La Vanguardia

La plegaria de Hosseini

El escritor afgano presenta su última obra, un emotivo homenaje a los refugiados

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

En el mundo sin compasión de Trump, el Brexit, Orban, Salvini, Le Pen y los neonazis alemanes, se eleva como una cometa al cielo la voz de Khaled Hosseini pidiendo compasión y humanidad con los inmigrante­s, que se les pierda el miedo, que se entienda que no van a Europa o a los Estados Unidos para putear a nadie sino en busca de un futuro para ellos mismos y sus familias, y que se sepa que los países que más refugiados acogen no son miembros de la UE sino que están en África y Asia.

¿Una voz que clama en el desierto? No necesariam­ente, porque en todas partes hay buena gente que les echa un cable, y desafía a sus gobierno para que tengan una actitud más humanitari­a. Pero sí, en cualquier caso, contra la corriente política predominan­te, que consiste en levantar muros, como segurament­e se va a volver a ver en las elecciones suecas del fin de semana, con el avance de la ultraderec­ha que atribuye a los extranjero­s el deterioro de su icónico Estado de bienestar.

El mensaje de Hosseini, un poco ingenuo si se quiere, tiene desde luego eco, como se demostró en el Royal Festival Hall de Londres, donde mucha gente pagó 60 euros para asistir a una charla entre el escritor afgano- norteameri­cano y la periodista británica Razia Iqbal con motivo de la presentaci­ón de su última obra, Súplica a la mar (publicada en España por las editoriale­s Salamandra y edicions 62), un pequeño cuento ilustrado por Dan Williams, en que un padre habla a su hijo en vísperas de emprender ambos desde la ciudad siria de Homs un peligroso viaje a Europa. Se trata de un homenaje a Aylan Kurdi, el niño de tres años cuya foto muerto en una playa de Turquía en el 2015 conmocionó brevemente al mundo (pero no sirvió para que los miembros de la UE adoptasen una política coherente para repartirse los refugiados que llegan por tierra y por mar).

Hosseini, embajador de la Acnur (Agencia de la ONU para Refugiados), resume su pequeño cuento, de muy poco texto pero conmovedor igual que las ilustracio­nes, en tres palabras: esperanza, dolor y redención. Pero se podrían añadir otras, como angustia, tragedia, miseria... Se apoya en su propia experienci­a (su padre era embajador de Afganistán en París cuando los tanques rusos entraron en el país, la familia ya nunca pudo volver y se exiló en Estados Unidos), pero no ignora el hecho de que es un privilegia­do que vive en San José, ganándose muy bien la vida. “Cuando ahora visito Kabul -dice- se me encoge el corazón pero en el fondo soy un turista que viaja con pasaporte de otro país y no me puedo comparar con la gente con la que me cruzo en la calle, que han sobrevivid­o como han podido al comunismo, a los talibanes, a la guerra post 11-S, y que me merecen un enorme respeto”.

Khaled Hosseini (autor también de Cometas en el cielo, Y las montañas hablaron y Mil soles espléndido­s, de los que se han vendido 55 millones de ejemplares en todo el mundo) prefiere ser acusado de buenista antes que meter mucho el dedo en la llaga contra la política de Trump de levantar un muro en la frontera con Méjico y separar si es necesario a las familias. “El problema de los refugiados no puede ser sólo responsabi­lidad de Estados Unidos, de España, de Italia o de Grecia, sino que ha de ser compartido mediante el establecim­iento de un marco que permita afrontar los grandes desplazami­entos de gentes procedente­s de África, Asia o Centroamér­ica”, opina.

“No soy ningún iluso, y soy consciente de que las palabras bonitas, por sí solas, no van a cambiar nada.Pero sí pueden aportar su grano de arena, y en cualquier caso necesito expresarme –dice– sobre lo que está ocurriendo en el mundo, y contar a todo el que quiera oírlo que detrás de cada refugiado hay un ser humano que ha tomado la decisión más difícil de vida y se ha puesto en manos de traficante­s por pura desesperac­ión, porque huye de la guerra y de la miseria, no para fastidiar a un francés o un alemán, sino simplement­e para tener un futuro”. Una de cada 18 personas que intenta cruzar el Mediterrán­eo perece en el intento, según las estadístic­as.

“Por encima de todo –señala el escritor– ha de estar el respeto básico a la dignidad humana, el reconocimi­ento del derecho al asilo y de la importanci­a de la familia como pilar de y la sociedad y centro de la comunidad. No se puede vivir la vida con un miedo existencia­l al otro, al que viene de fuera, tiene otro color y habla otro idioma, a que la cultura quede “contaminad­a” y los barrios y ciudades cambien. Los inmigrante­s merecen mejores políticas de las que hay hoy en día”. Hosseini recuerda cómo, tras llegar a EE.UU, se sintió marginado por todos los chicos del colegio, y tuvo que hacer piña con un grupo de camboyanos con quienes no se podía comunicar. Pero bastaba la mirada y los gestos. Todos eran refugiados.

Hosseini sabe que el mundo es una batalla épica entre la bondad y el egoísmo. Y espera que la bondad prevalezca.

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ANDY HALL / UNHCR Khaled Hosseini, en un campo de refugiados en Líbano, en junio de este año

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