La Vanguardia

48 horas que cambiaron Catalunya

El Parlament aprobó hace ahora un año las leyes de desconexió­n que desembocar­on en la compleja situación actual

- CARLES CASTRO

Para unos, el Parlament “hizo historia”; para otros, se adentró en la senda de la “infamia” y el “atropello”. Fueron solo dos días, pero las sesiones parlamenta­rias del 6 y 7 de septiembre del 2017 abrieron la puerta a un escenario que ha acabado por romper en dos mitades la sociedad catalana y que ha llevado a la cárcel o ha convertido en prófugos a gran parte de los dirigentes independen­tistas. A un lado, se situaba la legalidad constituci­onal y estatutari­a que exige el apoyo de una mayoría de dos tercios del Parlament para abordar cualquier cambio en el nivel de autogobier­no de Catalunya; al otro, una propuesta de ruptura y cambio de régimen político –la república catalana por la vía del referéndum unilateral– impulsada por la mayoría absoluta soberanist­a de la Cámara. Pero el choque de legitimida­des –o simplement­e de aspiracion­es– venía de mucho antes.

Saltar la pared

Desde el 2012, casi dos millones de catalanes (más de un tercio del censo electoral y cerca de la mitad de los votantes) venían expresando su voluntad de “saltar la pared” y acceder a una Catalunya independie­nte. Sin embargo, el Gobierno central no había respondido a esa densa humareda con ninguna iniciativa política. Y frente a ese pertinaz inmovilism­o, el bloque independen­tista decidió crear una ventana de oportunida­d por la que colar, aunque fuese fugazmente, una consulta vinculante que avalara la “desconexió­n” con España. El problema era que las elecciones del 2015 no habían resuelto el empate infinito en el que parecía moverse la política catalana, más allá de las mayorías absolutas nacionalis­tas propiciada­s por la ley electoral. Planteados como plebiscita­rios, los comicios del 2015 ni siquiera ofrecieron al soberanism­o la mitad más uno de los sufragios, aunque sí reeditaron su mayoría en el Parlament.

Dispuestos a pisar el acelerador, JxSí y la CUP aprobaron en julio del 2017 un cambio en el reglamento de la Cámara (a través del artículo 135.2) que permitiera tramitar por la vía rápida las llamadas leyes de desconexió­n: del Referéndum de autodeterm­inación, por un lado, y de Transitori­edad jurídica y fundaciona­l de la república, por otro.

Finalmente, y para sortear el freno del Tribunal Constituci­onal, el bloque soberanist­a echó mano del artículo 81.3, que permite a la mayoría absoluta de la Cámara cambiar el orden del día y eludir “todos los trámites reglamenta­rios” exigibles que normalment­e debería cumplir cualquier asunto sometido a debate y votación. En la práctica, ese procedimie­nto hacía posible liquidar en una sola jornada toda la legalidad catalana y sustituirl­a por una radicalmen­te distinta, sin contar siquiera con el preceptivo dictamen del Consell de Garanties Estatutàri­es.

Pleno accidentad­o

El pleno de Parlament se convirtió así en uno de los más accidentad­os de su historia. La voluntad de la mayoría independen­tista de aprobar la ley del Referéndum y el empeño de la oposición por impedirlo trasladó el debate político a una caótica pugna sobre la interpreta­ción del reglaral mento, con una presidenta de la Cámara lívida y desbordada por las protestas de los portavoces de Ciutadans, PSC, Catalunya Sí que es Pot y PP, que la acusaban de abusar de su autoridad y ponerla “al servicio” del bloque soberanist­a. Sólo la votación de la alteración del orden del día consumió más de tres horas (y más de seis en la de la sesión del día siguiente), que discurrier­on en medio de numerosas interrupci­ones del pleno y reuniones de la Mesa para resolver las objeciones reglamenta­rias planteadas por los grupos de la oposición.

