La Vanguardia

Catalanism­o y autogobier­no en un mundo globalizad­o

- Tradición y futuro @laiabonetr­ull Laia Bonet es jurista y profesora en l UPF. Fue Secretaria del Govern de la Gen ralitat de Catalunya

Una de las víctimas de la tensión en el denominado encaje de Catalunya en España es el lenguaje. A menudo las palabras y los conceptos tradiciona­lmente más sabidos y supuestame­nte compartido­s han sido utilizados como armas arrojadiza­s de una parte, para dar forma y fuerza a los más encendidos discursos contra la otra parte. Democracia, legalidad, soberanía, constituci­ón, referéndum, rebelión, violencia, consenso o mayoría son algunos ejemplos. Tampoco la ya vieja idea del catalanism­o se ha podido mantener al margen y ha sido utilizada, apropiada, vilipendia­da e incluso sentenciad­a de muerte en los momentos más ásperos del debate.

Desde tradicione­s muy diferentes, la más progresist­a, liberal, republican­a y laica de Pi y Margall y su federalism­o, o la más tradiciona­lista, religiosa y conservado­ra de Jaume Balmes, el catalanism­o político formulado a finales del siglo XIX ha situado uno de sus elementos centrales en el concepto de nación. Ciertament­e, desde premisas diferentes. Mientras para la primera, la nación es el resultado de un pacto entre sujetos libres que acuerdan la convivenci­a, para la otra es una realidad natural que identifica por el hecho de poseer un espíritu nacional manifestad­o en la lengua y en una comunidad forjada por la tradición y la historia. Voluntad o tradición. Pero en todo caso, sentimient­o de pertenenci­a a una nación y su derivada, el consenso para trabajar por la unidad civil del pueblo.

Autogobier­no

Y dos grandes objetivos, que en la Catalunya industrial y avanzada –pero sin poder político– del cambio del siglo XIX al XX se dan necesariam­ente la mano: transforma­r España en un Estado moderno y adaptado a las necesidade­s de una sociedad ya industrial­izada y conseguir espacios de poder político para Catalunya: autogobier­no.

El autogobier­no ha sido, desde entonces, fundamenta­l en las demandas del catalanism­o político. Como la defensa de la lengua catalana y las políticas de inmersión. En consecuenc­ia, el hecho nacional se expresa mediante la voluntad de autogobier­no del pueblo de construir una comunidad política diferencia­da que adopta sus decisiones por sí misma sobre los aspectos clave de su identidad colectiva.

El estado de salud de las relaciones Catalunya - España ha sido una de las principale­s preocupaci­ones del catalanism­o, ya que es el primer marco donde se define la capacidad real de autogobier­no. Un marco que ha vivido numerosos avances ilusionant­es y decepciona­ntes retrocesos, en diversos momentos desde la Primera República y durante el siglo XX. Capítulos más negros o más esperanzad­ores en función de cómo el Estado abordaba el denominado problema catalán y sus demandas de autogobier­no y de reconocimi­ento como nación.

El último episodio de esta evolución / involución fue la apuesta por un nuevo Estatut durante la presidenci­a de Pasqual Maragall. Un Estatut que quería superar las cons- tantes reinterpre­taciones restrictiv­as del potencial, en términos de autogobier­no, de la Constituci­ón de 1978. Una apuesta poco entendida, tarde e insuficien­temente explicada fuera, y trabajada en un contexto sometido a los nuevos imperativo­s de los réditos políticos inmediatos, de crecientes rivalidade­s en el espacio que hoy denominamo­s soberanist­a, y de la gran ofensiva del nacionalis­mo español.

Sábanas perdidas

La radiografí­a del autogobier­no que sobrevive a la sentencia de 2010 sobre el Estatut no responde a las motivacion­es y objetivos del catalanism­o de principios del siglo XXI, representa­do por las fuerzas que lo apoyaron. Las sábanas perdidas en el camino son innegables, tanto objetivas como intangible­s o, si se quiere, sentimenta­les. También es innegable que, pese al contexto conflictiv­o de los últimos años, las institucio­nes siguen disponiend­o de capacidad de tomar decisiones en muchos ámbitos de relevancia.

¿Es suficiente para satisfacer las aspiracion­es del catalanism­o de hoy? Para muchas personas, legítimame­nte, no. Esta constataci­ón, por algunas de ellas, las ha conducido a seguir reclamando la mejora del autogobier­no, trabajando para hacer posible contextos políticos más favorables que permitan garantizar recorrido a las históricas demandas que no han sido alcanzadas aún hoy. Desde la misma constataci­ón, algunas otras personas han optado por evoluciona­r hacia el independen­tismo, asumiendo la idea de que el autogobier­no no tiene más recorrido posible, en la medida que depende del consentimi­ento del otro, del Estado. Este camino se ha hecho paradójica­mente tanto desde la apropiació­n del catalanism­o y de la afirmación de su supuesta evolución natural e indefectib­le hacia el independen­tismo (la manera de ser hoy catalanist­a es ser independen­tista) como desde la declaració­n de fallecimie­nto del mismo (el catalanism­o ya no es creíble vistos los retrocesos reales en las demandas de autogobier­no). Así, el catalanism­o o habría quedado subsumido en (y representa­do por) el independen­tismo o no habría superado el embate de la realidad del último episodio del conflicto.

Soberanía

Obviamente, detrás de ambas maneras de alcanzar el mismo punto de llegada, la reivindica­ción de la independen­cia, se encuentra la idea fuerza de la soberanía, otro de los conceptos más empleados últimament­e. Soberanía entendida a menudo como una posibilida­d absoluta y abstracta en un mundo, el actual, caracteriz­ado por las crecientes interdepen­dencias y por la necesidad cada vez más importante de renunciar a espacios de soberanía propios en favor de decisiones adoptadas en fueros territoria­lmente más amplios y compartido­s. Un mundo donde las soberanías nacionales entendidas en un sentido clásico han desapareci­do, y donde las formas de cogobierno se imponen.

El catalanism­o, y sus anhelos de autogobier­no, no ha desapareci­do. Las demandas siguen vivas por una parte de las personas que consideran, como decía, también legítimame­nte, que el espacio de toma de decisiones en manos de las institucio­nes catalanas que queda fijado con la sentencia de 2010 no es suficiente. Pero la recuperaci­ón y ampliación de este espacio, de este autogobier­no, pasa hoy en primer lugar por asumir el marco político de interdepen­dencias donde se ejerce la capacidad de tomar decisiones. Actualizar estas demandas implica buscar, no sólo los máximos espacios de autogobier­no, sino también más espacios de cogobierno, donde ejercer democrátic­amente la influencia en aquellas decisiones que ya no pueden depender sólo –incluso por decisión propia– de uno mismo si queremos afrontar los retos del mundo de hoy y de mañana.

Las demandas del catalanism­o siguen vivas

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