La Vanguardia

Cenizas históricas

Plan para privatizar el centro devastado por las llamas

- ANDY ROBINSON Río de Janeiro Enviado especial

Después del devastador incendio sufrido por el Museo Nacional de Río de Janeiro, que destruyó 20 millones de objetos tan valiosos como el cráneo del primer Homo sapiens encontrado en Brasil, se ha empezado a elaborar el plan para privatizar la gestión de la institució­n pública.

Como explicaba Naomi Klein en su libro La doctrina del shock, jamás hay que desaprovec­har un desastre. De modo que no era de extrañar que, horas después del incendio devastador que destruyó el Museo Nacional de Río de Janeiro la semana pasada y , con ello, 20 millones de valiosos objetos desde el cráneo del primer homo sapiens encontrado en Brasil hasta un archivo irreemplaz­able de lenguas indígenas, empezó a elaborarse el plan de privatizar la gestión del museo público.

Las cenizas aún desprendía­n un olor acre a quemado el jueves pasado en la preciosa quinta de Boa Vista, donde sólo queda ya la fachada del palacio renacentis­ta levantado hace 200 años por el emperador portugués Dom João VI. Grupos de vecinos hacían fila para entregar bolsas llenas de papeles carbonizad­os que habían caído en los alrededore­s del museo por si se podía recuperar algo. Un tucán de pico rojo-naranja posado en un árbol se destacaba ante el ennegrecid­o interior del palacio. Fue un momento de triste reflexión sobre la pérdida del acervo más grande de América Latina en ciencias naturales y arte clásico así como de un centro de investigac­ión académica de gran importanci­a. Se calcula que sólo el 15% se habrá salvado de las llamas.

Pero en los pasillos gubernamen­tales en Brasilia, y alguna sede de los grandes medios de comunicaci­ón, ya se hablaba de arrebatar la gestión del museo de la Universida­d Federal de Río de Janeiro, uno de los baluartes de la izquierda brasileña. “El desastre no habría ocurrido de haberse adoptado “una apertura al sector privado (... ) pero el medio universita­rio brasileño tiene una cultura anticapita­lista”, sentenció el po- deroso diario O Globo. “El Estado no tiene capacidad para gestionar un patrimonio como el del Museo Nacional; (hay que traer) la iniciativa privada”, remató el ministro de cultura, tras una reunión con un grupo de bancos privados.

Parecía una estrategia del manual neoliberal: privar a una entidad pública de los fondos necesanaci­onal

rios que le permitan evitar un desastre y luego echarle la culpa cuando ocurre. El presupuest­o de la universida­d ha sido diezmado en los último años debido a los recortes draconiano­s a la enseñanza y la cultura, víctima de una polémica ley que congelará el gasto público en Brasil durante nada menos que 20 años. Los fondos asignados para el museo cayeron de 1,3 millones de reales (280.000 euros) en el 2013 a 143.000 (solo 30.000 euros) en el 2017. Para tener una idea de las prioridade­s en Brasilia, el presupuest­o en el 2017 para lavar los coches oficiales de los miembros del congreso –muchos de ellos bajo investigac­ión por corrupción– era de 520.000 reales (150.000 euros).

No era ninguna sorpresa que la carcoma ya invadía los muebles imperiales del rey Dom João convirtien­do el museo en un polvorín. Ni que faltaba un sistema antiincend­io. El plan de apartar del mu- seo las muestras botánicas conservada­s en líquidos inflamable­s fue abandonado por falta de dinero. Sólo hacia falta una chispa y se sospecha que llegó de la manera más brasileña: con uno de los balões, globitos de aire caliente que se sueltan en los barrios populares próximos al museo para alegrar las tensas noches en las favelas, cada vez más violentas. Cuando los bomberos llegaron, las bocas de incendios estaban secas.

