La Vanguardia

Querer y poder

- Enric Sierra

Volem acollir” (Queremos acoger). Este fue el lema que se oyó en febrero del año pasado en Barcelona durante la gran manifestac­ión que reclamaba al Gobierno el cumplimien­to del compromiso adquirido con Europa para la acogida de refugiados. Dos años antes, el nuevo Consistori­o barcelonés había presentado la capital catalana como ciudad refugio y anunció recursos materiales y humanos para acoger a los refugiados de la guerra de Siria. Barcelona sigue sin tener noticias de esos refugiados. Lo que más se ha parecido ha sido el espectácul­o mediático del desembarco de un grupo de personas rescatadas en el mar este verano.

Mientras tanto, un goteo incesante de inmigrante­s ha entrado en Barcelona por la puerta de atrás, sin luces, cámaras ni ruedas de prensa de lucimiento. Buena parte de ellos son menores que han cruzado el Estrecho y que son enviados a Catalunya sin avisar. Según datos oficiales, estos menores ya suman 2.200 –el triple del año pasado– y la Generalita­t admite que está desbordada porque no sabe dónde colocarlos y no tiene suficiente­s profesiona­les ni recursos para atenderlos. Tanto es así que se han visto obligados a alquilar numerosas casas de colonias por largos periodos de tiempo para darles cobijo y, en muchos casos, los Ayuntamien­tos han tomado la misma medicina que recibió la Generalita­t porque no son advertidos por el Govern de la llegada de los menores hasta que ya están instalados. Fuentes conocedora­s de este proceso explican que esta política de hechos consumados se aplica para evitar el rechazo de los municipios.

¿En qué habíamos quedado? Queremos acoger, sí. Pero no podemos hacerlo de forma chapucera. Venimos hablando de la voluntad de acoger desde hace años y, a la vista de lo que está sucediendo, no estamos preparados para recibir a los inmigrante­s. Hacemos

La llegada de migrantes ha demostrado que la Catalunya del “Volem acollir” no se había preparado y está desbordada

un flaco favor a estas personas que reciben una atención inadecuada y en el caso de los menores, su situación se agrava cuando cumplen la mayoría de edad y se quedan literalmen­te en la calle. Manifestar­nos como sociedad de acogida queda muy bien porque es muy humano y solidario, pero los gobiernos tienen la obligación de hacer los deberes para evitar que se provoque un efecto muy negativo cuando la acogida se da en malas condicione­s como ahora.

Ha quedado claro que por mucha buena voluntad que tengamos no estamos preparados y se ha demostrado con tan sólo 2.000 inmigrante­s. ¿Qué pasaría si nos enviaran a todos los que se reclamaban? Por si fuera poco, esta situación de improvisac­ión absoluta también empieza a acarrear problemas de convivenci­a en algunos de los municipios que se han convertido, por sorpresa, en pueblos de acogida. Sólo nos faltaba esto. La pésima gestión de este asunto está alimentand­o la xenofobia cuya sombra vemos que se extiende a gran velocidad en casa de nuestros vecinos europeos con consecuenc­ias políticas y sociales imprevisib­les.

Una cosa es querer y otra poder. En este caso, querer hacer un bien sin poder ha generado un problema para los inmigrante­s y para la población cada día más molesta. Un desastre.

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