La historia de Naomi Osaka
Sólo Serena Williams podía convertir su comportamiento en la pista durante la final del Abierto en un caso de sexismo. Iba perdiendo y al principio del segundo set, Carlos Ramos, árbitro del partido, le dio una advertencia por coaching (recibir consejos del entrenador). Serena se dirigió a Ramos y le dijo: “Yo no hago trampas”. (Tras el partido su entrenador reconocería que sí le había enviado gestos).
Cuando Osaka le recuperó un break, Williams, enrabiada, destrozó la raqueta. Recibió otra amonestación, y como era la segunda, le costó un punto. Serena vuelve a quejarse a Ramos, introduciendo el tema de la maternidad. “No recibí coaching. Tengo una hija y defiendo lo que es justo. Me debes una disculpa”. El juego prosigue y Osaka vuelve a romper. Serena se pasa el descanso arremetiendo contra el árbitro. “Nunca jamás estarás en una de mis pistas. Eres un mentiroso. Insinuaste que soy una tramposa y me quitaste un punto. Eres un ladrón”. Hasta ahí llega la paciencia de Ramos, que la penaliza por abuso verbal. Esta vez pierde el juego.
Las tres violaciones del código de conducta le han costado un total de 14.700 euros, pero en las redes sociales y en gran parte de la prensa americana la han ensalzado como estandarte de los derechos de las mujeres. Nada hubiera pasado si Williams hubiera mantenido la calma, pero es obvio que pretendía desestabilizar y frenar la racha de buen juego de su rival.
Su maestría fue darle la vuelta a su lamentable comportamiento y convertirlo en un asunto de sexismo, aunque no era la primera vez que un tenista perdía un juego por abuso verbal. En el Open de 1987, John McEnroe ya recibió penalizaciones que le costaron un set por increpar a un árbitro.
El sábado, con lágrimas de ira, Serena atendió a la prensa rodeada por su hermana, su representante y su agente de prensa, que rompieron a aplaudir cuando la finalista dijo: “Estoy aquí defendiendo los derechos de las mujeres”. Ahora hasta Billie Jean King se pone de su lado.