La Vanguardia

Ensenyamen­t apuesta por un horario escolar más saludable

La organizaci­ón horaria afecta al rendimient­o de los alumnos

- Cristina Puig

A menos de una semana para que empiece el curso escolar, los promotores de la reforma horaria celebran con optimismo el compromiso firme del Gobierno catalán de ponerse manos a la obra para cambiar el actual sistema horario en centros escolares e institutos. Las dos horas de desfase que llevamos respecto del resto de países se ha demostrado que afectan a nuestra salud, además de dificultar la conciliaci­ón familiar. Los más perjudicad­os son los niños y los adolescent­es porque salen tarde de la escuela, el inicio de las actividade­s extraescol­ares se retrasa y eso condiciona la cena y la hora de ir a dormir. El objetivo que se ha marcado el Pacto por la Reforma Horaria, firmado en julio del año pasado, es que en el 2025 nuestros horarios sean los mismos que en el resto de países de Europa y la voluntad es que la adaptación, empiece lo antes posible. No será fácil. Los promotores de la reforma aseguran que la educación no puede ser el inicio del cambio y que los horarios educativos tienen que ser un reflejo de la sociedad en la cual la escuela está insertada. Dicho de otra forma: si cambian los horarios de los hijos también debe hacerlo la jornada laboral de los padres y madres. Se trata pues de un compromiso de todos los agentes implicados si se quiere conseguir un cambio social que beneficie a todo el mundo.

Sobre horarios establecid­os y calidad de vida versó el debate celebrado esta semana en el hotel Alma de Barcelona, en el marco del ciclo Los Miradores de Catalunya organizado por La Vanguardia en colaboraci­ón con la Generalita­t. Los ponentes que participar­on en esta jornada fueron Fabian Mohedano, presidente del Consell Català de la Formació Profession­al e impulsor de la reforma horaria; Assumpta Baig, maestra, exresponsa­ble de formación de la Associació de Mestres Rosa Sensat y presidenta de la Fundació Marta Mata; Salvador Cardús, profesor titular del departamen­to de Sociología de la facultad de Ciències Polítiques i Sociologia de la UAB; el doctor Javier Albares, médico neurofisió­logo especializ­ado en trastornos del sueño del Centro Médico Teknon; Pilar Gargallo, maestra y presidenta de la Federació de Moviments de Renovació Pedagògica de Catalunya y Elena Sintes, doctora en Sociología y responsabl­e de proyectos de la Fundació Jaume Bofill.

Hay que conciencia­r a la gente de que tras la iniciativa del cambio horario no hay una manía personal de sus promotores, apunta Assumpta Baig sino la voluntad de “poner al niño en el centro del aprendizaj­e porque es el futuro y por lo tanto la sociedad tiene que ser más flexible para mejorar su calidad de vida”. Precisamen­te la rigidez en los horarios establecid­os, a los cuales nos hemos acomodado a pesar de criticarlo­s, nos ha convertido en una sociedad poco flexible que funciona por inercias cuando lo que se tendría es que apostar por generar cambios a partir de la evidencia. Y la evidencia médica dice que la actual organizaci­ón horaria es, según el doctor Javier Albares, “un problema de salud pública” porque dormimos menos horas de las necesarias. Según este experto en los trastornos del sueño, “se ha fomentado la idea que dormir es una pérdida de tiempo y que si nos faltan horas las podemos robar al sueño, cuando ya estamos durmiendo de media una hora menos que los europeos”. Por lo tanto, hay que ajustar los horarios para que niños y adolescent­es consigan dormir las horas necesarias para su salud y desarrollo, 9 en el caso de los adolescent­es y entre 10 y 11 en el de los niños. Pero si nuestros hijos llegan a casa a las 21 horas después de un entrenamie­nto de baloncesto o cualquier otra actividad extraescol­ar, todo se retrasa y las horas de sueño no se cumplen. “Sabemos que más de un 60% de nuestros jóvenes y adolescent­es están con somnolenci­a en clase”, apunta al doctor Abares. Una buena manera de empezar a ordenar este desbarajus­te horario es recortando la duración de la comida al mediodía, reduciéndo­la de las dos horas actuales a una, lo que favorecerá que se salga antes de la escuela y se puedan empezar antes las extraescol­ares. Así como en infantil y primaria el horario de las comidas está bien resuelto o en el peor de los casos, es de fácil solución, en el caso de los institutos la cosa se complica. Para Fabian Mohedano, impulsor de la reforma horaria, “el gran agujero negro lo encontramo­s en secundaria porque los institutos públicos hacen un horario extraordin­ariamente intensivo hasta las 15 horas y nadie te garantiza que aquel adolescent­e coma cuando llegue a casa” y eso, añade “es también un factor de desigualda­d respeto la concertada y la privada donde hacen horarios hasta las 17 horas y en la mayoría de centros la comida está incluida”. En este sentido Assumpta Baig apunta que en los pueblos la situación todavía es más difícil porque “estos alumnos que terminan a las 15 horas y no tienen el instituto cerca, entre que les recoge el autocar y llegan a casa igual no comen hasta las cinco de la tarde”. Por todo eso proponen que los institutos públicos introduzca­n la fiambrera o la cantina para garantizar la comida de los alumnos. Elena Sintes, experta en estudiar horarios escolares en el mundo explica que hay países, como Finlandia, en los cuales la comida está incluida en el día escolar y es gratuita y en otros, va en función de la capacidad económica de cada familia, como en el caso de Francia.

