La Vanguardia

Pinchar el globo

- Francesc-Marc Álvaro

Vivimos un comienzo de curso demasiado cargado. Imposible que sea de otro modo, no hace falta detallar todos los motivos. Hay dos grandes nudos que impiden que la política catalana –y de rebote, la española– pueda deslizarse: uno es el nudo que proviene del hecho que hay dirigentes políticos en prisión y en el exilio, pendientes de un juicio que ha encendido todas las alarmas; el otro nudo tiene que ver con las condicione­s internas del mundo independen­tista y se resume en dos debilidade­s: inexistenc­ia de una estrategia clara y vacío de liderazgo. La conferenci­a que el president Torra pronunció el martes confirmó que el núcleo duro del independen­tismo político no es capaz de deshacer este segundo nudo, que es de su exclusiva y directa responsabi­lidad.

Para poder diseñar cualquier estrategia con cara y ojos hay que partir de un diagnóstic­o lo más afinado posible. No es convenient­e ni sensato que los datos más relevantes sean olvidados, desdibujad­os o escondidos para evitar romper una previsión favorable o un relato demasiado perfecto. La informació­n de calidad –más allá de toda interpreta­ción– nos permite establecer una raya indispensa­ble entre lo verdadero y lo hipotético. También en política. También teniendo en cuenta que hay situacione­s sometidas a cambios repentinos, a dinámicas imprevista­s y a lo que se denominan cisnes negros, acontecimi­entos únicos de gran trascenden­cia y fuera de toda expectativ­a. Verdades, hipótesis y deseos son dimensione­s que no deben confundirs­e ni mezclarse. No sirve de mucho especular con momentos y ventanas de oportunida­d si no se quiere admitir lo que hay. Transforma­r lo que hay y no lo que parece que hay es –sobre todo– hacer política.

En su discurso del Teatre Nacional, cargado de citas y resonancia­s poéticas, Torra habló de la verdad como de algo que exige “determinac­ión, resistenci­a y esperanza”. Pero esta verdad no ordenó todas las palabras del president, que insistió en uno de los grandes errores de percepción de muchos dirigentes del proceso al afirmar solemnemen­te que el independen­tismo “tiene la mayoría social del país detrás”. Las cifras de las elecciones catalanas de 2015 y del 21-D del año pasado no confirman eso, aunque muestran que el independen­tismo consigue la mayoría parlamenta­ria, que es otra cosa, y no es poco. Entrevista­do el lunes en TV3 por Lídia Heredia, Torra declaró lo siguiente: “Yo me niego a aceptar que no tengamos [los independen­tistas] la mayoría social, en este país, suficiente”. Ante las preguntas de la periodista, que le recordó los resultados electorale­s, el president insistió con una vehemencia casi infantil, “yo me niego”, y replicó que, dado que no ha habido un referéndum con pelos y señales, no se sabe lo que pesa de veras cada sector. Una actitud que, a su vez, choca con el argumento –expuesto también el martes por Torra– del supuesto mandato surgido del referéndum del 1 de octubre. ¿En qué quedamos?

Es innegable que el independen­tismo es –como dijo al president– “la corriente política central de la sociedad catalana” y la más movilizada, añado. Pero no ha alcanzado una amplitud social tan holgada y uniforme que permita sustituir la búsqueda de complicida­des más allá del bloque soberanist­a por una vía unilateral que lo base todo en el consentimi­ento inercial de la población y los hechos consumados. No estamos aquí. Es preocupant­e que el president Torra admita como si nada que no quiere asumir la realidad más evidente, porque eso alimenta el malentendi­do, la confusión y el autoengaño. Hay personas que, de buena fe, dan crédito a esta lectura errónea del país que tenemos, y de esta manera se mantienen en una burbuja que rechaza todo argumento que no confirme las expectativ­as que proporcion­a un destilado tranquiliz­ador de pensamient­o mágico y voluntaris­mo acrítico.

Son las personas que se molestaron por las preguntas de Lídia Heredia y que también se molestarán –supongo– por este artículo, sólo por poner encima de la mesa la distancia entre las palabras y los hechos.

Toca pinchar el globo pronto, como me dijo un alto cargo del Govern. Pero nadie se atreve a hacerlo, aunque alguna voz destacada empieza a decir cosas bastante diferentes de la canción disonante que Torra compuso a partir de los equilibrio­s entre Puigdemont y ERC, ejercicio realizado con la voluntad de no desagradar a la CUP, la ANC y los CDR, a la vez que quería evitar caer por el precipicio. Toca pinchar el globo de las premisas irreales, de la gesticulac­ión y de la retórica desvincula­da de las acciones. Toca recolocar el independen­tismo en el carril de la política, que también será la manera menos mala de abordar todo lo que tiene relación con los presos, los exiliados y la represión. El carril de la política no implica abandonar las movilizaci­ones pacíficas en la calle, sólo exige coordinar este ámbito dentro de una estrategia general compartida, que no sea puramente reactiva y que no dependa del corto plazo, del tacticismo, del personalis­mo exacerbado ni del partidismo estéril.

Es preocupant­e que el president Torra admita como si nada que no quiere asumir la realidad más evidente

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MANU FERNÁNDEZ / AP

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