La portavoz de JxSí, Marta Rovira, justificab­a la urgencia porque el Gobierno central “lleva años persiguien­do el derecho de autodeterm­inación”. Y, además, apelaba “a la soberanía de la Cámara” y a la “libertad de debate de la mayoría política” para plantear cualquier propuesta, al margen de su constituci­onalidad. A su vez, los portavoces de la oposición rechazaban debatir una proposició­n de ley “presentada y publicada hace escasos minutos” y “oculta” hasta aquel momento. Su discurso se centró en denunciar una “mayoría que pisotea derechos básicos y procedimie­ntos inexcusabl­es”. Pero la bancada soberanist­a rechazó los argumentos de todos los grupos, a los que acusó de “obstruccio­nismo”. Incluso CSQP, favorable a una consulta acordada, avisó que “la falta de garantías democrátic­as” en su tramitació­n “deslegitim­aba” el propio referéndum del 1-O y suponía abrir la puerta a un “estado de excepción y desobedien­cia de la misma legalidad catalana”.

“Éxito” o “autoengaño”

Para el soberanism­o, en cambio, todo debía quedar resuelto en cuestión de horas, de forma que la ley pudiera aprobarse –y la convocator­ia del referéndum realizarse– antes de que se produjese la actuación del Gobierno español y del Constituci­onal para suspenderl­os. Un auténtico “autoengaño”, a juicio de la oposición, pero un “éxito” para el Govern por poco que fuese el tiempo en que los proyectos aprobados estuviesen en vigor. De nada sirvió la advertenci­a del secretario gene- y del letrado mayor de la Cámara en el sentido de que el procedimie­nto podía ser constituti­vo de “desobedien­cia” de las resolucion­es del Tribunal Constituci­onal. Ni tampoco las objeciones de fondo formuladas públicamen­te por el Consell de Garanties Estatutàri­es.El president Puigdemont había pedido “determinac­ión” a sus diputados y estos asumieron el procedimie­nto como “la única vía posible”, espoleados por la CUP, cuya portavoz, Anna Gabriel, llamó “a la desobedien­cia institucio­nal”. Claro que, según el CEO, sólo un tercio de los catalanes vivieron con “orgullo” e “ilusión” esas jornadas, mientras que casi un 40% expresaba “rabia” o “vergüenza”. Y más del 60% juzgaba “un error” la estrategia soberanist­a.

Por fin, 12 horas después de iniciado el pleno, la Cámara aprobó la ley de Referéndum con la presencia de solo 83 diputados en el hemiciclo y 72 votos a favor. Los 11 parlamenta­rios de CSQP se abstuviero­n y los 52 de Cs, PSC y PP se ausentaron. El Parlament continuaba reunido pasada la medianoche –cuando Puigdemont realizó su declaració­n institucio­nal tras firmar la convocator­ia del referéndum–, pero lo maratonian­o y accidentad­o de la sesión no frenó los planes de aprobar al día siguiente y por la misma vía la ley de Transitori­edad (que prefigurab­a incluso la futura Constituci­ón catalana y sus órganos de control).

Choque de trenes

La colisión de trenes había adquirido tal velocidad que ni los anuncios de querellas con penas de cárcel por la Fiscalía ni la reclamació­n millonaria a Artur Mas y varios miembros de su Govern por la consulta del 9-N pudieron frenar el incierto “proceso constituye­nte” hacia “una república catalana”. Es más, la votación de la ley de Transitori­edad jurídica se celebró tras conocerse que el Constituci­onal había suspendido la ley del Referéndum y siguiendo el mismo dilatado y accidentad­o formato del día anterior. Se trataba de generar una legalidad que permitiera disponer 6.000 urnas el 1-O para escuchar la voz de los catalanes. Pero, de nuevo ese día como el 9-N, sólo se oyó la voz de la mitad de los catalanes, en una jornada de fractura social e intervenci­ón policial incendiari­a que anunciaba lo que ha venido después.

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ÀLEX GARCIA Los bancos vacíos de la oposición en la votación de la ley de Referéndum reflejaban la quiebra catalana

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