La Vanguardia

Inundacion­es

- Sergi Pàmies

Televisión Española en Catalunya tiene un lema con segundas: “En català i per a tots”. Es un modo de decir que las otras cadenas en catalán no son para todo el mundo. No hace falta ser Sherlock Holmes para intuir que el mensaje se refiere a TV3 y subraya la acusación de pérdida de pluralidad. La redacción del lema, no obstante, denota una debilidad, ya que sería más correcto decir “per a tothom” y, de paso, tener en cuenta que la teórica falta de pluralidad tiene mucha más audiencia que la parrilla catalana de TVE. Por suerte, los programas viven al margen de estas riñas, como Noms propis, presentado por Anna Cler, que el otro día invitó al cocinero-científico Miguel Sánchez Romera. Es un personaje con cosas que contar y que no tiene demasiado en cuenta el tempo que se le atribuye a la televisión. Más académico que mediático, desarrolla argumentos de una pedagogía inusual sobre la cocina y el placer de comer y establece conexiones insólitas entre neurología y paladar. Al definir el entusiasmo que provoca la cocina japonesa, evita el papanatism­o y habla de la gastronomí­a japonesa como la aspiración a la armonía y la neutralida­d mientras que la china se centra en la obtención del mejor gusto posible. Acostumbra­dos a una rotación de cocineros mediáticos que tiende a repetirse, la presencia de Sánchez Romera se agradece aunque los índices de audiencia no sean la expresión de un interés mayoritari­o.

PAÍSES BAJOS. En días de lluvia torrencial, ver la serie holandesa Als de dijken breken (Inundación) reconforta o asusta. Sinopsis: una tormenta ataca la costa de Bélgica y de Holanda. La verosimili­tud de las imágenes, filmadas en el más puro estilo de cine catastrofi­sta, impresiona. Vemos a surfistas despeñándo­se contra edificios o señales de tráfico golpeando peatones y todas las variantes de viento y lluvia. Como son países con zonas por debajo del nivel del mar, la gravedad es doble

No hace falta ser Sherlock Holmes para intuir que el mensaje se refiere a TV3

y obliga a los gobiernos a compartir un estado de emergencia que se contagia al espectador. Los diques ceden, las alarmas se activan. Entre los políticos, un dilema: evacuación o crisis económica. Holanda decide no evacuar y se impone una segunda duda: según el protocolo, las familias de los políticos del comité de crisis deben ser evacuadas. El líder del comité impone la doctrina de no evacuar y no hacer uso de un privilegio que, dadas las circunstan­cias, sería interpreta­do como un escándalo. La voz en off va anunciando el progreso de la amenaza y se trenzan pequeñas tramas que interfiere­n en el drama de la catástrofe y de la adrenalina de un posible empeoramie­nto de la tormenta. La selección de personajes es exquisita. El elemento inteligent­e de la serie aparece cuando un familiar de un gobernante es evacuado preventiva­mente y provoca un foco de pánico. Hay, también, situacione­s más personales, como la de un hombre que le anuncia a su mujer que se quiere divorciar. Pero los elementos interfiere­n hasta el punto de que, mientras carga las maletas en el coche para largarse, su mujer le dice una verdad absoluta: “Hoy no vamos a poder divorciarn­os”.

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