La Vanguardia

‘Escape room’

- David Carabén

Dice que Luis Enrique, en una de sus primeras decisiones como entrenador de la selección española, llevó a los jugadores en una escape room. Me pareció del todo apropiado, si atendemos en el país y la época en que vivimos. Ayer mismo tuve la ocasión de comentarlo con los amigos presos en Lledoners. En este país todo funciona al revés: si en una manifestac­ión que tú no has convocado, invitas a la gente a volver a casa, te meten en chirona. O si cantas según qué. En España, el derecho a la libertad de expresión es lo que tiene, quien no piensa como tú, a impedir que digas la tuya. Si aspiras a presidente del gobierno, puedes falsear tu expediente académico. No hace falta que estudies inglés. Ya no digamos catalán, ni vasco. Ahora resulta que si quieres entrar en la directiva de Bartomeu, puedes estar en contra del derecho a decidir de los catalanes. Es decir, en contra de lo que supuestame­nte defendía esta misma junta. Peor todavía, puedes estar incluso inhabilita­da para ejercer cargos públicos hasta el 2022, como Marta Plana, flamante responsabl­e del “Barça Innovation”. Yo no he entrado nunca en una escape room yno tengo ni idea de cómo debe ir la cosa. Pero siempre que me imagino encerrado contra mi voluntad, me entra la duda: ¿qué estrategia utilizaría para superarlo? ¿Me evadiría mentalment­e o, al contrario, me compromete­ría con la realidad inmediata para conseguir la libertad? Rápidament­e me viene a la memoria el conde de Montecrist­o, rascando día tras día el contorno de un bloque de piedra y aquella película maravillos­a de Robert Bresson: Un condamné à mort s’est échappé. El condenado a muerte tiene que conocer centímetro a centímetro su celda si la quiere trascender. De hecho, la cultura

La principal función de las prisiones es hacernos creer, a los que vivimos fuera, que somos libres

humanista se basa en este principio de realidad. Para superarla, te tienes que ensuciar las manos. Este verano lo leía en la fantástica biografía de Walter Isaacson sobre Leonardo Da Vinci. Para pintar la sonrisa más célebre de la historia del arte, el artista diseccionó cadáveres, estudió los músculos de la cara y conoció las leyes de la perspectiv­a. Tengo la idea de que el fútbol también es una forma muy básica y al mismo tiempo muy compleja del humanismo. Surge de la misma fábrica grasienta que la imprenta, el ferrocarri­l, el cine o el automóvil. Para aprender a jugarlo, antes tienes que entender cómo funciona el ser humano, cómo corre, cómo descuida la espalda, cómo de condiciona­do está por su complexión física, cómo se abren y se cierran los espacios entre los adversario­s, qué nos seduce y por qué, cuándo y cómo, nos dejamos engañar. Tan evidente es que sólo si aprendes a hablar catalán podrás decir “t’estimo” como que la principal función de las prisiones es hacernos creer, a los que vivimos fuera, que somos libres.

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