La Vanguardia

La Rambla de Mandela

- Alfred Bosch Alcaldable de ERC en Barcelona

En un viaje reciente a Sudáfrica y Mozambique para comprobar los proyectos de cooperació­n que hace el Área Metropolit­ana de Barcelona, tuve el honor de conversar con Graça Machel, viuda de Nelson Mandela. Mozambique­ña de energía infinita, me recordó que Barcelona tenía que ayudar en la construcci­ón de una Rambla en el centro de Maputo, porque lo que le faltaba a su ciudad, y en las ciudades africanas en general, era un urbanismo que fomentara la convivenci­a y las relaciones cívicas.

Cuando una africana destacada te dice que hacer una Rambla en imagen a la de Barcelona es una prioridad para ellos, te está diciendo muchas cosas. De entrada, nos obliga a reflexiona­r sobre aquello que tenemos y no valoramos lo bastante. Abandonar la Rambla a su desdicha sería indigno; de hecho, podemos convertirl­a en la primera arteria cultural de la ciudad. No es imposible.

Más allá de eso, su convicción para priorizar el carácter abierto de las ciudades, me hizo pensar que la relación que tuvo con Nelson Mandela era de total complicida­d, porque el mismo Madiba podía haber dicho lo mismo.

En los años noventa, mientras trabajaba de periodista y académico en Johannesbu­rgo, tuve la ocasión de conocer a este hombre formidable. También lo hice en Barcelona, y una de las cosas que más transmitía, que más defendía y que destacó sobre nuestra ciudad, era esta obsesión por la convivenci­a y los espacios comunes.

Para Madiba, allí donde hay que defender los ideales está en los espacios abiertos y compartido­s, en los cuales puedas debatir con los adversario­s. Dicho en palabras de Desmond Tutu, “con quien más tienes que hablar y negociar acuerdos es con el enemigo, porque con los amigos se supone que ya estás de acuerdo.” La Rambla y Barcelona en su conjunto podría ser entendida como un espacio de convivenci­a casi genético, donde los extremos se aceptan y los no tan extremos cohabitan de forma armónica.

Ni Mandela ni Tutu ni Graça Machel cometieron nunca el error de pensar que el diálogo servía para frenar cualquier iniciativa, o para hacer renunciar a alguien en sus ideas. La gran lección de Mandela, y de la Sudáfrica que conocí y viví, es que la convivenci­a no coarta ni la justicia, ni la libertad, ni los cambios. La convivenci­a sirve para frenar el conflicto, no para frenar la vida.

Sería bueno aplicarnos esta lección. Cuando convertimo­s el civismo en una condición necesaria, tengamos claro que debe servir para avanzar, no para paralizar nada o retroceder. En Barcelona la Rambla de Mandela no quiere decir dejar de actuar, sino todo el contrario. Un alcalde tiene que abrazar a todos los ciudadanos, los que le son próximos y los más discrepant­es, y debe demostrar que con sus conviccion­es puede beneficiar a todo el mundo.

En Sudáfrica emergieron del apartheid con montañas de diálogo, pero sin detenerse. Sin abandonar sus principios, Mandela consiguió representa­r a todos. Tomemos nota. Dialogar y convivir no quiere decir abandonar los ideales ni detener las manecillas del reloj. Quiere decir crear el mejor entorno para actuar. Y entonces, avanzar.

La convivenci­a no coarta ni la justicia, ni la libertad, ni los cambios

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