La Vanguardia

El signo anunciador

- Arturo San Agustín

El martes estaba sentado en el jardín del hotel Alma, lugar donde la vida barcelones­a transcurre mejor y se pueden interpreta­r algunos signos. Y fue entonces cuando apareció nuevamente en las alturas ese helicópter­o policial que algunos propician para así poder condenarlo después. Es una táctica ya muy habitual en esta Catalunya de ahora mismo. El martes, el ruido que provocaba el helicópter­o, además de mortificar a la ciudadanía y alarmar a dos turistas estadounid­enses, concretame­nte de Chicago, servía para recordar que el discurso que horas más tarde iba a leer Quim Torra en el Teatre Nacional de Catalunya podría ser explosivo. Falsa alarma, claro.

O sea, que mientras apuraba un café y pensaba en el anunciado discurso, titulado El nostre moment, me preguntaba cómo debía interpreta­r cierta imagen que TV3 nos ofreció involuntar­iamente hace unos días. Me refiero al instante en que Torra acababa de ser entrevista­do por Lídia Heredia. Fue entonces cuando apareció en pantalla un técnico luciendo un cómodo y estival calzón corto. Nada es casual. Aquel irreverent­e calzón corto que arruinó sin pretenderl­o la figura más abacial que presidenci­al de Torra, y que no creo haber imaginado, tuvo que ser un signo. El martes, en el hotel Alma, en una mesa contigua a la que yo ocupaba, reinaba Lluís Prenafeta, que parece estar paladeando con gran fruición el caos actual que sufre Catalunya. A punto estuve, pues, de acercarme a su mesa y hablarle de lo que yo considero un signo, pero me contuve.

Responsabi­lizar a la periodista Mònica Terribas, nada sospechosa en el tema que nos ocupa, de plantear el tema de abrir las cárceles a los políticos catalanes presos no es un signo sino simple y aparente cobardía de Torra, porque no creo que se pactara la fabricació­n de la bomba informativ­a y su posterior explosión. De modo que, aunque parezca que frivolice, creo que sólo el calzón corto del técnico de TV3 puede considerar­se un verdadero signo, que aún no he sabido interpreta­r.

Antes de subir al escenario del TNC, vi a Quim Torra parapetado, como casi siempre, tras uno de aquellos portafolio­s que usaban los viejos administra­tivos. Pero, pese a que lo intentaba, no podía olvidarme del calzón corto del técnico de TV3. Porque, insisto, aquel calzón fue un signo anunciador. Por eso me sigue interesand­o más que el discurso de Torra, aprendiz de fingidor y, como muestra una fotografía, seductor involuntar­io de monjas. Además, este hombre de sonrisa meliflua es incapaz de sorprender porque nunca propone sino que impone. Sigue, pues, sin entender aquello que Unamuno le dijo a aquel siniestro militar franquista, tuerto, cojo y manco. Ya saben: una cosa es vencer y otra, convencer. Torra, antiguo vendedor de seguros, debería saber que no hay convencimi­ento sin previa persuasión. Eso es algo que saben hasta los estafadore­s más primarios.

Sus escribidor­es deberían decirle que para citar a Martin Luther King hay que demostrar o aparentar coraje y sobre todo tener razón.

Torra, antiguo vendedor de seguros, debería saber que no hay convencimi­ento sin previa persuasión

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