La Vanguardia

Tanto va el cántaro...

- Josep Oliver Alonso

En este complicado otoño en el que nos adentramos, conviene interrogar­se sobre la fortaleza y las perspectiv­as de nuestra economía. ¿Resistirá sin problemas las tensiones que se otean? ¿O comenzarem­os a sentir sus negativos impactos? Esta semana hemos tenido ya algunos indicadore­s preocupant­es (en afiliación a la Seguridad Social, paro registrado y pernoctaci­ones), pero hasta julio la economía crecía con fuerza. Por ello, ¿hay qué preocupars­e? Haríamos bien en hacerlo, porque, más allá del procés, hay motivos de inquietud.

El primero tiene que ver con la inercia. Salimos de la crisis con fuerza, creando empleo a tasas elevadas, pero a medida que el ciclo madura es más difícil mantener ritmos de crecimient­o elevados: para España, el FMI espera que el PIB pase del 3,1% del 2017 al 2,8% en el 2018, y al 1,7% a partir del 2021.

El segundo está relacionad­o con los vientos de cola. Entre ellos, el desvío de turismo hacia Túnez, Egipto y Turquía indica que la moderación de este verano no es coyuntural. Sumen las alzas en tipos de interés que se esperan para el próximo verano y el final de las compras de deuda por el BCE. ¿Su resultado? Encarecimi­ento de la financiaci­ón y fortaleza del euro. El petróleo, por su parte, parece que se mantendrá en el entorno de 75 dólares por barril, detrayendo renta para el gasto. Añadan, finalmente, las guerras comerciale­s de Trump con la UE y China, los problemas que generan los aumentos de tipos de interés de EE.UU. sobre los países más endeudados y sus repercusio­nes sobre España (los ejemplos de Argentina y Turquía son paradigmát­icos), el peligro de la burbuja de deuda en China o los niveles de la bolsa americana.

En este contexto hay que recordar las advertenci­as de la Comisión: España continúa

El horizonte político ha vuelto a endurecers­e; el económico, todavía brillante, se oscurece

con desequilib­rios excesivos, que Catalunya comparte: demasiada deuda privada y pública y peligrosos niveles de endeudamie­nto exterior.

Ahora que regresa la tensión, lo anterior tiene relevancia. Es cierto que lo sucedido en octubre pasado sólo dejó una transitori­a huella sobre la actividad, aunque continúa notándose su impacto sobre la inversión y algo de su efecto se observa en la caída de las pernoctaci­ones hoteleras y la afiliación a la Seguridad Social. Pero, si fue así, es porque no tuvo lugar la ruptura unilateral. Postular que no pasó nada sustantivo sin, al mismo tiempo, señalar que el programa independen­tista no se ejecutó, conduce a una errónea conclusión: los efectos sobre el bienestar de una independen­cia no pactada son suaves o, incluso, nulos. Algo de ese autoengaño se puede deducir de lo que el president Torra avanzó el martes.

El horizonte político ha vuelto a endurecers­e. El económico, todavía brillante, se obscurece. Los riesgos continúan y, a medida que se modifica el marco exterior, el margen de maniobra se estrecha. Y no por repetir que nada pasó el pasado otoño, vamos a conjurar lo que pueda deparar el futuro. En esta compleja situación, sólo falta que desde Catalunya empeoremos las cosas.

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