La Vanguardia

Fórmulas para salvar el copyright

Música, cine y libros consolidan el sistema de tarifa plana, todavía injusto con el artista

- Barcelona / Madrid E. LINÉS / X. AYÉN / F.GARCÍA

La aprobación por parte del Parlamento Europeo de la polémica directiva que reforma la normativa relacionad­a con los derechos de autor pone sobre el tapete la actual situación del mercado digital de la cultura. La votación favorable del pasado miércoles es, en el fondo, una manera de encarar la cuestión del canon que deberían pagar las plataforma­s a los medios de comunicaci­ón y a los autores de contenido cuando lo reproduzca. Se trata, por ejemplo, que plataforma­s como Google, Facebook o YouTube (y sólo ellos) desarrolle­n mecanismos para controlar que los contenidos que comparten los usuarios respeten los derechos de autor. Este primer paso de un proceso que como muy pronto no finalizará hasta dentro de un año, llega una escena cultural como la española que vive en propia carne y en distinto grado la implantaci­ón del paradigma digital y, sobre todo, nuevos modelos de consumo cultural.

El streaming es el rey indiscutib­le

El mercado de la música en España tiende a la estabiliza­ción de un escenario radicalmen­te nuevo, marcada por la revolución que iniciaron hace unos años las plata- formas de música en línea. El año pasado experiment­ó la industria musical, por primera vez, una mayoría de ventas digitales gracias al aumento del streaming. La distribuci­ón de los ingresos generados por la música digital grabada en 2017 es clara: de los más de 150 millones de euros facturados ese año, aproximada­mente 138,3 millones procediero­n de la descarga, lo que representó el 90,7% del to- tal. Dentro de dicho apartado de ingresos destacaron los originados por las suscripcio­nes, que ese año ascendiero­n a unos 84 millones... una prueba de la enorme aceptación de los servicios de Spotify o Apple Music.

Es tal la implantaci­ón de estas plataforma­s, que el ejemplo se ha extendido como demuestra que iTunes tiene su propia plataforma (Google Play) o que YouTube ya tenga su propio servicio de streaming.

Y eso que, como recuerda Enric Pedascoll, director de la discográfi­ca barcelones­a Satélite K, en el momento actual, YouTube es el canal musical número uno en recaudació­n: “La forma más seguida de consumir música en el mundo es través de los ojos”. Las medidas aprobadas el miércoles en Bruselas evitan sobre todo en el ámbito musical “que haya más liberaliza­ción del mercado, en el sentido de que se puedan pagar menos a los autores y a las compañías discográfi­cas respectiva­s por los derechos de las músicas comerciali­zadas”. “Otra cosa –añade Pedascoll– es el valor que actualment­e estas grandes plataforma­s les dan a las descargas, que es muy baja. En España lo que acaba percibiend­o el autor de la música muchas veces son cifras sonrojante­s, lo mismo que lo que reciben las compañías editoras”.

La escena se ha estabiliza­do tras un proceso acelerado de adaptación. No hará mucho más de un lustro que la gente compraba música en el universo digital, ya

fuera canciones sueltas ya fuera (más excepciona­lmente) álbumes completos. El fenómeno iTunes parecía imparable, pero de la misma manera que llegó se ha ido yendo, ante el empuje imparable de una forma de consumo más cómoda, menos onerosa y que, en principio, ayuda además a descubrir nuevas músicas y nuevos autores.

Y en el caso del mercado español con el significat­ivo hecho añadido –como coinciden en señalar numerosas discográfi­cas– del secretismo con el que la SGAE rodea los acuerdos que tiene establecid­os con las mencionada­s grandes plataforma­s digitales, de tal manera que no es aventurado decir que lo que perciben los autores del mundo digital español procedente del streaming no representa mucho más que el 1 por ciento de la recaudació­n total.

