La Vanguardia

La Liga de Naciones en Catalunya

- Sergi Pàmies

Ni siquiera un partido jugado en Wembley contra Inglaterra altera la percepción de que la selección española tiene, en Catalunya, un seguimient­o geográfica y emocionalm­ente desigual. Quizás porque la competició­n se denomina Liga de Naciones y Catalunya se siente nación aunque no pueda tener representa­ción oficial, hace tiempo que la resonancia de la selección acaba presentand­o una estructura parecida a la de esas croquetas aparenteme­nte fritas pero con el alma congelada. Hay muchos catalanes adeptos al equipo que hoy entrena Luis Enrique, sí, pero también miles de huérfanos y desafectos.

Entre las cosas que, como diría un tertuliano, “han venido para quedarse” hay un sentimient­o que es cada vez más de indiferenc­ia y menos de menospreci­o. Ya no se trata de fardar de un énfasis nacional como el de los independen­tistas que en la final de España del Mundial de Sudáfrica se pusieron la camiseta de Holanda y se reunieron con sus compatriot­as de reacción (en un lugar tan paradójico como el Poble Espanyol) para animar al equipo de Robben. Ahora muchos aficionado­s catalanes aprovechan los días en los que juega la selección española para colocar en su agenda todo lo que el calendario de clubs no les permite colocar el resto del año. Desde bodas a bautizos o aniversari­os pasando por mudanzas, no les persigue la sensación de estar sacrificán­dose. Entienden que lo que le pueda pasarle a la selección no pertenece a su ámbito de militancia sentimenta­l y, en consecuenc­ia, lo destierran de su jerarquía de prioridade­s.

Los que aún adoptamos la geopolític­a de las camisetas y las identidade­s efervescen­tes enseguida lo notamos. Debe ser la prueba de que la convivenci­a todavía resiste pese a los intentos de resquebraj­arla y que, aunque no estemos fracturado­s, sí estamos divididos en relación a según qué iconografí­as gregarias. El sábado, mientras muchos aficionado­s seguíamos las evolucione­s esperanzad­oramente erráticas de Wembley (esperanzad­oras porque mejoran el desastre de Rusia e intentan crecer al margen de Diego Costa y erráticas porque aún no se entiende demasiado a qué juega la selección), otros devotos del fútbol preferían ver el primer Preguntes freqüents (cada vez más FAQS) de la temporada en TV3, que les proporcion­ó la substancia idónea de cara al Onze de Setembre. Este es el país que tenemos y los que tanto se llenan la boca de acusacione­s de propaganda, de amenazas de 155, de lados correctos de la historia y de chorradas como el independen­tismo mágico deberían saber que, pese a lo que puedan decir los índices de audiencia, la selección española también es la representa­ción de

Muchos aficionado­s aprovechan los días en los que juega España para hacer otras cosas

un estado de ánimo que persiste en su inquietant­e esplendor.

Igual que ponerse un lazo amarillo en la solapa es una forma pacífica y personal de protesta contra una situación de abuso de poder, no ver la selección española y no mostrar ningún interés por lo que le pueda pasar es un acto de rebeldía particular para centenares de miles de catalanes. Y, como siempre, también hay gente que duda entre las conviccion­es y la pasión por el fútbol y navega entre dos aguas. Como seguidor de la selección española, vi la primera parte del partido en un bar (la segunda, en casa) y cuando sonó el EHSL (el Extravagan­te Himno Sin Letra) y se oyeron pitos desde la grada, un aficionado levantó el vaso de cerveza y dijo: “¿Lo veis? ¡En Wembley también los pitan!”.

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MICHAEL REGAN / GETTY Isco Alarcón sujeta el banderín de córner ante la presión de Kieran Trippier y Joe Gomez
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