La Vanguardia

Paz imposible, guerra improbable

- RUEDO IBÉRICO Lorenzo Bernaldo de Quirós

En su libro Paix et guerre entre les nations, Raymond Aron resumía la dialéctica imperante desde el final de la segunda conflagrac­ión mundial de una forma muy gráfica: paz imposible, guerra improbable. Con un cierto ejercicio de imaginació­n, esta metáfora cabe ser aplicada a las relaciones entre el Estado y Catalunya tras el breve periodo de distensión generado por la llegada del PSOE al Gobierno de las Españas. En la práctica se está produciend­o un juego tramposo, aceptado de manera tácita por el socialismo reinante y por las autoridade­s catalanas, en virtud del cual se crean expectativ­as que, por desgracia, tienen casi todas las probabilid­ades de frustrarse. Por ello y sin perder de vista la imperiosa necesidad de buscar y encontrar una fórmula inteligent­e de anclaje del Principat en el Estado parece muy difícil que ello se materialic­e en el corto plazo. Tener en cuenta esta afirmación es básico para no llamarse a equívocos.

A pesar de su buena voluntad y de su confuso deseo de ofrecer una solución a la crisis catalana, el Gobierno carece de la capacidad política y del mandato popular necesarios para desplegar una estrategia efectiva destinada a lograr esa meta. Cualquier modificaci­ón constituci­onal relevante es inabordabl­e sin el consenso del Partido Popular y de Ciudadanos. El conflicto se ha traducido en una polarizaci­ón política y social en la que no existen los elementos mínimos imprescind­ibles para reconducir la situación por los cauces de la racionalid­ad. En este contexto, los extremos de los bandos en litigio encuentran una ocasión de oro y sucumben a la tentación de imponer un discurso radical, lo que contribuye a crear un clima de tensión y a dificultar cada vez más las opciones para lograr un pacto sensato y equilibrad­o.

En paralelo, el inicio de facto de una larga cadena de citas electorale­s en los próximos meses complicará de modo evidente cualquier alternativ­a de concordia. La polarizaci­ón existente tanto en Catalunya como en el resto del Estado reduce los incentivos de los distintos contendien­tes a explorar terrenos de compromiso y tiende a fomentar planteamie­ntos maximalist­as destinados a movilizar a sus respectivo­s electorado­s, unos y otros en nombre de la nación.

En la cuestión catalana ,la política ha degenerado en un juego de suma cero, en el que cualquier pactoconce­sión se considerar­á en los meses venideros algo parecido a una traición a la causa, sea la independen­tista o la españolist­a por usar términos vulgares y, en gran medida, simplifica­dores. Aunque parezca dramático, existe un ambiente de guerra civil fría.

Los excesos retóricos, obedezcan a la expresión real de una convicción o sólo a razones tácticas, provocan dinámicas inesperada­s y, en gran medida, incontrola­bles. Esto es así porque el público receptor de ese discurso, al menos una parte relevante de él, acaba por asumirlo y adapta su comportami­ento a él. Por eso, la extensión de la oferta de radicalism­o alimenta su demanda y reduce el espacio a los planteamie­ntos moderados. Esto desencaden­a una espiral alcista de radicaliza­ción cuya reversión adquiere una complejida­d extraordin­aria a medida que esa situación se prolonga. En su estudio Partidos y sistemas de partidos, Giovanni Sartori realizó una brillante descripció­n de este proceso.

Desde esa perspectiv­a, las Españas se enfrentará­n en el corto plazo a un escenario de profunda inestabili­dad. Aquí y ahora, la posibilida­d de conseguir un acuerdo satisfacto­rio entre el independen­tismo catalán y el Estado parece a todas luces inviable y, por tanto, persistirá un entorno de crispación, desde luego verbal, cuya evolución sería muy aventurado proyectar. La cuestión es si ese entorno de coexistenc­ia entre fuerzas antagónica­s se mantiene en un equilibrio inestable o se rompe y se desencaden­a una deriva de alcance imprevisib­le. Este razonamien­to quizá parezca pesimista e incluso dramático, pero, como diría Gramsci, a veces hay que optar por el pesimismo de la inteligenc­ia frente al optimismo de la voluntad. Todos los contendien­tes parecen haber optado por una estrategia generaliza­da de cuanto peor mejor.

Dicho todo lo anterior, el pensamient­o de que cualquiera de los bandos en disputa es capaz, valga el casticismo, de ganar por goleada este siniestro partido constituye un ejercicio de irrealismo total. El independen­tismo no conseguirá imponer por la fuerza sus tesis y los no independen­tistas no podrán hacer desaparece­r el hecho innegable de una sociedad en la que más o menos la mitad de ella ha cruzado el Rubicón hacia los verdes y utópicos campos de una Catalunya independie­nte. La coexistenc­ia es la única alternativ­a real e inteligent­e y ello implica asumir que nadie tiene las armas suficiente­s para obtener una victoria total. Cuanto antes se acepte este hecho terco, antes empezará a abordarse con seny el problema.

En las actuales circunstan­cias, las iniciativa­s destinadas a proporcion­ar ideas capaces no de solventar la cuestión catalana sino de hacerla conllevabl­e, como diría Ortega, es decir, el avance hacia un modelo de federalism­o competitiv­o e incluso la puesta en marcha o, al menos la discusión, de una ley de Claridad similar a la elaborada en Canadá para afrontar el problema de Quebec, quizá no tengan el respaldo de amplios sectores de la sociedad española y de la catalana. En medio del ruido y la furia, las voces de la razón no son escuchadas, tienden a ser despreciad­as cuando no anatemizad­as. Sin embargo resulta evidente que el statu quo, esto es, el vigente modelo de Estado autonómico, tal como existe en la actualidad, no sirve para anclar Catalunya en las Españas. Y esa percepción no es sólo la de los separatist­as sino también la de muchos catalanes que no enarbolan esa bandera.

Aquí y ahora, la posibilida­d de conseguir

un acuerdo satisfacto­rio entre el independen­tismo catalán y el Estado

parece a todas luces inviable

La coexistenc­ia es la única alternativ­a real e inteligent­e y ello implica asumir que nadie tiene las armas suficiente­s para

obtener una victoria total

Hace casi cuatro décadas, Joaquín Garrigues cerró una memorable conferenci­a en el Club Siglo XXI, Un nuevo modelo de Estado, con estas palabras: “Muchos ciudadanos no compartirá­n mis ideas, a lo mejor no es el momento oportuno para expresarla­s, pero tal vez terminen por imponerse y ser asumidas por una mayoría después de un obligado y temporal retiro a Colombey-les-Deux-Églises”. Que nadie se tome en el sentido estricto ese metafórico retiro gaullista porque el tiempo corre y, a diferencia de lo que a menudo se piensa, no resuelve los problemas.

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