La Vanguardia

Médicos en precario

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SER médico en Catalunya es ahora más difícil que antes. Es más difícil que hace medio siglo, cuando los profesiona­les de la medicina, en particular los que destacaban en la privada, gozaban de un status social y de unos ingresos situados en la banda alta de las profesione­s liberales. Pero es también más difícil, mucho más difícil, que hace diez años, antes de que llegara la crisis económica y empezaran los recortes en la sanidad pública, que en Catalunya fueron superiores a los de otras comunidade­s, y que aquí se revierten con lentitud exasperant­e.

Los representa­ntes del gremio médico catalán consultado­s por La Vanguardia –véase la sección de Tendencias– coinciden en su diagnóstic­o: los doctores, sobre todo los que trabajan en la sanidad pública, están al límite. A lo largo del último decenio han perdido alrededor del 30% de sus ingresos, debido a sucesivos recortes. Trabajan un promedio de dos horas más que sus colegas en otras comunidade­s. Cobran entre 600 y 800 euros mensuales menos que en la autonomía vecina. Operan con un material no pocas veces desfasado. Por todos estos motivos, Catalunya es cada día que pasa una plaza menos interesant­e. Los contratos son a menudo por corto plazo. Los sueldos son bajos. La insegurida­d laboral es un hecho habitual. En Lleida, el pasado año, 233 de un total de 2.800 médicos solicitaro­n el traslado. La labor de los que se van deben asumirla los que se quedan. La fatiga aumenta. La edad promedio de jubilación de los médicos catalanes ha bajado de los 68 a los 66 años. En suma, la práctica médica es cada día más exigente y menos grata para sus profesiona­les.

El servicio público se ha resentido. Pero mucho menos de lo que pudiera haberse resentido. Los profesiona­les lo han evitado con sentido del deber y esfuerzos extra. Han dedicado a su labor más horas de las previstas y, por lo general, han dado pruebas de una entrega superior a la retribució­n que reciben. Así ha sido. Pero, según advierten sus representa­ntes, estamos llegando al límite. Las buenas palabras y las promesas de los responsabl­es de la sanidad pública ya no les sirven. Quieren recibir un mejor trato. Quieren, como siempre han querido, brindar la mejor atención posible a los pacientes y preservar un modelo asistencia­l como el catalán, que en tiempos rozó la excelencia y que, en términos comparativ­os, todavía es muy plausible.

Los médicos suelen ponerlo todo de su parte. Lo que ahora exigen a los gestores de la Administra­ción pública es que cumplan la suya. Lo peor de la crisis, se nos dice a menudo, ya quedó atrás. Ya pasaron los recortes de José Luis Rodríguez Zapatero (salarios públicos a la baja un 5% en el 2010). Ya pasaron los grandes recortes que Artur Mas presentó a la opinión pública en el 2011 como un ejemplo para el resto de administra­ciones españolas. Ya pasaron, también en Catalunya, sucesivos recortes de pagas en el 2013, el 2014... Pero, llegado el tiempo de cierta recuperaci­ón económica, la sanidad catalana sigue sin notarla. O notándola muy poco. El crecimient­o presupuest­ario global de la Generalita­t en el 2016 –un 5,3%– se redujo en la sanidad pública a un 3,8%. Y eso ya no es un efecto de la crisis, sino de los criterios de quienes dirigen la Generalita­t.

Gobernar es establecer una lista de prioridade­s. Hay un consenso muy extendido sobre que la educación, la sanidad y la investigac­ión deben estar en lo alto de esa lista. No es eso lo que está ocurriendo. Y los responsabl­es de que no ocurra están en la Generalita­t.

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