Indignación y vergüenza
SI no la han visto, busquen El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962). Es un pequeño homenaje al periodismo, especialmente a la figura del director de un diario de un pueblo del Lejano Oeste (Peabody) que es capaz de enfrentarse a Valance, el oligarca local. Este matón, que interpreta Lee Marvin, desafía al periodista por haber denunciado en su periódico sus abusos. Su respuesta no admite dudas: va a su encuentro y le hace tragar la portada del diario que lo ataca, además de propinarle una paliza y de destrozarle la redacción. Y, por si fuera poco, le cubre el rostro con una hoja del periódico a modo de mortaja.
El periodismo es un oficio que molesta al poder por atreverse a explicar sus abusos. En favor de Liberty Valance hay que decir que ni aspiraba a ir al cielo, ni a ser elegido ciudadano ejemplar. Pero conociendo la historia de la líder birmana Suu Kyi, a la que el mundo occidental concedió el premio Nobel de la Paz, uno piensa en que entre la maldad de el antihéroe de John Ford y la inhibición de esta dama ante la represión contra 700.000 musulmanes rohinyás no hay diferencias significativas. Suu Kyi, la mujer más influyente de Myanmar (Birmania), es capaz de defender la condena a siete años de cárcel a dos periodistas de Reuters por investigar las matanzas de esta comunidad sin temblarle el pulso, ni caérsele la cara de vergüenza. El encarcelamiento de los dos profesionales ha provocado innumerables muestras de apoyo internacional, incluida la del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence.
Que alguien que ha conocido la represión y la cárcel por motivos ideológicos como Suu Kyi, y que ha obtenido la casi totalidad de galardones humanitarios (Nobel de la Paz, Eric Wiessel, Andréi Sájarov, Simón Bolívar, Benazir Buttho o la Medalla de la Libertad de
EE.UU.), abandone a su suerte a los rohinyás y acepte la condena de unos periodistas causa tanta indignación como vergüenza.