La Vanguardia

Max Estrella llega al Congreso

- Clara Sanchis Mira

El Estatuto del Artista nos ha proporcion­ado en el Congreso un momento inspirado. Un bello consenso. Cuentan que el día que la subcomisió­n aprobó el informe, hubo representa­ntes de partidos políticos rivales que se abrazaron. Alguien hasta lloró. En realidad, es una victoria del sentido común. Por primera vez, todos los partidos se han puesto a trabajar en políticas culturales; se ha logrado trasmitir la crudeza de unos oficios que, bajo su halo etéreo, chapotean en la precarieda­d. Siempre al borde de convertirs­e en hobbies, incapacita­dos para ganarse la vida, alimentar a una familia, ese tipo de cosas. Algunos artistas lo consiguen, pocos. Hay quien se enriquece, con alguna carambola rara. Es la aguja del pajar. En tierra, las cifras hablan. Sabemos, por ejemplo, que el 46% de los actores y actrices no consigue más de un mes de trabajo al año. Sólo un 17% trabaja más de seis meses. Por no hablar de otros oficios artísticos. ¿Alguien sabe cómo se ganan la vida las saxofonist­as, los poetas? ¿Y las pintoras?, ¿alguien conoce a una acuarelist­a que pueda pagar el alquiler con su trabajo? ¿Dónde están viviendo los bailarines que tienen 58 años? ¿Quién les da de comer?

Cuesta trabajo que en este país la cultura se vea como un trabajo. Como si el arte que nos da placer se pudiera hacer sólo por placer, cuando son oficios que necesitan una preparació­n constante, de gran dificultad técnica. ¿Sabemos las horas que hay detrás de tocar al violín una partita de Bach, memorizar un texto de ValleInclá­n, escribir uno nuevo? El artista parece despertar una mezcla de amor y odio. ¿Amor porque nos da placer, odio porque parece disfrutar demasiado de su

Cuesta trabajo que en este país la cultura se vea como un trabajo; como si el arte se pudiera hacer sólo por placer

oficio? ¿Un trabajo que parece divertido no puede ser un trabajo serio? En palabras de Valle-Inclán, ¿en España es un delito el talento? La sociedad frivoliza con el esfuerzo del violinista cuando no remunera sus horas de preparació­n, ni contempla en sus leyes sus caracterís­ticas profesiona­les específica­s. El trabajo artístico unas veces es divertido, otras cruel, como tantos otros. Pero tiene una peculiarid­ad: es intrínseca­mente temporal. La crisis arrastró a muchos otros oficios a la temporalid­ad, pero en la cultura eso no es cuestionab­le. Es natural. El trabajador cultural es por naturaleza intermiten­te. Y sólo puede subsistir con dignidad si las leyes reconocen esa caracterís­tica estructura­l.

El Estatuto del Artista que ha logrado una armoniosa unanimidad en el Congreso propone fórmulas para legislar desde esa esencia inestable y fragmentad­a. Periodos fiscales más largos en proporción con la variabilid­ad de ingresos, regulación ante la multiplici­dad de pagadores o una prestación social adecuada a la intermiten­cia de la vida laboral del artista. Para protegerlo como a los demás ciudadanos. Ni más, ni menos.

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