El signo anunciador
El martes estaba sentado en el jardín del hotel Alma, lugar donde la vida barcelonesa transcurre mejor y se pueden interpretar algunos signos. Y fue entonces cuando apareció nuevamente en las alturas ese helicóptero policial que algunos propician para así poder condenarlo después. Es una táctica ya muy habitual en esta Catalunya de ahora mismo. El martes, el ruido que provocaba el helicóptero, además de mortificar a la ciudadanía y alarmar a dos turistas estadounidenses, concretamente de Chicago, servía para recordar que el discurso que horas más tarde iba a leer Quim Torra en el Teatre Nacional de Catalunya podría ser explosivo. Falsa alarma, claro.
O sea, que mientras apuraba un café y pensaba en el anunciado discurso, titulado El nostre moment, me preguntaba cómo debía interpretar cierta imagen que TV3 nos ofreció involuntariamente hace unos días. Me refiero al instante en que Torra acababa de ser entrevistado por Lídia Heredia. Fue entonces cuando apareció en pantalla un técnico luciendo un cómodo y estival calzón corto. Nada es casual. Aquel irreverente calzón corto que arruinó sin pretenderlo la figura más abacial que presidencial de Torra, y que no creo haber imaginado, tuvo que ser un signo. El martes, en el hotel Alma, en una mesa contigua a la que yo ocupaba, reinaba Lluís Prenafeta, que parece estar paladeando con gran fruición el caos actual que sufre Catalunya. A punto estuve, pues, de acercarme a su mesa y hablarle de lo que yo considero un signo, pero me contuve.
Responsabilizar a la periodista Mònica Terribas, nada sospechosa en el tema que nos ocupa, de plantear el tema de abrir las cárceles a los políticos catalanes presos no es un signo sino simple y aparente cobardía de Torra, porque no creo que se pactara la fabricación de la bomba informativa y su posterior explosión. De modo que, aunque parezca que frivolice, creo que sólo el calzón corto del técnico de TV3 puede considerarse un verdadero signo, que aún no he sabido interpretar.
Antes de subir al escenario del TNC, vi a Quim Torra parapetado, como casi siempre, tras uno de aquellos portafolios que usaban los viejos administrativos. Pero, pese a que lo intentaba, no podía olvidarme del calzón corto del técnico de TV3. Porque, insisto, aquel calzón fue un signo anunciador. Por eso me sigue interesando más que el discurso de Torra, aprendiz de fingidor y, como muestra una fotografía, seductor involuntario de monjas. Además, este hombre de sonrisa meliflua es incapaz de sorprender porque nunca propone sino que impone. Sigue, pues, sin entender aquello que Unamuno le dijo a aquel siniestro militar franquista, tuerto, cojo y manco. Ya saben: una cosa es vencer y otra, convencer. Torra, antiguo vendedor de seguros, debería saber que no hay convencimiento sin previa persuasión. Eso es algo que saben hasta los estafadores más primarios.
Sus escribidores deberían decirle que para citar a Martin Luther King hay que demostrar o aparentar coraje y sobre todo tener razón.
Torra, antiguo vendedor de seguros, debería saber que no hay convencimiento sin previa persuasión