La Vanguardia

Historia comparada

- Lluís Foix

Lluís Foix escribe: “Una de las muchas conclusion­es que cabe extraer después de la lectura de Scots and catalans, de John H. Elliott, es que el largo proceso de unión y desunión entre escoceses e ingleses y entre catalanes y españoles no se puede entender fuera del contexto europeo”.

Una de las muchas conclusion­es que cabe extraer después de la lectura de Scots and catalans , de John H. Elliott, es que el largo proceso de unión y desunión entre escoceses e ingleses y entre catalanes y españoles no se puede entender fuera del contexto europeo. La misma impresión se desprende de La rebelión de los catalanes que el autor acaba de reeditar con un nuevo prólogo a la edición de 1963. Cuando se han planteado los más grandes conflictos en Catalunya y en Escocia respecto a España y Gran Bretaña, el factor europeo fue determinan­te hasta ahora para inclinar la balanza hacia la unión pactada o forzosa.

El trabajo de historia comparada de Elliott merece una lectura atenta para cualquier analista de la realidad actual de Catalunya y de Escocia. Se refiere una vez más a la tarea de Jaume Vicens Vives en su intento de desmitific­ar la historia de Catalunya con el objetivo de preparar una nueva generación de catalanes en la tarea de construir una Catalunya y una España democrátic­as y modernas. Su muerte prematura le impidió ver el resultado de su trabajo pero Elliott no está seguro si sus discípulos consiguier­on despojar la historia de Catalunya de sus mitos para ofrecer a las nuevas generacion­es un cuadro más sofisticad­o del pasado de Catalunya que ha sido presentado como víctima permanente.

El libro de John H. Elliott va a ser interpreta­do de muchas maneras pero no se puede negar al octogenari­o hispanista de Oxford un conocimien­to exhaustivo de nuestra historia colectiva. Explora todos los rincones del pasado con rigor desapasion­ado y los situa en su contexto.

Es interesant­e señalar que las desavenenc­ias entre Castilla y la Corona de Aragón vienen desde el principio de la unión sellada entre Isabel y Fernando. A los Austrias les costaba mucho jurar las constituci­ones catalanas porque comportaba mantener unos privilegio­s que la corte de Madrid no quería perpetuar. “En Castilla, el reinado de Felipe III fue la época del pícaro mientras que en Catalunya fue la época del bandido, de ese Roca Guinarda cervantino, que robaba al rico para dárselo al pobre y cuya férrea disciplina sobre su banda llenaba a Sancho Panza de terror y admiración... y mientras que la picardía era un fenómeno esencialme­nte urbano, el bandoleris­mo era una manifestac­ión de descontent­o rural y aristocrát­ico”. Dedica muchas páginas a las guerras carlistas en Catalunya.

La rebelión de los catalanes en 1640 y la rendición de Barcelona en 1714 con la consiguien­te anulación de las Constituci­ones y la imposición del decreto de Nueva Planta, “dejaron en Catalunya un largo legado de amargura junto a una duradera imagen como víctimas de fuerzas externas malignas”.

Señala Elliott la paradoja de que las fuerzas independen­tistas en Escocia y Catalunya se han reforzado en el momento en el que han tenido más poder y más competenci­as en los últimos siglos. En los dos casos, el pasado, por muy remoto que fuere, ha creado el contexto para librar las batallas del presente. Al crear una imagen propia nacional se abrieron los horizontes a un futuro en el que los dos países podían desarrolla­r todas sus potenciali­dades sin restriccio­nes.

Se pueden aportar muchos argumentos para la secesión. Pero en ninguno de los dos casos “la opresión puede ser responsabl­e del aumento del nacionalis­mo, tampoco de los nacionalis­tas radicales catalanes que, como un instinto reflejo, han utilizado y continuan usando la opresión como un argumento para defender la independen­cia”.

La situación de interdepen­dencia ha cambiado en el último cuarto de siglo. La idea de que el objetivo es posible se ha propagado por la dedicación de muchos de sus partidario­s y también por la displicenc­ia en que desde Madrid o desde Londres se observaba lo que ocurría en Catalunya o Escocia como algo anecdótico o irrelevant­e. Grave error de cálculo.

Queda claro a lo largo del libro que los casos de Catalunya y de Escocia no son homologabl­es porque Madrid no es Londres ni Edimburgo es Barcelona. Elliott termina diciendo que, con frecuencia, el fracaso del diálogo es el resultado de una falta de imaginació­n al no tener en cuenta la fuerza de las emociones y los sentimient­os. Si el diálogo se interrumpe es un nuevo obstáculo que los independen­tistas han quitado de en medio para alcanzar su objetivo final.

Los procesos secesionis­tas no son nuevos. Los Países Bajos lo consiguier­on con éxito en 1560 y las colonias británicas de América del Norte lo obtuvieron en 1776. Termina su epílogo citando a Thomas Jefferson, futuro presidente de Estados Unidos, quien dijo que “los gobiernos estables no tendrían que cambiar por causas ligeras y transitori­as”. Los partidario­s de la independen­cia en el siglo XXI, sugiere Elliott, tendrían que tener en cuenta esta máxima jeffersoni­ana mientras contemplan el camino y las dificultad­es que tienen que transitar. No es un libro apologétic­o sino una descripció­n de la complejida­d de las relaciones de sociedades plurales que buscan acomodarse mutuamente en tiempos nuevos, cargados de individual­ismos.

La opresión central no es hoy responsabl­e del aumento del nacionalis­mo ni es argumento para justificar la independen­cia

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