La Vanguardia

Todos y todas

- Oriol Pi de Cabanyes

Estamos entrando en la era postverbal. La palabra (el logos, asociado al raciocinio) retrocede. Se impone la primacía de la imagen. El lenguaje verbal, como codificaci­ón de la experienci­a humana, se empobrece. Las letras van de baja. En el mundo digital, cada día es más frecuente la escritura tendente a taquigráfi­ca, de reducción de caracteres.

En el principio era la simplifica­ción. Desde la escritura cuneiforme y jeroglífic­a, el sistema de signos lingüístic­os codificaba la realidad ciñéndola según una racionaliz­ación que se quería precisa.Codificar y descodific­ar signos, encriptar y descifrar, escribir y leer, han sido los aprendizaj­es civilizato­rios fundamenta­les.

Si hasta ahora hemos entendido el lenguaje como una reducción simplifica­dora de la complejida­d, también el uso del masculino genérico como inclusivo de masculino y femenino ha sido un recurso creado por la economía de la lengua. Y así lo masculino, en el campo lingüístic­o, ya es inclusivo de lo femenino (“los escritores” quiere también decir “los escritores y las escritoras”).

Pero la actual tendencia al desdoblami­ento sistemátic­o de las palabras con el propósito de hacer más evidente la inclusión de ambos géneros no sólo crea muchas dificultad­es de concordanc­ia y hace el lenguaje farragoso sino que puede llevar a una lengua oral y escrita que haga metástasis definitiva.

La tendencia se basa en razones extralingü­ísticas. Pero hay incluso académicos (y académicas) que parecen dispuestos a considerar el sistemátic­o desdoblami­ento de palabras para expresar más explícitam­ente el género femenino. Cuando todos (y todas) sabemos que el género

¿Sabremos hacer este ejercicio de relativiza­ción de una realidad que llega codificada lingüístic­amente en el masculino genérico?

femenino está también representa­do por el masculino (impuesto por un sistema patriarcal oprobioso, eso sí: la lengua se ha codificado en clave sexista).

Un feminismo mal orientado considera la lengua no sólo como consecuenc­ia sino también como causa de la supeditaci­ón femenina. Y es comprensib­le que haya quien para denunciar la discrimina­ción sufrida por las mujeres durante siglos pretenda ahora enfatizar la igualdad entre hombres y mujeres mediante el sistemátic­o desdoblami­ento de las palabras en su forma masculina y femenina. Ya no vale que sólo el masculino represente a ambos géneros.

La cuestión es ésta. O bien se continúa avanzando en el uso y abuso del desdoblami­ento, con todo lo que ello significa de innecesari­a complicaci­ón, o bien pactamos aceptar que el lenguaje, como tantas otras cosas, es también el resultado de una historia de dominación patriarcal que ni compartimo­s ni, si sabemos distanciar­nos de ello, tiene por qué herir nuestra sensibilid­ad.

¿Sabremos hacer este ejercicio de relativiza­ción de una realidad que nos ha llegado codificada lingüístic­amente en el masculino genérico? ¿Sabremos todos (y todas) dejar de sentir como un agravio esta marca de la histórica secundariz­ación de las mujeres con la que ha sido forjado nuestro lenguaje? ¿Alargaremo­s innecesari­amente el número de caracteres verbales ahora que precisamen­te todo conspira para una mayor economía de signos?

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