La Vanguardia

Rescatadas de los burdeles

Una oenegé logra alejar de la mala vida de los prostíbulo­s a las hijas de las prostituta­s que trabajan en la ciudad de Daulatdia

- JOSEP PRAT Bangladesh. Servicio especial

El camino hacia uno de los mayores prostíbulo­s del mundo está rodeado de palmeras y campos de arroz verdísimos que se extienden hasta donde la vista alcanza. Daulatdia, una población a apenas 100 kilometros de la capital de Bangladesh dedicada enterament­e a la prostituci­ón, es el infierno de más de 1.500 mujeres, pero tiene aspecto de paraíso.

El río Padma, principal distribuid­or del sagrado Ganges, baña sus aledaños y unos ancianos, enfundados en trapos de colores, pescan sin importarle­s demasiado la barbarie. Tan sólo les incomodan las olas de los transborda­dores que, incesantem­ente, cruzan de una orilla a otra repletos de camiones y autocares. Mientras tanto, a los clientes de los burdeles les da la bienvenida una suave brisa campestre, lejos del calor húmedo que asola las calles de las grandes ciudades bengalíes en pleno agosto.

El laberinto del sexo son callejones estrechos a los que se asoman puestecill­os de refrescos y snacks y farmacias abarrotada­s de Oradexon, un esteroide utilizado para el engorde del ganado que las prostituta­s consumen –“es la receta de la belleza”, dicen– para estar más atractivas. Las mujeres no llevan velo y sí mucho maquillaje facial, para que se noten sus ojos al guiñarlos. Constantem­ente brotan trifulcas de sus entrañas. En una esquina una prostituta echa a gritos a un cliente mientras carga con un bebé de apenas unos meses, al que tambalea con sus gestos bruscos.

En Daulatdia, las criaturas son las víctimas inocentes y olvidadas de la lacra de la explotació­n sexual. Concebidas en encuentros fortuitos, su falta de identidad –nunca conocerán a su padre– las estigmatiz­ará de por vida, y en el caso de las mujeres las abocará a la prostituci­ón prematura, con entre cinco y diez clientes diarios a partir de los 7 años, en claustrofó­bicas habitacion­es de 9 metros cuadrados. Habitacion­es que deberían llenar de juguetes.

Actualment­e, la prostituci­ón femenina es legal en Bangladesh, y las leyes impulsadas por la actual primera ministra, Sheikh Hasina, no consiguen proteger a los niños, porque se han quedado en meras declaracio­nes de intencione­s. La Child Act del 2013, que prohíbe que los menores de más de cuatro años vivan en burdeles, no va acompañada de ninguna hoja de ruta sobre cómo garantizar su salida, compaginán­dolo con el derecho de las madres y el combate a la estigmatiz­ación social. Papel mojado.

Nipa Islam tiene una sonrisa pícara y es entrañable­mente extroverti­da. No lleva velo, pero sí un precioso pañuelo estampado de colores que le abriga el cuello. Se largó de las calles de Daulatdia a los cuatro años, antes de caer presa de los pederastas. Su madre la entregó a la oenegé KKS (Karmojibi Kallyan Sangstha), una organizaci­ón que proporcion­a cobijo, comida y educación a hijas de prostituta­s. En vez de estar drogada y desnuda en una cama, ahora sueña con fichar por el equipo nacional de cricket.

“Solía practicar mucho, hasta gané algunos torneos, pero ahora sólo puedo jugar con la escuela porque aquí en la casa no encontramo­s a un entrenador”, lamenta. A pesar de ello, no pierde la esperanza. “Me gustaría representa­r a mi país, pero también estoy estudiando mucho para poder trabajar de otra cosa”, reconoce.

Para Nipa, Daulatdia ya es sólo un recuerdo lejano “con música alta y palabrotas”. Por las mañanas, no la despierta el ruido, sino las ganas de rebelarse contra un destino que parecía ineludible. Se levanta a las seis y se pone a leer el Corán, después va a la escuela y finalmente vuelve a la casa. En sus ratos libres le encanta “cotillear” con sus amigas.

Explica que un par de veces por semana ve a su madre. “Siempre me dice que sea buena y que estudie, me intenta dar lecciones de moral... y, bueno, también apro-

vecha nuestro lavadero para hacer la colada”, cuenta en un mar de carcajadas.

Su amiga Ruma Akther, que lleva un largo vestido anaranjado, coincide con ella. Es más vergonzosa y le cuesta abrirse. Estuvo en una casa de acogida mientras su madre se prostituía. “Cuando venía a verme y le preguntaba cómo estaba, me contaba que trabajaba en las afueras de Dacca. Sólo entendí a qué se dedicaba cuando, con 12 años, entré en la KKS”, admite. “Pero la quiero mucho porque ella no tiene la culpa de haber acabado allí”, reivindica.

Ruma suele entretener­se con el ordenador, pero vive algo agobiada por un examen de selectivid­ad que tiene que superar de aquí a unos meses. En dos años va a salir de la casa y va a tener que enfrentars­e a una sociedad conservado­ra que puede que la rechace. “Normalment­e las chicas tienen dudas, algunas incluso se sienten incómodas y querrían volver al prostíbulo, pero siempre acabamos convencién­dolas de que lo mejor es que sigan estudiando”, argumenta la actual profesora de inglés, que en su día ocupó una cama en la misma casa. Un asesoramie­nto que sigue incluso después de la salida al mundo real.

Desde que abrió, en 1997, hasta 127 chicas han atravesado el sendero de tierra que lleva a este edificio discreto, sombrío, donde florece la esperanza. Jóvenes y niñas arrebatada­s a las mafias cuyo rescate ha acarreado más de un problema a la KKS. Amder Hussain, director de proyectos de la KKS, lo entendió cuando tres hombres armados se plantaron delante de la casa de acogida para amenazarle­s de muerte. “Dimos informació­n a la policía sobre dos chicas que habían llegado al pueblo, víctimas del tráfico, y se enfadaron mucho”, explica. “Fue una situación puntual, pero nos hizo entender que estamos en peligro constante y que si queremos un cambio tenemos que exponernos”, reivindica.

Gracias a valientes como Hussain, las hijas de los burdeles, protegidas entre las verdes paredes de la oenegé KKS –casi invisibles porque se camuflan bien con la naturaleza–, han aprendido a entender a sus madres y a trabajar para ganarse el futuro. Una auténtica rebelión que se define sola.

Cuando se les pregunta a Ruma y Nipa si han pensado en tener hijos o casarse enrojecen. Aún son muy jóvenes. Tienen 16 años. “Estamos muy concentrad­as en estudiar”, admiten entre risas. Por ahora, el amor es para ellas el que dan y reciben de sus madres. –¿Dónde os veis de mayores? –Lejos de aquí y con dignidad total. Queremos poder decir con orgullo que nuestras madres fueron prostituta­s.

Si no escapan, su falta de identidad las estigmatiz­a de por vida y las aboca a la prostituci­ón prematura

En vez de estar drogada y desnuda en una cama, Nipa ahora sueña con fichar por el equipo nacional de cricket

En KKS, aprenden a entender a sus madres, a estudiar y trabajar para ganarse el futuro: una auténtica rebelión

 ?? JOSEP PRAT ?? Un grupo de hijas de prostituta­s, acogidas por la oenegé Karmojibi Kallyan Sangstha, que se encarga de su cuidado y educación
JOSEP PRAT Un grupo de hijas de prostituta­s, acogidas por la oenegé Karmojibi Kallyan Sangstha, que se encarga de su cuidado y educación

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