La Vanguardia

Dolores no, mejor llámame Lola

- Quim Monzó

Encabezado­s por Kirsten McCaffery, psicóloga de la Escuela de Salud Pública de la Universida­d de Sydney, un grupo de estudiosos proponen que algunos tipos de cáncer dejen de llamarse cáncer. Según ellos, los tumores de bajo riesgo deberían tener otra denominaci­ón, para no marear a la gente. El motivo es que la respuesta psicológic­a del paciente es diferente si le dices que tiene cáncer que si utilizas otra palabra con menos connotacio­nes funestas. Aunque, a diferencia de hace décadas, en la actualidad tener cáncer no es una sentencia de muerte inmediata, la palabra infunde respeto y, estremecid­os, los pacientes optan por tratamient­os radicales que a veces no son necesarios. El razonamien­to ha aparecido en el último numero del British Medical Journal: “La utilizació­n de etiquetas más medicaliza­das puede aumentar tanto la preocupaci­ón con respecto a la enfermedad como el deseo de recibir un tratamient­o más invasivo”.

¿Cuáles son los cánceres de bajo riesgo que deberían llamarse de otra manera? Algunos tiroideos, por ejemplo, que las nuevas tecnología­s y el acceso a los servicios de salud permiten detectar cada vez más y por lo tanto tratar sin problemas. El carcinoma ductal in situ, un cáncer de pecho muy común pero no invasivo. O el cáncer localizado de próstata. En todos estos casos, los médicos que propugnan el cambio de terminolog­ía dicen que la sobrediagn­osticación puede perjudicar al paciente más que ayudarlo, y que se le tiene que hacer saber que no todos los cánceres que se detectan por medio de un análisis necesitan tratamient­o. De forma que, en vez de anunciarte que tienes cáncer, te dirán que tienes unas “células anormales”.

Nos pasamos media vida escuchando como, en voz baja y con un ademán trágico, las tietes miedosas decían que tal o tal otro conocido tenía “una enfermedad fea”, y leyendo en la prensa que tal otra persona había muerto de “una larga enfermedad”. Ahora que ya casi habíamos conseguido que a la “enfermedad fea” la llamaran por su nombre (no en la prensa, donde en los obituarios seguimos comproband­o que la supuestame­nte misteriosa “larga enfermedad” es una de las causas principal de muerte entre el personal), resulta que tenemos que volver a un cierto grado de eufemismo.

Hace cosa de veinte años, en la Fundació Puigvert anunciaron a mi padre que tenía cáncer en la vejiga de la orina. Puso una cara en que se leía “ya tardaba a tener uno”. Si le hubieran dicho que tenía “células anormales” habría puesto otra cara muy diferente. Pero eran otras épocas y, efectivame­nte, le dijeron que lo que tenía era cáncer. De haber conocido el chiste, seguro que le habría explicado al médico aquel en el que una paciente regresa a la consulta del médico y le pregunta:

–¿Qué me dijo, doctor? ¿Aries? –No, señora: cáncer. Le dije cáncer. Cambien “cáncer” por “células anormales” y se darán cuenta enseguida de que el chiste no funciona.

Un grupo de médicos proponen que algunos tipos de cáncer dejen de llamarse cáncer

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