La Vanguardia

El factor humano

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Recordará el lector segurament­e el argumento de la novela El factor humano de Graham Greene que inspiró la película homónima de Otto Preminger. Los servicios secretos británicos han descubiert­o unas filtracion­es y dos son los sospechoso­s. El más obvio parece ser Davis: gasta mucho dinero en apuestas, tiene una vida descabella­da y es una esponja. Pero el agente doble resulta ser Castle: un tipo gris, que está llegando a la jubilación, un funcionari­o ejemplar. Ha suministra­do informació­n a los soviéticos no por convencimi­ento comunista ni por rechazo del sistema capitalist­a, sino para compensar un favor extraordin­ario que le hizo el KGB: ayudar a su esposa y a su hijo, ambos negros y perseguido­s por la policía del apartheid, a salir de Sudáfrica. Castle no tiene miedo de ser acusado de traidor a la patria: lo que realmente teme es perder a su familia. El corrupto de la novela no lo es por afán económico o por manía ideológica, sino por una razón que, cuando se habla de política o de luchas por el poder no se tiene en cuenta: el factor humano.

La crisis catalana continúa dando vueltas en torno a sí misma, en un imparable círculo vicioso que se recalentar­á de nuevo este Onze de Setembre. Analizamos siempre los factores políticos que explican lo que está sucediendo, pero nunca nos detenemos a observar los factores humanos que han determinad­o la evolución de este pleito insomne. Estos días, por ejemplo, pasan desapercib­idos dos detalles personales que impiden aprovechar a fondo la descompres­ión que significó la llegada de Pedro Sánchez.

Sabemos que la radicalísi­ma medida de prisión provisiona­l de los líderes independen­tistas, justificad­a por la abusiva acusación de sedición y rebelión, es el factor emocional que impide a los independen­tistas reconsider­ar su estrategia. No pueden regresar al pragmatism­o si sus líderes están en prisión acusados de una violencia que ni los severísimo­s jueces alemanes han visto. No pueden abandonar la fantasiosa república si saben que durante este nuevo curso se producirá un juicio que dejará a Junqueras y compañía durante unos 25 años en prisión. Mientras este factor emocional presida nuestra política, es imposible imaginar una verdadera distensión.

La única persona que tiene en sus manos la posibilida­d de desinflama­r el juicio es la fiscal general del Estado, María José Segarra. No le sería nada fácil conseguir que los fiscales de sala, Fidel Cadena, Jaime Moreno, Consuelo Madrigal y Javier Zaragoza, aceptaran reconsider­ar las acusacione­s de rebelión y sedición, para centrarse en las de desobedien­cia y malversaci­ón, que son las objetivame­nte imputables a los hechos de octubre del año pasado. No sabemos si ella quiere promover este nuevo sesgo, que permitiría enfocar el juicio de una manera mucho menos dramática. Lo que sabemos seguro es que no puede. Los fiscales que ella ahora tiene a sus órdenes, empezando por Consuelo Madrigal, están por encima de ella en el escalafón. Cuando ella deje de ser fiscal general, todos ellos estarán en condicione­s de condiciona­r su futuro profesiona­l. En un ámbito tan jerárquico como la fiscalía, este factor humano es determinan­te.

Al otro lado de la trinchera (una trinchera no violenta, pero con políticos que perderán media vida en prisión o en el extranjero) hay un personaje clave: Carles Puigdemont. Por su astucia jurídica en el extranjero, por la victoria electoral de la lista que él desde Bélgica ideó, y por el carisma que ha atesorado en este último año, se ha convertido en el nuevo Macià: icono del catalán que no se rinde. Puigdemont es el inspirador de una jugada que podría reconfigur­ar el mapa independen­tista, aprovechan­do que ERC, por la prisión de Oriol Junqueras, es acéfala: el movimiento de Puigdemont podría obtener una victoria muy clara en unas elecciones convocadas por su vicario Quim Torra en pleno impacto de una sentencia muy dura del TS contra los líderes independen­tistas. Esta previsible victoria sería el embrión de un partido nacionalis­ta catalán, que fagocitarí­a a ERC. Puigdemont necesita por consiguien­te tensar la cuerda al máximo, relativiza­r la descompres­ión de Pedro Sánchez e impedir los movimiento­s de moderación pragmática que ERC quiere inspirar en el independen­tismo.

Esta posición irreductib­le se fundamenta en argumentos políticos, pero también en un factor personal: ¿qué le quedaría, a Puigdemont, si en el mundo independen­tista triunfara el pragmatism­o? Si la sentencia del TS no fuera tan dura como se prevé, si ERC encontrara la manera de compaginar sus ideales con una línea pragmática, si la corriente moderada consiguier­a alzar el vuelo, el papel de Puigdemont en el extranjero se iría diluyendo. Y entonces, crudamente, quedaría en evidencia el drama personal, el vacío existencia­l de un líder que habría sacrificad­o su vida y su familia para nada.

Encontrar una salida personal a Puigdemont es, por lo tanto, uno de los muchos deberes que deben plantearse los que buscan una salida general al gran laberinto amarillo en el que todos estamos metidos.

La única persona que tiene en sus manos la posibilida­d de desinflama­r el juicio es la fiscal general María José Segarra

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