La ciudad israelí anfitriona de Eurovisión será finalmente Tel Aviv
La UER logra imponerse a Netanyahu, que quería el festival en Jerusalén
Al final, la Unión Europea de Radiodifusión (UER) se ha salido con la suya: frente a la voluntad del Gobierno israelí de Benjamin Netanyahu de que Jerusalén fuera la sede del próximo festival de Eurovisión, la UER anunció ayer que la ciudad elegida es Tel Aviv. La final se celebrará el 18 de mayo del 2019, y las semifinales serán los días 14 y 16, según notificó la UER en un comunicado fechado en Ginebra, donde tiene su sede este organismo, que agrupa a las televisiones públicas europeas, y del que depende el festival.
Desde que el pasado mayo la israelí Netta Barzilai ganó en Lisboa la última edición de Eurovisión con la canción Toy, la geopolítica hizo acto de presencia en las negociaciones entre la UER y el país anfitrión. Para Netanyahu, organizar Eurovisión en Jerusalén equivalía a subrayarla como capital de Israel, mientras Palestina la reivindica también como su capital. La tele pública israelí, KAN, quedó pillada en la brega, mientras los eurofans y la mayoría de eurovisionólogos sostenían que Tel Aviv era la sede ideal.
Con 400.000 habitantes, la ciudad costera tiene fama de vivacidad nocturna, ambiente liberal, y afecto a la comunidad gay, un gran vivero de seguidores de Eurovisión. Tel Aviv se estrenará así como sede eurovisiva. Jeru- salén ha albergado dos festivales, en 1979 y en 1999, tras dos de sus tres victorias anteriores a la de Netta, pero entonces Eurovisión no era aún una marca global, ni arrastraba a legiones de visitantes como ahora. Tel Aviv calcula que recibirá a 20.000 personas.
El pasado junio, la UER y KAN anunciaron que cuatro ciudades competirían por el festival: Jerusalén, Tel Aviv, Haifa y Eilat. En julio, Haifa abandonó la pugna, y a finales de agosto Eilat fue desestimada, con lo que quedaron dos candidatas. Según el supervisor ejecutivo del concurso, Jon Ola Sand, Tel Aviv “ofrece la mejor instalación para el evento de música en directo más grande del mundo”. Se trata del centro de convenciones Expo Tel Aviv.
Con todo, quedan focos de tensión política y religiosa, que la prensa israelí lleva semanas desvelando. Así, un miembro ultraortodoxo del Gobierno de coalición de Netanyahu ha exigido que se respete la festividad judía del sabbat, en la que no se puede trabajar. La final de Eurovisión siempre tiene lugar el sábado por la noche, cuando ya ha terminado el sabbat, pero los preparativos sí que caerían en horas sagradas.
El comunicado de ayer pone condiciones a Netanyahu de modo explícito, en palabras del jefe del equipo, Frank-Dieter Freiling: “Estamos esperando recibir garantías del primer ministro en lo relativo a la seguridad, el acceso para todos los que quieran asistir, la libertad de expresión y que asegure la naturaleza no política del concurso”. Freiling dijo que esas garantías son “imperativas”, para proseguir con “la planificación del evento y para defender los valores de diversidad e inclusión del festival de Eurovisión”. Según el reglamento aprobado en el 2017, si la televisión organizadora no respeta plazos ni instrucciones, la UER puede dar el acuerdo por rescindido y designar una sede fuera del país ganador.
La UER quiere que el Gobierno israelí dé visados a los participantes sin restricciones, pero desde el año pasado las autoridades pueden por ley denegar la entrada en el país a activistas de la campaña BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) a Israel. Y hay una carta de artistas de varios países llamando al boicot “hasta que los palestinos tengan libertad, justicia e igualdad de derechos”.
Quedan aún focos de tensión política y religiosa, como los visados, el sabbat y las llamadas al boicot