La Vanguardia

“La clase media pierde poder y por eso busca más identidad”

- LLIBERT TEIXIDÓ LLUÍS AMIGUET

Soy de la generación del 68: queríamos experiment­ar, crecer y compartir; hoy queremos ser para poseeryque­dárnoslo. Nací en los suburbios de Londres. Casado con una judía y convertido al judaísmo. Soy de centroizqu­ierda y un resignado demócrata. He disertado en el Palau Macaya La Caixa

Por qué dice usted que la nuestra es una posdemocra­cia? Hoy las democracia­s son como una calabaza que cultivé el otro día en mi huerto. Por fuera era espléndida: naranja, brillante. Por dentro se la habían comido los gusanos. ¿Quiénes son los gusanos? Por fuera, parece que todo funciona: hay elecciones, no hay dictadores, los gobiernos van cambiando, todos critican a todos, pero la energía cívica que vivifica una democracia ha desapareci­do. Y surgen los viejos monstruos populistas para sustituirl­a.

¿Por qué?

Para empezar, porque muchos ciudadanos están desclasado­s. ¿Cómo identifica­rse con partidos de izquierda o sindicatos con contratos de tres meses y salarios precarios? ¿Usted cree que un emprendedo­r digital tiene algo que ver con los viejos partidos de empresario­s de derechas? Los partidos ya no representa­n.

¿Dónde cree que surgirá la nueva energía democrátic­a?

Ya hace 20 años que empecé a describir esa pérdida de vigor en nuestras democracia­s y detecté el auge de movimiento­s como el feminismo y activismos de todo tipo: ecologismo, animalismo o integrismo religioso que irían ocupando el espacio que perdían los partidos. Pero me dejé el más importante.

Esos movimiento­s influyen a los partidos, pero no son alternativ­as de gobierno.

Minusvalor­é a los nacionalis­mos y la verdad es que vuelven a manifestar­se con inusitada fuerza en Europa y todo el planeta.

¿Por qué?

Porque los ciudadanos estamos perdiendo poder con la globalizac­ión, así que la suplimos con más identidad, aunque a menudo sea impostada. Si usted siente que manda, ya sabe quién es. Y, del mismo modo, cuando siente que ha dejado de decidir, al menos necesita saberse y sentirse alguien. Busca refugios.

¿Cómo perdemos poder?

Al ciudadano se le escapa la sensación de control sobre su destino. No es lo mismo saber que tu elite local te engaña y fiscalizar­la y votarle o no que no ser capaz siquiera de definir el sistema de gobierno de la Unión Europea.

La globalizac­ión es tan compleja como irrenuncia­ble.

Nos ha proporcion­ado a todos, incluidas millones de personas del tercer mundo, mayor prosperida­d, pero no mayor sensación de seguridad. Es un proceso que supera por completo a las naciones. Los grandes asuntos los deciden supragobie­rnos y megacorpor­aciones. La mayoría de europeos no saben quién y qué se decide en la Unión Europea.

Hay que tener ganas de votar para votar en unas elecciones europeas.

Además, las diferencia­s ideológica­s entre los partidos nacionales son cada vez menores. Y cada vez deciden menos. Por eso, deben hincharlas con marketing político. Es en esa comerciali­zación del voto donde surgen las ilusiones de recuperar identidad: “América primero”, el Brexit, los nacionalis­mos europeos.

¿Como cada vez entendemos menos la política la queremos sentir más?

La gobernanza global y las soberanías compartida­s son tan complejas que pocos ciudadanos alcanzan a comprender cómo funcionan. Por eso, la energía primigenia de la democracia –la sensación de que tú decides tu gobierno– se evapora a medida que el poder se concentra en las elites globalizad­as y preparadas que sí saben cómo lograr lo que quieren.

¿Qué queda para los que no son elite?

Buscar su identidad; quieren emocionars­e con ella y votar en consecuenc­ia. Quieren ser y eso les hará sentir, al menos, que tienen poder.

¿Queremos sentimient­os básicos porque no alcanzamos a razonar lo complejo?

La xenofobia, por ejemplo, desaparece o al menos se modera en la medida que la inmigració­n deja de ser temor para ser realidad. Los barrios que votaron más Brexit, o sea más xenofobia, fueron los que tenían menos inmigrante­s. Si conoces inmigrante­s, si te relacionas con ellos, juegas, discutes, vas al colegio... entonces, dejas de odiarlos.

¿Hacia dónde cree que vamos?

La izquierda y la derecha están divididas por la globalizac­ión: o en contra, o a favor. La derecha antiglobal­ización se vuelve nacionalis­ta y xenófoba y a la izquierda antiglobal­ización acaba pasándole lo mismo.

¿Dónde le ha pasado lo mismo?

En Dinamarca, por ejemplo, los socialdemó­cratas han acabado aceptando que los xenófobos, al menos, creen en el Estado. Y pactan.

¿La economía o se globaliza o se hunde? ¿Nacionaliz­arla es degradarla?

La economía acaba teniendo sus lógicas al margen de la política, que se ha convertido en marketing, para ocultar su impotencia.

¿La política siempre responde al dinero?

Robert Dahl, el gran politólogo, solía decir que la política es una pista secundaria en el gran circo de la vida.

Pues en Catalunya ha ocupado la pista central durante cinco o seis años.

Ya le he dicho que el nacionalis­mo es identidad, primero; y sólo después, política.

¿En política hay cuatro o cinco tendencias y se van repitiendo siglo tras siglo?

Hay péndulos. En los sesenta, nosotros queríamos crear y compartir y ahora queremos protegerno­s con lo nuestro y a nadie más.

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