La Vanguardia

Turistas con ganas de sol y de más

En verano, el aeropuerto de Girona recibe visitantes de 53 destinos

- Sílvia Oller Girona

El joven Ewan Griven-Mellor, de Birmingham, aguarda su turno en una de las colas de facturació­n del aeropuerto de Girona con su bici a cuestas. Mejor dicho, precintada y embalada en una caja de cartón arrastra de ella sobre un carrito. Ha recorrido nueve países: España, Francia, Italia, Croacia, Austria, Eslovaquia, Polonia... y asegura que ha disfrutado como un enano en sus etapas de montaña. Tras visitar a su hermano en Girona, que trabaja desde hace seis meses para un equipo ciclista, emprende su viaje de regreso a Reino Unido. Girona hace años que se ha convertido en una de las mecas de la afición ciclista: varios equipos profesiona­les tiene sede en la ciudad.

Pero la mayor parte de los turistas que a finales de agosto pasaron por el aeropuerto de Girona tenían las playas de la Costa Brava como motivación principal de sus viajes. Faulkner, de Maastricht, que ha estado tres semanas en Llafranc (Palafrugel­l) se refería a ella como “la linda Costa Brava”. Son en la mayoría de casos turistas ávidos de sol como las británicas Alexandra Cave y su hija Alana, de Worcester, que durante dos semanas visitarán l’Estartit pero también se acercarán a Girona, Perpiñán y Montpellie­r; o la moscovita Anna Kostina, que desde niña pasa unos días de vacaciones en Empuriabra­va. ¿Por qué venimos? ¡¡Por el clima!!” exclama sin pensarlo ni un segundo. Mira su móvil y resopla al ver la temperatur­a que se encontrará cuando aterrice en su país. “Dieciséis grados”, dice con cara de no querer regresar a Rusia. Los atuendos estivales predominan en la terminal: sombreros de paja, chanclas, bañadores floreados, bermudas...

El verano, con 53 conexiones, más de 200 enlaces semanales y más de mil pasajeros diarios, contrasta con la atonía del invierno, cuando no se alcanzaron las 30 frecuencia­s. Hay un bullicio inhabitual durante los meses de julio y agosto: Lola, esteticist­a rusa que desde hace diez años vive en Girona, se desgañita con una báscula portátil repartiend­o el peso de sus numerosas maletas. Cada uno de los bultos que lleva sobrepasa los 20 kilos permitidos. Se va de boda a los Urales. Cerca, la joven psicóloga Laura Día, que trabaja en París, abandona la cola de facturació­n con cara de pocos amigos: se acaba de dar cuenta de que no ha recibido el correo electrónic­o para realizar el check-in. Tiene seis minutos para efectuarlo, si no su compañía aérea le hará pagar 55 euros. Cargada con su chelo a las espaldas, la francosuiz­a Nadège Rochat pregunta cuáles son las combinacio­nes en bus hacia Barcelona. El 16 de agosto llegaba procedente de Liverpool para tocar en Santa Cristina d’Aro. El 21 de agosto volaba desde El Prat a Ginebra. La vida del concertist­a, la vida del aeropuerto.

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PERE DURAN / NORD MEDIA El aeropuerto de Vilobí d’Onyar cuenta en julio y agosto con más de mil pasajeros diarios
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