Soberanía y cambio horario
Una simple e inofensiva observación del ministro de Exteriores Josep Borrell: “Quizá España tiene que estar en otro huso horario. Francamente, no lo sé. Demos la oportunidad al Parlamento Europeo a ver si es capaz de encontrar un común denominador entre países que están en situaciones geográficas tan diferentes” es suficiente para recordarnos que, desde hace mucho tiempo, la soberanía de los estados europeos ya no descansa en sus parlamentos sino en la Unión Europea. Hace aproximadamente un año, el lehendakari Iñigo Urkullu advirtió, haciendo referencia a la situación política de Catalunya, que en estos momentos más del 80% de las normas más importantes que afectan a los ciudadanos se deciden en Europa. El posible cambio de huso horario es una excelente metáfora para mostrar que los estados optan por limitar su soberanía, que reside en los ciudadanos, sacrificando la gestión de los aspectos prácticos e intentando controlar los simbólicos.
La pregunta que debemos aventurarnos a hacer es hacia qué modelo de soberanía avanzamos y cuál es el precio que habrá que pagar por delegar, compartir o impulsar la soberanía con otros. Al observar la forma en que nos gobernamos, tanto a nivel colectivo como individual, podemos establecer que el mejor modelo político a explorar es el de la cosoberanía donde lo importante no es el querer ser sino el querer estar. Si admitimos dicha premisa, un posible marco de relación entre Catalunya y España podría ser el de una cosoberanía capaz de formalizar un nuevo pacto de convivencia con España y en el seno mismo de la sociedad catalana. Este enfoque implica que, de la misma forma que muchas fuerzas políticas y asociaciones de Catalunya están analizando cómo volver a encajar Catalunya con un nuevo proyecto político de España que ilusione a los ciudadanos, debería producirse que las fuerzas políticas españolas impulsen una reflexión de cómo volver a encajar España en Catalunya en la misma dirección. España no puede hacer el cambio de huso horario sin la participación de todos los países de la Unión Europea, lo que supondría volver al viejo esquema español basado en no asumir el avance de la historia, intentar detener el tiempo, y construir simbólicos anchos de vía de tren ibérico que sólo conducen al aislamiento.