Todos y todas
Estamos entrando en la era postverbal. La palabra (el logos, asociado al raciocinio) retrocede. Se impone la primacía de la imagen. El lenguaje verbal, como codificación de la experiencia humana, se empobrece. Las letras van de baja. En el mundo digital, cada día es más frecuente la escritura tendente a taquigráfica, de reducción de caracteres.
En el principio era la simplificación. Desde la escritura cuneiforme y jeroglífica, el sistema de signos lingüísticos codificaba la realidad ciñéndola según una racionalización que se quería precisa.Codificar y descodificar signos, encriptar y descifrar, escribir y leer, han sido los aprendizajes civilizatorios fundamentales.
Si hasta ahora hemos entendido el lenguaje como una reducción simplificadora de la complejidad, también el uso del masculino genérico como inclusivo de masculino y femenino ha sido un recurso creado por la economía de la lengua. Y así lo masculino, en el campo lingüístico, ya es inclusivo de lo femenino (“los escritores” quiere también decir “los escritores y las escritoras”).
Pero la actual tendencia al desdoblamiento sistemático de las palabras con el propósito de hacer más evidente la inclusión de ambos géneros no sólo crea muchas dificultades de concordancia y hace el lenguaje farragoso sino que puede llevar a una lengua oral y escrita que haga metástasis definitiva.
La tendencia se basa en razones extralingüísticas. Pero hay incluso académicos (y académicas) que parecen dispuestos a considerar el sistemático desdoblamiento de palabras para expresar más explícitamente el género femenino. Cuando todos (y todas) sabemos que el género
¿Sabremos hacer este ejercicio de relativización de una realidad que llega codificada lingüísticamente en el masculino genérico?
femenino está también representado por el masculino (impuesto por un sistema patriarcal oprobioso, eso sí: la lengua se ha codificado en clave sexista).
Un feminismo mal orientado considera la lengua no sólo como consecuencia sino también como causa de la supeditación femenina. Y es comprensible que haya quien para denunciar la discriminación sufrida por las mujeres durante siglos pretenda ahora enfatizar la igualdad entre hombres y mujeres mediante el sistemático desdoblamiento de las palabras en su forma masculina y femenina. Ya no vale que sólo el masculino represente a ambos géneros.
La cuestión es ésta. O bien se continúa avanzando en el uso y abuso del desdoblamiento, con todo lo que ello significa de innecesaria complicación, o bien pactamos aceptar que el lenguaje, como tantas otras cosas, es también el resultado de una historia de dominación patriarcal que ni compartimos ni, si sabemos distanciarnos de ello, tiene por qué herir nuestra sensibilidad.
¿Sabremos hacer este ejercicio de relativización de una realidad que nos ha llegado codificada lingüísticamente en el masculino genérico? ¿Sabremos todos (y todas) dejar de sentir como un agravio esta marca de la histórica secundarización de las mujeres con la que ha sido forjado nuestro lenguaje? ¿Alargaremos innecesariamente el número de caracteres verbales ahora que precisamente todo conspira para una mayor economía de signos?