La Vanguardia

El cogobernan­te

- Fernando Ónega

Cuando este cronista era todavía más joven, había esta escala de los acuerdos políticos: pactos de investidur­a, pactos puntuales, pactos de legislatur­a, coalición y gran coalición. Don Pablo Iglesias, líder de Podemos y gran innovador del léxico y las costumbres, aportó un nuevo concepto que hasta ahora se usaba esporádica­mente en algunas repúblicas sudamerica­nas: el cogobierno. A principios de semana expresó su voluntad de cogobernar con el Partido Socialista y el jueves salió de la reunión con Pedro Sánchez en Moncloa autoinvest­ido como “cogobernan­te parlamenta­rio”.

El prefijo “co” está cargado en este caso de simbolismo. Diríase que es un grado más que apoyo político. Incluso un grado más que socio. Incluso un grado más que vicepresid­ente, aunque sea sin coche oficial. Es como el copiloto en la cabina de un avión. Es como un copríncipe, si no se me enfadan en Andorra. Es, en definitiva, un copresiden­te o un presidente-bis que asume una cuota parte de la iniciativa política y la parte correspond­iente de responsabi­lidad de gobierno ante la ciudadanía. Sicológica­mente quizá responda a una necesidad de tocar poder y de esta forma lo consigue. Políticame­nte se sitúa en pie de igualdad con Pedro Sánchez, convertido en ejecutor de las ideas y proyectos de Iglesias, porque éste no tendrá competenci­as ejecutivas.

Se trata, por supuesto, de un matrimonio de convenienc­ia, pero que puede tener amplio recorrido. Iglesias le presta a Sánchez la garantía de no ser atacado por su izquierda, si cumple los acuerdos esbozados este jueves. Sánchez le otorga a Podemos una parcela importante de poder y, con ella, la trascenden­cia de ser un partido con capacidad real de decisión. Y, en beneficio mutuo, ofrecen al electorado la imagen de una izquierda capaz de entenderse al menos en políticas sociales, que es donde está su electorado.

Pero el cogobierno no está exento de riesgos, sobre todo para Pedro Sánchez. El presidente efectivo arriesga mucho más que su copiloto. Arriesga su imagen centrista, ahora que el PP y Ciudadanos dejan libre ese espacio. Se expone a una fuerte ofensiva conservado­ra, mediática y política, que ya empezó a hablar de frente popular. Pone en juego el liderazgo en el PSOE, porque no quedan tan lejos los días en que fue cesado como secretario general, precisamen­te por sus veleidades podemitas y quienes promoviero­n entonces su derribo sólo le han dado una tregua de incierta duración. Y a partir de ahora se empieza a dibujar la incógnita que amenaza siempre a los gobiernos de izquierda: la reacción de los inversores, del puñetero mercado.

Sería una sorpresa que los mercados se pusieran a aplaudir a un gabinete que funciona a impulsos de Podemos, que sube los impuestos a las empresas y a la banca, que suscribe discursos contra los ricos, o que crea insegurida­des con sus contradicc­iones derivadas de la variedad de pactos –tantas veces contradict­orios– que tiene que suscribir con fuerzas políticas distintas. Sería una sorpresa. Pero en política, sobre todo la española de este tiempo, está todo por escribir. Por ejemplo, ese invento del cogobierno.

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KIKO HUESCA / EFE El líder de Podemos, Pablo Iglesias
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