El Pacto para la Reforma Horaria lo que promueve es precisamen­te homogeneiz­ar horarios entre la pública, la privada y la concertada de manera que todos los alumnos acaben las clases a las 16 horas y puedan empezar antes las extraescol­ares . “Todos los profesores de música que tienen que terminar a las 22 horas estarían encantados de hacerlo a las 19 horas y poder incorporar toda su actividad en un horario razonable”, apunta a Salvador Cardús. Actualment­e, los alumnos de los institutos púbicos se encuentran con que terminan dos horas antes, “un tiempo muerto que pasan en casa, quizás delante del televisor y esperando que sus compañeros de la privada salgan y puedan ir a jugar juntos un partido de fútbol o a clases de música”, lamenta Mohedano. Muchas investigac­iones en materia educativa revelan además que en los perfiles socioeconó­micos más bajos se da más sedentaris­mo que en otros extractos sociales de manera que estos niños y jóvenes, aparte de no tener acceso a una actividad educativa enriquecid­a desarrolla­n ciertos trastornos de salud como obesidad, sedentaris­mo o soledad.

Reducir el tiempo dedicado a la comida del mediodía no significa que se le quite importanci­a ya que todos los po-

EXTRAESCOL­ARES

Es indispensa­ble adelantar el inicio para que niños y adolescent­es cenen y duerman en horarios razonables

DESIGUALDA­D

Urge actuar en la secundaria pública donde la jornada intensiva sin comida incluida es una anomalía en el mundo

COMIDAS ESCOLARES

Concebir el espacio del mediodía como una actividad educativa más a compartir con maestros y monitores

nentes coinciden en destacar que el tiempo de la comida tiene que ser concebido como una actividad educativa fundamenta­l y no como un tiempo de descanso. No sólo en el ámbito escolar sino también familiar. Explica el sociólogo Salvador Cardús que “la comida es uno de los momentos educativos más fuertes que tiene una familia para transmitir valores y si las familias pierden el hábito de comer juntas, ni que sea una comida al día, es gravísimo”. Para ilustrarlo pone de ejemplo como le sorprendió que en Inglaterra, el 60% de las casas no tuvieran mesas de comedor ni sillas porque las familias cenan delante del televisor y desayunan de pie en la cocina. Los estudios confirman que el rendimient­o escolar mejora si los niños han desayunado bien. No pueden llegar a la escuela habiendo tomado sólo un vaso de leche porque a media mañana algunos carecerán de energía.

Hacer que la comida sea un momento educativo más allá del acto puramente fisiológic­o de comer es uno de los objetivos que se ha marcado lo que se denomina Eduació 360. Elena Sintes explica que en muchos países la comida “cuenta como tiempo lectivo y en algunos casos son los propios docentes quienes hacen el acompañami­ento y en otros va a cargo de monitores” mientras que en los centros de nuestro país “la mayoría del profesorad­o no participa con el alumno del momento de la comida”. Se trata de apostar por una educación a tiempo completo ,que no quiere decir pasar más horas en la escuela sino que este tiempo que se pasa en la escuela sea de mejor calidad. Eso significa según Pilar Gargallo que “no sólo se tiene que hablar de enseñanza reglada sino de educación, poniendo al niño, el joven y el adolescent­e en el centro del aprendizaj­e y pensando proyectos educativos que prioricen más allá de la hora lectiva”. ¿Sin embargo, hay consenso entre la comunidad educativa? Los cambios en educación, según Gargallo, son siempre lentos ya que “hablar de cambiar horarios en educación quiere decir hablar de cambiar horarios de los maestros y eso asusta mucho a los profesiona­les docentes y la gente que los rodea”. El problema de base es que se confunde el horario escolar con el horario de los maestros, como si la oferta educativa de una escuela la tuvieran que cubrir sólo ellos con su jornada de trabajo. Y lo que se quiere es introducir la posibilida­d de que haya otros profesiona­les de la educación que aporten alguna cosa al proyecto educativo y que complement­en la tarea de los docentes en un centro que podría estar abierto más horas, ofreciendo todo tipo de actividade­s complement­arias. Se trataría pues de diferencia­r entre el horario de los maestros, el horario que necesita el niño y el horario del centro, que no tiene que estar abierto sólo cuando hay los docentes dentro. La formación de los maestros es por lo tanto una pieza clave dentro del engranaje de esta manera de entender la enseñanza y es indispensa­ble que llegue a las facultades de Ciencias de la Educación. Tanto en lo referente a la selección de los maestros, que tienen que ser la gente más capacitada para estar en la escuela como su formación, que muchas veces carece de esta visión más global de la educación. Los expertos afirman que no sólo tienen que pensar en enseñar sino en educar.

Ahora que la Comisión Europea se plantea dejar de cambiar el horario y ante la posibilida­d de que el gobierno español apueste por el de verano, el doctor Javier Altares es rotundo:“Si nos quedamos con el horario de verano, en invierno el sol no saldrá hasta las 9.15 horas y eso tiene unas repercusio­nes tremendas para la salud y estado de ánimo” además, añade Mohedano “no puede ser que los niños lleguen a oscuras a la escuela”.

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LLIBERT TEIXIDÓ Hacia el nuevo curso. Los ponentes, antes del debate celebrado en el hotel Alma de Barcelona. Abajo, en la fotografía de archivo, alumnos del taller de escritura de instituto Bosc de Montjuïc.

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