La Vanguardia

El triste papel de Rudy Giuliani

- Juan M. Hernández Puértolas

Pudo ser, de hecho lo fue, un héroe estadounid­ense como el recienteme­nte fallecido John McCain. Fue en los años ochenta del siglo pasado un fiscal de distrito implacable y sumamente efectivo; en un país enamorado de las estadístic­as, se recuerda que ganó 4.152 casos y tan sólo perdió 25. Sus procesos contra la Mafia fueron históricos, convirtién­dose asimismo en el terror de los corruptos de Wall Street, desde Ivan el terrible Boesky a Michael Millken, el rey de los bonos basura.

Como alcalde de Nueva York (1994-2001), transformó la ciudad de los rascacielo­s tanto desde el punto de vista de la seguridad ciudadana como en el terreno fiscal, reduciendo en un 70% la criminalid­ad, propiciand­o la creación de 400.000 puestos de trabajo y obteniendo un sustancial superávit presupuest­ario, al margen de un lavado de cara en profundida­d, que transformó de raíz lugares hasta entonces sórdidos y peligrosos como Times Square en renovados puntos de destino del turismo familiar.

Pero sin ningún género de dudas, el momento más glorioso de Rudolph William Louis Giuliani, neoyorquin­o nacido en Brooklyn en mayo de 1944, fue cuando proclamó ante las ruinas humeantes del World Trade Center en las horas posteriore­s a los ataques terrorista­s del 11 de septiembre del 2001: “Mañana Nueva York seguirá estando aquí, vamos a reconstrui­r y vamos a ser más fuertes que antes; quiero que la gente de Nueva York sea un ejemplo para el resto del país y para el resto del mundo de que el terrorismo no conseguirá pararnos”.

Curiosamen­te, aquel fatídico día debían celebrarse elecciones primarias para designar a su sucesor al frente de la alcaldía, que obviamente fueron aplazadas. Pero en las semanas que transcurri­eron hasta ceder el testigo a su sucesor, Michael Bloomberg, Rudy Giuliani se convirtió en el alcalde de América, poniéndose al frente de los equipos de reconstruc­ción de la llamada zona cero e insuflando increíbles dosis de autoestima a sus conciudada­nos neoyorquin­os y estadounid­enses. “Suerte que tuvimos a Rudy”, declaró el presidente George W. Bush, avalando las numerosas distincion­es que recayeron sobre el alcalde, entre las que destacan la orden de Caballero Comendador del imperio británico que le impuso personalme­nte la reina Isabel II o el premio Libertad (Freedom award) Ronald Reagan.

Lo cierto es que, a partir de entonces, su carrera empezó a dar tumbos, hasta culminar en su actual papel, más bien patético, de defensor a ultranza de Donald Trump. Ya en el año 2000 tuvo que abandonar la campaña para un escaño en el Senado por el estado de Nueva York porque se le diagnostic­ó un cáncer de próstata del que se recuperó posteriorm­ente. Ese escaño fue finalmente a parar, ironías de la historia, a la por aquel entonces primera dama, Hillary Clinton.

El hombre del que se dice que las cinco grandes familias mafiosas neoyorquin­as pusieron un precio de 800.000 dólares por su cabeza intentó abrirse camino en el sector privado, la banca de inversione­s, la consultorí­a y los servicios de seguridad antes de aterrizar en la abogacía, que parece ser ahora su principal actividad. En el año 2007 las encuestas le daban las mayores preferenci­as para conseguir la nominación republican­a en las presidenci­ales del año siguiente, pero decidió saltarse los primeros envites y jugárselo todo a una carta: las primarias de Florida. Le salió mal. Barrido por John McCain y Mitt Romney, apenas llegó al 15% de los votos, y dejó la campaña al día siguiente, 30 de enero del 2008.

Su azarosa vida sentimenta­l no tiene nada que envidiar a la de Trump. Lo de menos es que se haya casado y divorciado tres veces, lo realmente notable es que anunciara la separación de su segunda esposa en una rueda de prensa sin avisar

Tras los atentados del 11-S se convirtió en ‘el alcalde de América’, pero luego su carrera empezó a dar tumbos

previament­e a la afectada o que afirmara públicamen­te que mal podía ser infiel a su cónyuge si el tratamient­o contra el cáncer de próstata le había dejado temporalme­nte impotente.

En su apasionada defensa de Trump, que no le ha dado cargo relevante alguno, Giuliani ha sido noticia el pasado mes de agosto por declarar al periodista Chuck Todd en un programa de máxima audiencia –Meet the Press, de la cadena NBC– que “la verdad no es la verdad”. Quiso aclarar tan extraordin­aria afirmación en el sentido de que, cuando alguien dice blanco y el otro dice negro, es la palabra de uno contra la del otro, pero el mal ya estaba hecho. Quo vadis, Rudy?

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PAVLO PALAMARCHU­K / EFE Popular en Ucrania. La comunidad judía de la ciudad ucraniana de Uman ha colgado un cartel a favor de Trump
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