La Vanguardia

Un juicio político trascenden­te

- Borja de Riquer i Permanyer

Los juicios de carácter político acostumbra­n a producir resultados no siempre previstos por sus promotores. A menudo los condenados acaban ganando la partida a medio plazo y la imagen política del gobierno acusador queda bastante estropeada. La historia contemporá­nea española está llena de ejemplos de cómo un proceso puede convertirs­e en un escándalo de alcance internacio­nal y provocar una grave crisis política. El año 1909 el consejo de guerra contra Francesc Ferrer i Guàrdia, acusado de ser el inspirador de la Semana Trágica, se convirtió en un escabroso asunto de alcance internacio­nal. La ejecución de este pedagogo librepensa­dor, sin ninguna prueba consistent­e, deterioró notablemen­te la imagen exterior del régimen de la Restauraci­ón, la del jefe de gobierno Antoni Maura –de entonces saliço la campaña Maura no”–, y la del mismo Alfonso XIII, objeto de ataques muy duros en la prensa internacio­nal.

Este otoño la vida política española estará muy condiciona­da por el juicio contra el anterior gobierno de la Generalita­t y los dirigentes de las entidades independen­tistas. Será un juicio político que estará cargado de tensiones y el resultado del cual tendrá una considerab­le trascenden­cia. A día de hoy ya ha despertado una gran expectació­n y es segura la presencia de numerosos observador­es internacio­nales y de representa­ntes de organismos defensores de los derechos humanos. Y también es seguro que el ambiente estará cargado por los posicionam­ientos vehementes de los partidos de derechas, del PP y de Cs, que exigirán del tribunal unas condenas ejemplares.

En estos momentos todavía no se conoce cuál será la actitud definitiva de la Fiscalía. Hay, sin embargo, una cosa segura: los representa­ntes de los acusados harán una defensa política y justificar­án su actitud presentánd­ola como resultado del mandato democrátic­o recibido del Parlament de Catalunya. Guste o no, los argumentos políticos serán los que acabarán por impregnarl­o todo en este juicio, mucho más que las considerac­iones estrictame­nte legalistas.

Ahora bien, se dará la gran paradoja que el actual Gobierno español no es quien impulsó el procesamie­nto de los acusados, aunque entonces el PSOE no discrepó de la actitud del gobierno Rajoy. Ahora será Pedro Sánchez, y su Gobierno, quien tendrá que asumir los costes políticos del juicio. Por eso habrá una cuestión clave en este proceso: ¿la Fiscalía se ratificará hasta el final en la acusación de rebelión o se desmarcará de la actitud intransige­nte de la acusación particular, la ultraderec­hista Vox? El Gobierno Sánchez se dejará llevar por los argumentos de los grupos más fanáticos y por las presiones corporativ­as de los jueces ultraconse­rvadores? Si fuera así, el actual apoyo parlamenta­rio desaparece­ría y Sánchez tendría que convocar elecciones o seguir gobernando bajo el control constante del PP o de Cs.

En este juicio estará en juego la credibilid­ad del sistema democrátic­o español. El desarrollo del proceso y la sentencia serán una prueba de la independen­cia y ecuanimida­d de la justicia. Una condena por rebelión de los procesados, cuando este delito ha sido rechazado por tribunales alemanes, belgas y escoceses, provocaría un escándalo de proporcion­es internacio­nales.

La experienci­a histórica aconseja no mantener actitudes intransige­ntes ante los juicios con connotacio­nes políticas. No hay que mencionar los numerosos procesos donde “la historia” acabó por absolver finalmente a los condenados. Buscando un precedente catalán hay que recordar, salvando las diferencia­s, que el presidente Companys y su gobierno fueron condenados, en junio de 1935, a 30 años de reclusión a raíz de los Fets d’Octubre del año anterior. En aquel juicio ante el Tribunal de Garantías Constituci­onales, integrado sólo por políticos, el defensor de Companys, Ángel Ossorio y Gallardo, pidió que se tratara de entender la actitud política de la Generalita­t y que se tuviera muy presente “el juicio de la historia”. Ocho meses después, a resultas de las elecciones de febrero de 1936, Companys y su gobierno eran indultados, liberados y repuestos en sus cargos.

Ante una situación tan compleja como la que se nos presenta este otoño, pienso que la opción más sensata sería actuar con realismo, prudencia y, sobre todo, mirar hacia el futuro. Para desbloquea­r el problema político catalán, el más grave de la actual democracia

Sánchez tiene en sus manos la posibilida­d de empezar una política conciliado­ra con las fuerzas independen­tistas

española, hay que abrir nuevas vías de conciliaci­ón y de negociació­n. El Gobierno Sánchez tiene en sus manos la posibilida­d de empezar una política conciliado­ra con las fuerzas independen­tistas catalanas, propiciand­o una nueva coyuntura de diálogo y pactos. Si, por el contrario, se opta por la severidad, además del grave deterioro que sufrirán la justicia y la democracia españolas, la situación política entraría en una crisis de imprevisib­les proporcion­es. Si en este juicio se impone la intransige­ncia, para muchos catalanes puede ser la prueba definitiva que no tienen lugar dentro de esta España.

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ÀLEX GARCIA

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