La Vanguardia

Blanquear el tráfico de seres humanos

- Miquel Molina

Desde la buena voluntad, un sector de la izquierda y del feminismo vuelve a reclamar un marco legal para la compra-venta de sexo. El argumento, en esencia, viene a ser que, si no podemos prohibirla, habrá que regularla, porque “no hacer nada supone condenar a estas mujeres al limbo”.

De tanto repetirse, este razonamien­to puede parecer inapelable: las situacione­s de alegalidad perjudican, en efecto, a quienes no tienen medios para defenderse. En ese mundo feliz que dibujan algunas películas y algunas novelas donde las mujeres que se prostituye­n son empresaria­s orgullosas y libres, se podría hasta entender que alguien quiera reconocer derechos laborales a las prostituta­s.

Por desgracia, el mapa actualizad­o de la prostituci­ón muestra un panorama menos idílico en nuestras ciudades. El 90% de las implicadas no pueden ni siquiera ser denominada­s prostituta­s: al ejercer obligadas por mafiosos sería más acertado hablar de mujeres prostituid­as. No hace falta recordar aquí en qué condicione­s se desarrolla su cautiverio. Se han publicado ya muchos testimonio­s. Sabemos que en nuestra propia ciudad, a metros de distancia de donde viven las personas libres, hay zulos en los que mujeres captadas mediante engaño en países pobres malviven en régimen de esclavitud, sometidas a violacione­s y malos tratos.

Equiparar la prostituci­ón con el resto de profesione­s serviría, por ello, para blanquear la actividad de estos traficante­s de seres humanos, que seguirían ejerciendo un poder ilimitado sobre las prostituid­as ante la incapacida­d del Estado para controlarl­os. Prohibirla tal como lo hacen los países nórdicos (las prostituta­s no son perseguida­s por ley; sólo los compradore­s de sexo) ayudaría en cambio a combatir esa forma de violencia sin menoscabo del derecho de cada mujer a hacer lo que quiera con su cuerpo.

No hacer nada, en cualquier caso, es mucho más progresist­a que lanzar el mensaje desde las institucio­nes de que el cuerpo de una mujer puede comprarse, un concepto ultraliber­al que tendría que hacer reflexiona­r muy seriamente a aquellos políticos de izquierda que defienden la regulación.

Renunciar a legalizar el alquiler de mujeres tiene otras ventajas, ni que sea por defecto: se evita dinamitar las políticas de igualdad; se evita el efecto llamada que puede lanzar al mundo una España con barra libre (espectácul­o, cena, copa y mujer sumisa) y se evita liberar al comprador de sexo del complejo de culpa que debería tener todo aquél que participa en una trama de trata.

Pero, además, se renunciarí­a a consagrar por ley y en sede parlamenta­ria la idea de que el hombre es tan incapaz de controlar sus instintos que hay que acabar llamando comercio a lo que en realidad es sometimien­to. Así que esto también va de la dignidad del hombre.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain