El cogobernante
Cuando este cronista era todavía más joven, había esta escala de los acuerdos políticos: pactos de investidura, pactos puntuales, pactos de legislatura, coalición y gran coalición. Don Pablo Iglesias, líder de Podemos y gran innovador del léxico y las costumbres, aportó un nuevo concepto que hasta ahora se usaba esporádicamente en algunas repúblicas sudamericanas: el cogobierno. A principios de semana expresó su voluntad de cogobernar con el Partido Socialista y el jueves salió de la reunión con Pedro Sánchez en Moncloa autoinvestido como “cogobernante parlamentario”.
El prefijo “co” está cargado en este caso de simbolismo. Diríase que es un grado más que apoyo político. Incluso un grado más que socio. Incluso un grado más que vicepresidente, aunque sea sin coche oficial. Es como el copiloto en la cabina de un avión. Es como un copríncipe, si no se me enfadan en Andorra. Es, en definitiva, un copresidente o un presidente-bis que asume una cuota parte de la iniciativa política y la parte correspondiente de responsabilidad de gobierno ante la ciudadanía. Sicológicamente quizá responda a una necesidad de tocar poder y de esta forma lo consigue. Políticamente se sitúa en pie de igualdad con Pedro Sánchez, convertido en ejecutor de las ideas y proyectos de Iglesias, porque éste no tendrá competencias ejecutivas.
Se trata, por supuesto, de un matrimonio de conveniencia, pero que puede tener amplio recorrido. Iglesias le presta a Sánchez la garantía de no ser atacado por su izquierda, si cumple los acuerdos esbozados este jueves. Sánchez le otorga a Podemos una parcela importante de poder y, con ella, la trascendencia de ser un partido con capacidad real de decisión. Y, en beneficio mutuo, ofrecen al electorado la imagen de una izquierda capaz de entenderse al menos en políticas sociales, que es donde está su electorado.
Pero el cogobierno no está exento de riesgos, sobre todo para Pedro Sánchez. El presidente efectivo arriesga mucho más que su copiloto. Arriesga su imagen centrista, ahora que el PP y Ciudadanos dejan libre ese espacio. Se expone a una fuerte ofensiva conservadora, mediática y política, que ya empezó a hablar de frente popular. Pone en juego el liderazgo en el PSOE, porque no quedan tan lejos los días en que fue cesado como secretario general, precisamente por sus veleidades podemitas y quienes promovieron entonces su derribo sólo le han dado una tregua de incierta duración. Y a partir de ahora se empieza a dibujar la incógnita que amenaza siempre a los gobiernos de izquierda: la reacción de los inversores, del puñetero mercado.
Sería una sorpresa que los mercados se pusieran a aplaudir a un gabinete que funciona a impulsos de Podemos, que sube los impuestos a las empresas y a la banca, que suscribe discursos contra los ricos, o que crea inseguridades con sus contradicciones derivadas de la variedad de pactos –tantas veces contradictorios– que tiene que suscribir con fuerzas políticas distintas. Sería una sorpresa. Pero en política, sobre todo la española de este tiempo, está todo por escribir. Por ejemplo, ese invento del cogobierno.