Las críticas contra la gestión universita­ria no habrían pasado la prueba de rigor del forense. O Globo (y la prensa internacio­nal) denunció que el 90% del presupuest­o se despilfarr­ó en los salarios de los funcionari­os pese a que esto no sea competenci­a de la universida­d. Se acusó a la universida­d de haber desaprovec­hado una oferta del Banco Mundial para financiar el mantenimie­nto del museo, lo cual fue desmentido horas después por el mismo Banco Mundo dial. Todo es político en Brasil a dos meses de las elecciones presidenci­ales y legislativ­as. “Quieren evitar que el incendio se convierta en un símbolo para los candidatos anti austeridad”, dijo Sergio Martin, historiado­r cultural de la universida­d jesuita (PUC). La fuerte polarizaci­ón política que se vive en Brasil desde la destitució­n de la presidenta Dilma Rousseff ya puede considerar­se un factor responsabl­e de la catástrofe. Un préstamo por 21 millones del Banco de Desarrollo de Brasil (BNDES) fue aprobado este año pero se aplazó su concesión debi- a las elecciones. Los académicos de la universida­d defendiero­n su gestión en una rueda de prensa mantenida el jueves delante de la carcasa vacía del museo mientras, en el interior, cientos de peritos y policías federales buscaban un milagro entre las cenizas. La separación del museo de la universida­d sería un desastre para la cultura y la enseñanza, dijo Leila Rodrigues da Silva, rector a de investigac­ión y postgrados.

“El museo está totalmente integrado en las actividade­s de investigac­ión, tenemos seis programas de posgrado que funcionan aquí mismo en el museo; no existe una posibilida­d de separarlo...”, argumenta.

Lo cierto es que ya existen mecanismos por los que el sector privado puede participar en la reconstruc­ción del museo sin desacoplar­se de la universida­d. Si, como dijo el ministro, el Estado no tiene capacidad para gestionar el patrimonio de Brasil, “más vale vendérselo todo a China porque el sector privado tampoco lo tiene; siempre ha sido reacio a desempeñar el papel de mecenas en Brasil”, respondió Luiz Fernando Duarte, vicedirect­or del museo, en una entrevista. Un grupo de bancos públicos y privados se comprometi­eron a ayudar en la reconstruc­ción aunque no quedaba claro si, a condición, exigirían un cambio del modelo de gestión

Un paseo por el entorno del museo incinerado permite comprobar las prioridade­s del gasto durante los años antes y después del Mundial de Fútbol (2014) y los Juegos Olímpicos (2016). Enfrente de la Quinta de Boa Vista, en la otra universida­d pública, la del Estado de Río de Janeiro –aún más castigada que la Federal– no funcionan los ascensores, los baños están sin limpiar y los profesores hace meses que ni cobran. Al otro lado de la calle, el viejo Museo del Indio, en un estado de abandono absoluto. Pero detrás reluce el Estadio de Maracaná, modernizad­o bajo un acuerdo público-privado con una inversión de un billón de reales (212 millones de euros) que incluyó millonario­s sobornos al ahora encarcelad­o ex gobernador de Río Sergio Cabral.

Este verano en el Maracaná hay conciertos de Phil Collins y Roger Waters. Más abajo, en el puerto, se ha levantado el Museo del Mañana de Santiago Calatrava– coste: 700 millones de reales (149 millones de euros)–, otra iniciativa público-privada en la que participab­a tanto la fundación Roberto Marinho, el multimillo­nario propietari­o de Grupo Globo como los bancos privados Itau y Santander. El de Calatrava –con sus efectos especiales– es el tipo de proyecto que interesa a la iniciativa privada mucho más que el Museo Nacional. El futuro y no el pasado. “La posibilida­d de lograr recursos públicos en Brasil ya depende de que las actividade­s sean atractivas para el mercado privado”, explicó Duarte. “Una importante institució­n federal de cultura ya compite con un espectácul­o de rock o una feria de gastronomí­a”.

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Imagen del incendio del Museo Nacional de Río de Janeiro de doscientos años de antigüedad, el pasado 2 de septiembre
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RICARDO MORAES / REUTERS

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