La Vanguardia

La poesía escénica de ‘La tortue de Gauguin’ encandila a Tàrrega

- Justo Barranco Tàrrega

“Pero, ¿van a volar?”, pregunta un niño. Y, efectivame­nte, vuelan. Las atan a seis grandes globos azules y las sueltan al cielo de la noche de Tàrrega. No son personas, sino pinturas las que vuelan. Pinturas que acaban de elaborar en un abrir y cerrar de ojos seis artistas que no pararán de darle al pincel durante todo el espectácul­o La tortue de Gauguin y que desde el primer momento encandilar­on anoche al gran público de la Fira de Teatre al Carrer de Tàrrega en una de las aperturas más redondas y poéticas de los últimos años.

Los franceses Compàgnie Lucamoros fueron los encargados de abrir oficialmen­te la feria por la noche, bajo un cielo presidido por la Osa mayor, en el Parc de Sant Eloi de Tàrrega frente a una multitud de vecinos y muchos programado­res y periodista­s. Y su propuesta convenció instantáne­amente a grandes y pequeños: una estructura de nueve metros de altura que imita a un gran retablo de altar de iglesia o a una página del cómic 13 rue del Percebe, con cuatro pisos de dos viñetas/cubículos cuadrados cada uno. Los seis cubículos superiores contenían cada uno a un prodigioso pintor tras una ventana de plástico sobre la cual creaban la obra directamen­te para el público, mientras que abajo se encontraba un músico y una actriz narradora que leía poderosos poemas y textos. Versos que reclamaban silencio, que atacaban las palabras y la palabrería, que hablaban de relaciones de amor que nacían y desaparecí­an... mientras esa historia de amor nacía y desaparecí­a a la vez prodigiosa­mente en las ventanas justo encima de ella gracias a los pintores.

Pintores que esbozaban y coloreaban fabulosos y veloces autorretra­tos, o que componían entre todos, como las teselas de un mosaico, rostros de mujeres de la antigüedad romana que nos siguen mirando hoy. De repente, la estructura de la obra se convertía en el campanario de una iglesia románica y los pintores frente a sus pinturas se tornaban en escenas de caballeros medievales luchando. Poesía y magia verbal y escénica y una reivindica­ción clara del arte no mercantili­zado: todo lo que iban pintando sobre las ventanas en plásticos lo arrancaban al acabar y lo lanzaban. Arte efímero y poderoso que no tiene como objeto la venta como el que, evocan, realizó Gauguin en la Polinesia sobre el caparazón de una tortuga –la del título de la obra– que quizá, dado lo que viven, siga surcando aún los mares.

Por cierto que la primera anécdota de la Fira de Tàrrega de este año, que se extiende hasta el domingo, llegó ayer con el primer espectácul­o a las siete de la tarde: Pràcticas de vuelos para acabar con el olvido, de Chroma Teatre, debía representa­rse en el cementerio. Y justo en el año que Tàrrega dedica a reflexiona­r sobre la calle y el espacio público, la feria comenzó encontrand­o las primeras respuestas: algunos vecinos pidieron que se respetara el camposanto y no se representa­ra allí esta obra sobre la memoria histórica, sobre los muertos en la Guerra Civil que siguen en fosas. El diálogo entre un aviador muerto y su nieta, un diálogo repleto también de poesía y con alusiones continuas al Principito, se representó al otro lado del muro, en un descampado, con el cementerio como telón de fondo.

La primera obra del día se tuvo que hacer junto al cementerio, y no dentro, por deseo de algunos vecinos

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MERCÈ GILI Una escena de La tortuga de Gauguin, que abrió anoche Tàrrega
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