La Liga de Naciones en Catalunya
Ni siquiera un partido jugado en Wembley contra Inglaterra altera la percepción de que la selección española tiene, en Catalunya, un seguimiento geográfica y emocionalmente desigual. Quizás porque la competición se denomina Liga de Naciones y Catalunya se siente nación aunque no pueda tener representación oficial, hace tiempo que la resonancia de la selección acaba presentando una estructura parecida a la de esas croquetas aparentemente fritas pero con el alma congelada. Hay muchos catalanes adeptos al equipo que hoy entrena Luis Enrique, sí, pero también miles de huérfanos y desafectos.
Entre las cosas que, como diría un tertuliano, “han venido para quedarse” hay un sentimiento que es cada vez más de indiferencia y menos de menosprecio. Ya no se trata de fardar de un énfasis nacional como el de los independentistas que en la final de España del Mundial de Sudáfrica se pusieron la camiseta de Holanda y se reunieron con sus compatriotas de reacción (en un lugar tan paradójico como el Poble Espanyol) para animar al equipo de Robben. Ahora muchos aficionados catalanes aprovechan los días en los que juega la selección española para colocar en su agenda todo lo que el calendario de clubs no les permite colocar el resto del año. Desde bodas a bautizos o aniversarios pasando por mudanzas, no les persigue la sensación de estar sacrificándose. Entienden que lo que le pueda pasarle a la selección no pertenece a su ámbito de militancia sentimental y, en consecuencia, lo destierran de su jerarquía de prioridades.
Los que aún adoptamos la geopolítica de las camisetas y las identidades efervescentes enseguida lo notamos. Debe ser la prueba de que la convivencia todavía resiste pese a los intentos de resquebrajarla y que, aunque no estemos fracturados, sí estamos divididos en relación a según qué iconografías gregarias. El sábado, mientras muchos aficionados seguíamos las evoluciones esperanzadoramente erráticas de Wembley (esperanzadoras porque mejoran el desastre de Rusia e intentan crecer al margen de Diego Costa y erráticas porque aún no se entiende demasiado a qué juega la selección), otros devotos del fútbol preferían ver el primer Preguntes freqüents (cada vez más FAQS) de la temporada en TV3, que les proporcionó la substancia idónea de cara al Onze de Setembre. Este es el país que tenemos y los que tanto se llenan la boca de acusaciones de propaganda, de amenazas de 155, de lados correctos de la historia y de chorradas como el independentismo mágico deberían saber que, pese a lo que puedan decir los índices de audiencia, la selección española también es la representación de
Muchos aficionados aprovechan los días en los que juega España para hacer otras cosas
un estado de ánimo que persiste en su inquietante esplendor.
Igual que ponerse un lazo amarillo en la solapa es una forma pacífica y personal de protesta contra una situación de abuso de poder, no ver la selección española y no mostrar ningún interés por lo que le pueda pasar es un acto de rebeldía particular para centenares de miles de catalanes. Y, como siempre, también hay gente que duda entre las convicciones y la pasión por el fútbol y navega entre dos aguas. Como seguidor de la selección española, vi la primera parte del partido en un bar (la segunda, en casa) y cuando sonó el EHSL (el Extravagante Himno Sin Letra) y se oyeron pitos desde la grada, un aficionado levantó el vaso de cerveza y dijo: “¿Lo veis? ¡En Wembley también los pitan!”.