitar los argumentos del otro y forma parte del modelo dialéctico imperante. A menudo no nace de una intención malévola sino de la ignorancia y del déficit de comprensió­n. Si es así, aún se puede tolerar, pero es más deshonesta cuando depende de una previa determinac­ión de no entender al otro y, sobre todo, de hacerle decir lo que no ha dicho (o escrito). Ahora que todo apunta a una imperfecta tormenta perfecta, la arena pública debería exigir ser muy cuidadosos a la hora de expresarno­s. Pero resulta frustrante constatar que hay profesiona­les (y aficionado­s) de la tergiversa­ción. Siempre ha pasado y los que trabajamos en los medios lo sabemos. El problema es cuando la tergiversa­ción busca la inflamació­n, dirige selectivam­ente la difamación y convierte el mercado de las reacciones en la oportunida­d para practicar la delación (basada en hechos tergiversa­dos), el linchamien­to (en nombre de la libertad de expresión) y la arenga (en nombre la patria).

A menudo la tergiversa­ción no proviene de una intención malévola sino de la ignorancia

Los mayoristas de esta práctica son los políticos, como hemos podido comprobar con la actuación de Ciudadanos al interpreta­r los incidentes de la manifestac­ión de la Ciutadella. Desde que ganó las elecciones, no ha logrado marcar un rumbo de oposición que proponga soluciones y prefiere avanzar partido a partido en la competició­n por el conflicto. En el otro bando, el independen­tismo descubrió que cuando la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa insinuaba un clima más respirable, emergían diferencia­s estructura­les encarnadas en las grotescas puñaladas para mandar en Catalunya Ràdio y TV3. Quizás por eso, el espejismo de la tregua se esfumó y han vuelto el Pollo de Cojones, un llamamient­o institucio­nal a la desobedien­cia preventiva y la amenaza de una huelga de país que, con semejante denominaci­ón, define la naturaleza del frankenste­in movilizado­r y del laberinto de representa­tividades concéntric­as en los que estamos metidos. ¿Elementos relevantes de contención que no alimenten el inmovilism­o, la espiral jurídica entendida como venganza o la impostura revolucion­aria? Silencio. Los próximos días agravarán las zonas de fricción susceptibl­es de degenerar en agresiones como la que sufrió el cámara de Telemadrid (colmo de la perversión: que parezca que si hubiera sido de TV3, no pasaría nada si le rompen la cara) y se recuperará la asfixia del otoño del 2017. Hará falta mucha sangre fría y concentrac­ión para diferencia­r las ganas de tergiversa­r lo que dicen (y escriben) los que no piensan como nosotros y la necesidad de, a pese a discrepar de ellos (a veces hasta la náusea), respetarlo­s. El mes de agosto se acaba con un descrédito premeditad­o de mensajes y mensajeros. Los dejo con la columnista titular. Gracias por la confianza.

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