Diálogo y porras
Cómo se concilia el diálogo con la represión? Es decir, ¿se puede plantear un diálogo tutelado por las porras? De entrada, parecen obvias las respuestas. Al fin y al cabo, es tan evidente que el diálogo no puede estar secuestrado por la amenaza y la fuerza policial (más allá de que se plantee en términos bélicos y no políticos), que ninguna de estas preguntas tiene sentido en democracia.
Sin embargo, así estamos en Catalunya, instalados en una anormalidad democrática tan abusiva y persistente, que ha acabado convirtiendo la anomalía en un relato de normalidad. De hecho, acabamos de vivir el primer aniversario de unos plenos parlamentarios que han conducido a la presidenta del Parlament a una prisión preventiva indigna y contraria a todo Estado de derecho. Carme Forcadell lleva meses encerrada por haber permitido un debate parlamentario, y lejos de escandalizar a la ciudadanía democrática, esta barbaridad no preocupa ni a los sectores más conscientes de la sociedad española. El Estado español se ha acomodado en un marco de abusos y perversiones de derechos ciudadanos, y esta naturalización de una sistemática aberración democrática es el síntoma de una enfermedad profunda. Las libertades en España están muy enfermas y Catalunya ha sido el termómetro que ha detectado la fiebre.
Desde este escenario de deconstrucción de la democracia tiene sentido formular preguntas que, en cualquier Estado de derecho, estarían fuera de lugar. Nuevamente, pues, ¿se pueden conciliar los llamamientos al diálogo y al restablecimiento de puentes que hace el Gobierno español con las decisiones de orden policial que toma? Y para concretar en los ejemplos más recientes, ¿por qué mantiene a más de 300 guardias civiles en Catalunya, aunque la seguridad ciudadana no peligra y los Mossos están desplegados? ¿Por qué motivo los refuerza con el envío de 600 policías nacionales para la Diada, cuando se trata de una manifestación pacífica, con un largo historial de civismo, y sin ningún precedente de violencia ni indicios en el presente? ¿Cómo se ajusta esta voluntad de diálogo expresada por todos los corifeos socialistas con una Fiscalía que pide dos años y medio de prisión para unos jóvenes que se encadenaron en una reja ante un juzgado? ¿No saben que encadenarse a rejas es un clásico de protesta en todas las democracias del mundo, y en ningún caso se castiga con prisión? Lo saben, pero no buscan hacer justicia, sino aterrorizar a los movimientos de protesta. Como también es evidente que la llegada de centenares de policías foráneos no tiene nada que ver con un reforzamiento de la seguridad, sino con la construcción de un mensaje político que inocula la idea de que en Catalunya hay violencia. Una idea falsa de un relato inventado que la Moncloa usa sin pudor, y actúa en consecuencia. ¿Palabras o porras?
Porque palabras con porras no son diálogo, son porras.
La llegada de centenares de policías sirve para construir un falso relato de violencia en Catalunya