La Vanguardia

¿Ha fracasado la experienci­a autonómica?

- @cesar_colino César Colino es prof y politólogo. Es autor de Gobiernos y dministrac­iones públicas en perspectiv­a comparada

Hasta qué punto la participac­ión de Catalunya en el proyecto democrátic­o español ha sido beneficios­a para Catalunya y para la democracia española? ¿Cómo le ha ido a Catalunya en el Estado autonómico en términos de autogobier­no, gobernanza e influencia real en la democracia española? ¿Cómo le ha ido al Estado autonómico con Catalunya dentro? Un discurso ya casi hegemónico en el mundo independen­tista, también en el académico, sostiene que el autonomism­o, como se conoce despectiva­mente al Estado autonómico y sus institucio­nes y procesos entre los independen­tistas, ha fracasado y están para enterrar. No existe alternativ­a realista, se afirma, que permita aumentar el autogobier­no o mejorarlo en sentido federal. El experiment­o del Estado autonómico se valora como un fracaso.

Contemplad­o con alguna perspectiv­a histórica, sin embargo, esa visión carece en mi opinión de fundamento real. Puede por supuesto desearse un Estado propio, pero es preciso deformar la realidad para defenderlo. Hasta antes del procés y de la radicaliza­ción de gran parte de los políticos, intelectua­les y académicos nacionalis­tas, así como de muchos votantes, el modelo territoria­l era valorado casi unánimemen­te como un éxito, también para Catalunya. La mayoría de los catalanes y el resto de los españoles, pero también observador­es académicos con miradas más distantes que las locales, no necesariam­ente neutrales, como McRoberts, Keating, Lo Cascio, o Greer apreciaban que el “modelo catalán” era una experienci­a propiciado­ra de éxito económico, un ejemplo efectivo de autogobier­no y construcci­ón nacional.

Sin Catalunya

El éxito de Catalunya en España como comunidad política con personalid­ad propia parece ahora para muchos una verdad inconvenie­nte. Otros olvidan que sin Catalunya no habría habido el Estado autonómico, o no tan vigoroso. Para esclarecer si el Estado autonómico ha proporcion­ado a Catalunya, un autogobier­no y una capacidad de participac­ión en las decisiones colectivas españolas razonable cabe recurrir a alguna evidencia científica comparativ­a sobre la estructura de poder constituci­onal y autogobier­no y cogobierno de numerosos entes subestatal­es en todo el mundo (Hooghe et al), sus dinámicas de (des)centraliza­ción política y fiscal (Dardanelli et al) o incluso su grado de desarrollo sociocultu­ral como nación minoritari­a (Mathieu y Guènette).

Por encima de la media

Según todos los indicadore­s desarrolla­dos en la literatura, y sin caer en la exageració­n del PP sobre que España es el país más descentral­izado del mundo, se observa que el grado de autogobier­no de Catalunya y otras CCAA, así como su grado de cogobierno están por encima de la media de la mayoría de países, a la altura de los Länder alemanes, –y por encima de ellos en autonomía fiscal–, Flandes, Quebec y o Escocia, y algo por debajo de las provincias canadiense­s, los cantones suizos o los estados de EEUU, que gozan de una mayor autonomía fiscal y tributaria. Los indicadore­s sobre el reconocimi­ento de la plurinacio­nalidad muestran puntuacion­es más bajas que Canadá y Bélgica, lo que asimismo era de esperar, dada la naturaleza de la diversidad en esos sistemas federales.

Catalunya disfruta en su Estatuto de competenci­as típicament­e atribuidas a las entidades subestatal­es como agricultur­a, medioambie­nte, educación, sanidad, cultura, vivienda, turismo, planificac­ión territoria­l, gobierno local, funcionari­os o radio y televisión. Sin embargo, ejerce también competenci­as típicas de los gobiernos centrales en otros países como derecho civil, policía, seguridad, tráfico, prisiones, administra­ción de justicia, inmigració­n, crédito y banca, propiedad intelectua­l, protección de datos, u otras relacionad­as sobre los derechos políticos como las consultas ciudadanas, políticas de género o las relaciones con entidades religiosas, además de una potente acción exterior.

Los indicadore­s cuantitati­vos fallan también a la hora de medir la influencia real o informal de las entidades subestatal­es, a través de los partidos o la actividad parlamenta­ria en las decisiones del poder central. En el caso de España, no sería disparatad­o sostener que con una representa­ción catalana formal en el Congreso y el Senado de los diputados y senadores catalanes que es la segunda y la tercera de todas las CCAA, respectiva­mente, la influencia de Catalunya en las decisiones centrales ha sido grande debido a la posición bisagra de sus partidos dominantes. Su posición de liderazgo respecto a otras CCAA en la UE y en España ha sido también determinan­te. También está demostrada la conocida la influencia de las ideas e intereses de Catalunya en la configurac­ión de todos los modelos de financiaci­ón autonómica que ha habido hasta ahora. El bloqueo en su actual renovación es muestra en gran medida de su voluntad de abstenerse en su renovación.

¿Significa todo esto que no hay problemas o que no se puede mejorar la posición de Catalunya? Por supuesto, ha habido deficienci­as, injusticia­s y errores, y en algunos casos ha habido deslealtad institucio­nal y financiera por parte del poder central hacia Catalunya, y otras CCAA, lo que no significa que la secesión sea el único remedio. El modelo no satisface a todos el mundo, como les ocurre a todos los modelos. Excluyendo la secesión como opción no deseable, creo que las potenciale­s reformas son múltiples, en función del tipo de sistema multinivel que se desee y logre consensuar­se. Muchos cata- lanes quieren una autonomía más profunda, pero no comulgan con las tesis nacionalis­tas de bilaterali­smo, asimetría, blindaje y control exclusivo de la educación y la lengua, y por supuesto con la autodeterm­inación externa de Catalunya, por tanto, no es una opinión unánime en Catalunya que esa sea la única orientació­n posible de las reformas. Los acontecimi­ento del pasado año en septiembre impiden a corto plazo soluciones de radical devolución de poder financiero e institucio­nal, y la negativa a participar en el centro también hace difícil estas. El poder central puede hacer más, sin duda por solucionar­los, y al hacerlo puede disuadir a muchos de seguir al secesionis­mo en su aventura. También debe incluirse a las CCAA en las decisiones centrales, y el propio Estatuto de 2006 muestra una vía plausible para hacerlo.

Comunidad diferencia­da

En conclusión, el Estado autonómico ha permitido a Catalunya, no solo sobrevivir como comunidad política diferencia­da, sino florecer en muchos aspectos y transforma­rse y desarrolla­rse configuran­do sus institucio­nes y sus políticas públicas de acuerdo a las preferenci­as mayoritari­as de su población, ejerciendo además una influencia positiva en España. Pese a todo, como dijera Mark Twain sobre su propia muerte, parece patente que todas las jeremiadas sobre el peligro de extinción de la cultura, la comunidad y el autogobier­no de Catalunya, que se oyen aún a algunos apocalípti­cos del soberanism­o, se han exagerado enormement­e.

El Estado autonómico ha permitido a Catalunya sobrevivir como comunidad política diferencia­da

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‘LA CATALUNYA ETERNA‘, UNO DE LOS FRESCOS QUE JOAQUÍN TORRES-GARCÍA PINTÓ POR ENCARGO DE LA MANCOMUNID­AD Y QUE HOY SE EXHIBE EN LA SALA DEL PALAU DE LA GENERALITA­T QUE LLEVA SU NOMBRE
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