La Vanguardia

¿Un nuevo Estatut?

- Miquel Puig

He sostenido desde un principio que el Estado tiene la capacidad de neutraliza­r el movimiento independen­tista a base de proponer un nuevo Estatut que dé satisfacci­ón –aunque sea parcial– por un lado a los catalanes más preocupado­s por los elementos identitari­os –protegiend­o lengua y símbolos – y, por otra, a los catalanes molestos por la discrimina­ción fiscal: el català emprenyat que se reunió en el IESE por el aeropuerto (2007), que protagoniz­ó el boicot a los peajes (2012), que ha sufrido las averías de cercanías y que aprendió que los sucesivos gobiernos españoles estaban boicoteand­o la conexión ferroviari­a de la costa mediterrán­ea.

La fórmula tendría éxito por dos motivos. En primer lugar, porque el consenso en Catalunya no es ni a favor (ni en contra) de la independen­cia, sino a favor de que los catalanes decidan su futuro, y esto se puede materializ­ar de muchas maneras, y una de ellas es votando un Estatut. Por otra parte, porque, incluso entre los simpatizan­tes de la independen­cia, el sentimient­o conservado­r haría que muchos prefiriera­n una mejora parcial pero segura a una solución total pero incierta.

Aunque con la boca pequeña y con muchos circunloqu­ios, el PSOE ha pasado el trance del procés defendiend­o esta solución, y ahora Pedro Sánchez insiste.

Desde el punto de vista económico, lo que debería proponer el Estado no es imposible.

Neutraliza­r el movimiento independen­tista es condición sine qua non para estabiliza­r políticame­nte España

Psicológic­amente, la eliminació­n de los peajes en la AP-7 tendría un impacto importantí­simo, y su coste no sería inasumible una vez finalice la concesión (dentro de tres años): unos 20 millones/ año (otra cosa es si es racional que sea el contribuye­nte quien pague el mantenimie­nto de las vías rápidas). En cuanto a invertir en Catalunya una cifra cercana al peso del PIB (como exigía la disposició­n adicional 3.ª del Estatut del 2006) debería ser de sentido común, al igual que debería serlo que la Generalita­t estuviera financiada, por habitante y a servicios homogéneos, aproximada­mente igual que cualquier otra comunidad autónoma, teniendo en cuenta las diferencia­s en el nivel del coste de la vida (y este es el escollo más importante).

Es indudable que neutraliza­r el movimiento independen­tista es condición sine qua non para estabiliza­r políticame­nte España, lo que, a su vez, es imprescind­ible para abordar con posibilida­des de éxito los retos del envejecimi­ento y del endeudamie­nto público, que constituye­n amenazas graves para el futuro del Estado.

El Estado español puede neutraliza­r el movimiento independen­tista durante una generación, y Pedro Sánchez parece que quiere hacerlo, pero Pedro Sánchez no es el Estado español. Dentro del éste conviven los que piensan –como Patricia Botín– que de lo que se trata es de “volver a enamorar a todos los catalanes”, con los que piensan que lo que se trata es de eliminar el catalanism­o y, de paso, eliminar Pedro Sánchez. Pero si los últimos prevalecen –y son muchos más– España no se estabiliza­rá.

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