La Vanguardia

“Quién sabe qué lleva en los bolsillos la momia de Franco”

- MONTSE GIRALT LLUÍS AMIGUET Alfredo González-Ruibal,

Tengo 41 años: me emociona cada objeto de las trincheras de la Guerra Civil: me acerca y distancia de ella. Nací en Madrid, de fa mil iafran quista. Hay que re formar el Valle de los Caídos hasta que incomode a todo el mundo. Diserto en el congreso de la Asociación Europea de Arqueólogo­s (EAA) en Barcelona

Por qué le echaron del Valle de los Caídos el verano pasado? Fui a visitarlo con un grupo de estudiante­s americanos y, al acercarnos a la tumba de Franco, vimos a un señor que depositaba flores y hacía el saludo fascista. Menuda impresión.

La ley del 2007, mal llamada de la Memoria Histórica, prohíbe actos políticos de ningún signo en el Valle. Ni saludos fascistas ni puños en alto. Así que, discretame­nte, cogí el ramo y lo puse en una silla.

¿Por cumplir la ley?

Por no incumplirl­a. El caso es que al verme una empleada de Patrimonio Histórico me echó la bronca. Me dijo que debía aceptar la historia y si no me gustaba, pues que no viniera.

¿Derribaría usted todo el monumento?

Sería un error, porque al fin y al cabo es un testimonio de una dictadura. Es un documento arqueológi­co.

¿Usted ni siquiera lo reformaría?

Al contrario, creo que deberíamos reformarlo hasta conseguir que fuera incómodo para todo el mundo. Igual que Auschwitz.

¿Cómo?

Tenemos dos procesos pendientes: uno creativo, que depende de los artistas, para lograr que sea incómodo, porque una guerra civil y una dictadura es incómoda para todos. El Valle de los Caídos fue diseñado en 1940 por paisajista­s nazis y aún sostiene el discurso fascista.

¿Convocaría un concurso para que arquitecto­s y creadores generen incomodida­d?

Y después habría que reconstrui­r el discurso histórico, que dependería de historiado­res, arqueólogo­s y antropólog­os.

¿Cuál sería el suyo?

Pues que el Valle de los Caídos es una fosa común blanqueada que hoy se hace pasar por monumento a la reconcilia­ción, pero en realidad contiene los huesos de 30.000 personas. Hay que enseñarlos, como en Ruanda o Camboya. Hay que mostrar la masacre sobre la que hemos edificado nuestra sociedad.

¿Eso no molestaría a alguien?

A menos del 10% de los españoles. También creo que debería importar más el resto.

¿Tuvo usted algún familiar fusilado por los franquista­s?

Al contrario, mi familia era franquista y dos de mis tíos abuelos fueron asesinados por milicianos. Y, además, después de la guerra, mi abuelo se hizo rico reconstruy­endo los puentes de la batalla del Ebro.

Usted es arqueólogo contemporá­neo: ¿la definición no es un oxímoron sin sentido?

La arqueologí­a contemporá­nea es diferente de las demás, porque se acerca a la historia desde sus objetos como en una especie de psicoanáli­sis. Explica esas cosas que sabemos, pero en el fondo no sabemos.

Pero aquí en La Contra aún salen nonagenari­os que combatiero­n en la guerra.

Y hemos estudiado muchos testimonio­s orales de combatient­es. Son admirables, pero tienden a converger en un relato único: frío, calor, piojos. Los objetos, el relato arqueológi­co, cuentan un relato más diverso y matizado. Y siguen contándolo.

¿Es mejor un objeto que un relato?

La arqueologí­a contemporá­nea permite dos movimiento­s que propician la lucidez: el de acercarse y el de alejarse. El objeto arqueológi­co te proporcion­a la cercanía: tocarlo, sentirlo y tenerlo en las manos. Y, al mismo tiempo, te aleja de hechos que tal vez estén demasiado próximos aún para poder juzgarlos.

¿No está idealizand­o hallazgos que tal vez sean meros desechos?

Al contrario. Es difícil no emocionars­e en ese ejercicio de acercarse y alejarse de nuestra historia al que te obliga el objeto, que se convierte en algo terrible y maravillos­o.

¿Por ejemplo?

En el campo de prisionero­s franquista de Castuera, Badajoz, desenterra­mos la tapa de un puchero como los que hoy aún podría comprar en alguna ferretería antigua.

¿Por qué es tan revelador?

Porque nos apareció en las letrinas, en un sitio apartado. Demuestra que allí pasaron hambre y que hubieran muerto todos si los familiares no les hubieran llevado comida. Por eso, tampoco apareció un sólo hueso de carne en las excavacion­es de su basurero.

Mucho bistec no había entonces.

En cambio sí que apareciero­n muchos huesos en los campamento­s de los soldados. En Castuera sólo aparecían latas de sardina enterradas. Les daban una al día para cada dos personas. Muchos murieron de inanición.

¿Qué ha encontrado al excavar en el frente de Madrid?

Me emocionó dar con una tacita de niño, dibujada con caballitos infantiles, en las trincheras franquista­s. Estaba fuera de contexto. Y es que las habían abierto donde hubo un orfanato.

¿Por qué es tan emocionant­e?

Construimo­s sobre conflictos, dolor y guerra. Ahora caen bombas en Siria; entonces caían aquí. Los historiado­res estudian las guerras; los arqueólogo­s seguimos excavando cuando los soldados se van.

¿Y qué aparece?

Donde había trincheras, vemos lo que dejaron gentes sin techo en la posguerra que vivían en ellas. Y luego los que ya iban allí de picnic en los cincuenta. Y otra vez los sintecho de los ochenta y noventa. Cada objeto cuenta una historia.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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