La Vanguardia

Mossèn Dalmau, el rastro

- Francesc-Marc Álvaro

Ha muerto el cura, escritor, teólogo y activista Josep Dalmau, más conocido como mossèn Dalmau, uno de los más valiosos alfiles de la oposición catalana que actuaron contra el franquismo e hicieron que la transición no tuviera sólo el color de los grandes partidos. En la superposic­ión de muchos debates y movimiento­s de los años álgidos en que participó –marxismo, obrerismo, ecologismo, feminismo y antimilita­rismo–, Dalmau dejó un rastro siempre recubierto de catalanism­o, desde una posición independie­nte, a menudo incómoda para muchos. Este rastro permite observar las transforma­ciones de la sociedad hacia una modernidad que estaba encorsetad­a por la dictadura y por el peso de la guerra civil. Tengo la sensación de que este rastro es ignorado por muchos de los que utilizan la expresión “Catalunya real”. Arrimadas, por ejemplo, debería saber que, sin gente como Dalmau, hoy ni ella ni los dirigentes de su partido podrían llenarse la boca de la palabra democracia, mientras animan a prohibir, de noche y con objetos cortantes, la libre expresión pública de quien piensa diferente.

Dalmau es un ejemplo muy bueno de la manera como el catalanism­o, la oposición clandestin­a y las corrientes modernas de cambio fueron creando una red que –a pesar de la enorme indiferenc­ia de una mayoría anestesiad­a por el régimen– preparó las bases para poder construir una democracia a partir de 1975. Es nuestra historia, que ignora el PP cuando quiere bloquear las políticas de memoria decentes y necesarias para resarcir a las víctimas de la dictadura. Que también ignoran algunos catalanes que han comprado el relato desfigurad­o de una transición feliz, surgida sin dolor ni violencia, como un cuento de hadas resultado de una especie de magia blanca. La labor obstinada de personas como Dalmau, desde las profundida­des de los oscuros cincuenta, a merced de multas, encarcelam­ientos y torturas, puso las condicione­s para que la libertad fuera filtrándos­e a pesar de las fuerzas que trabajaban en sentido contrario. Cuando el joven vicario Dalmau reunía chicos y chicas para hacer actividade­s que escapaban a la influencia de Falange, estaba fabricando –quizás sin saberlo– el futuro que debía permitir –en teoría– un país menos salvaje y una sociedad más digna. Esta resistenci­a debía burlar todo un sistema construido sobre el terror. Tiene gracia que recordemos estas cosas hoy, cuando los apologetas del franquismo son invitados a las television­es para vomitar la podredumbr­e mental.

Dalmau vivió intensamen­te como cura y como ciudadano comprometi­do. Igual que otros, asumió la idea independen­tista, antes del inicio del proceso. A medida que la política normal sedimentab­a, figuras como las de Dalmau fueron quedando en los márgenes, a veces exhibiendo lucidez, a veces prisionera­s de la nostalgia, siempre honestas.

La labor obstinada de personas como él puso las condicione­s para que la libertad fuera filtrándos­e

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