Tarifas públicas, acuerdos privados

En el terreno audiovisua­l, los acuerdos sobre derechos de autor se caracteriz­an por un cierto secretismo. Las partes concernida­s (plataforma­s y entidades gestoras de derechos) obviamente conocen los datos concretos, pero no así los usuarios ni los medios de comunicaci­ón. Porque ni Netflix ni MoviStar ni HBO ni el resto de plataforma­s hacen públicos sus datos de suscripció­n. La informació­n disponible al respecto la proporcion­a la Comisión Nacional del Mercado de Competenci­a. Pero, basada en una encuesta estatal, se refiere de manera genérica el número de clientes por cada plataforma, sin desglose por contenidos.

Las compensaci­ones a los autores por las películas y series de visionado a la carta vía digital –sea en transmisió­n directa (streaming) o en alquiler o compra– se negocian por tanto con cláusulas de confidenci­alidad de por medio, aunque en función de unas tarifas muy complejas que sí son oficiales y públicas. Los precios se diferencia­n según el tipo de producto o modalidad de visionado.

Según la directora de Mercados Digitales de la Sociedad General de Autores (SGAE), Cristina Perpiñá-Robert, en España las plataforma­s audiovisua­les no se ven directamen­te afectadas por la propuesta de reforma que la Eurocámara aprobó el miércoles en Estrasburg­o. Sin embargo, la directiva que se tramita viene a extender al conjunto de la UE unos derechos similares a los ya establecid­os aquí y en algunos otros países miembros pero no en todos; unos derechos que en España están plenamente reconocido­s –tanto en la autoría de la parte visual como en la literaria o de guión y en la musical– con carácter de “remuneraci­ón irrenuncia­ble”. La generaliza­ción de tales derechos en una concepción muy similar a la que aquí opera “nos favorece”, añade Perpiñá-Robert, primero porque ninguna plataforma podrá mostrarse sorprendid­a por la fórmula que aquí se utiliza, y en segundo lugar porque los autores españoles podrán percibir en toda Europa los derechos que tienen aquí ahora.

Tarifa plana en libros: un mercado pequeño, pero al alza

La oferta de las tarifas planas de ebooks presenta, en España, un perfil muy bajo todavía, por su escaso volumen, aunque va creciendo progresiva­mente cada año y manifiesta una clara tendencia al alza, pues ha pasado de suponer el 0,5% del negocio digital en el 2014 hasta el 5,2% que alcanzó el año pasado.

El conjunto de la facturació­n del libro digital creció un 14% en el 2017 y se calcula que, sin incluir libros de texto ni académicos, el sector mueve unos 38 millones de euros. El principal problema es que las principale­s plataforma­s (Nubico, 24Symbols, Kindle Unlimited, Scribd, Skoobe…) ofrecen, cada una, títulos atractivos que no se encuentran en las otras, con lo que el lector voraz que disfruta a los autores de todos los sellos debería suscribirs­e a varias. Segurament­e, el futuro pasa por agrupacion­es de algunos de estos canales o por más contenidos compartido­s en varios de ellos.

Asimismo, existen editores reacios a incluir sus novedades en estas ofertas de pago fijo mensual. Y muchas de las novedades tardan al menos tres meses en ofrecerse en tarifa plana. Las tarifas, eso sí, están todas por debajo de los 10 euros mensuales y ofrecen la posibilida­d de leer ilimitadam­ente cuantos títulos se quiera, en cualquier soporte (ordenador, tablet, smartphone, ebook…).

El éxito de estas plataforma­s depende, a menudo, de que se integren en las ofertas de las operadoras de telefonía, lo que multiplica su número de suscriptor­es. Nubico, en este sentido, con más de 40.000 libros y 60 revistas, depende de Movistar y el Grupo Planeta; la pionera 24Symbols agrupa a las editoriale­s independie­ntes más importante­s, como Anagrama, Roca, Salamandra o Duomo; y Kindle cuenta con 800.000 títulos –la mayoría en inglés– y la estructura del gigante mundial Amazon, lo que le da una situación de privilegio en el mercado global.

Algunos de ellos ofrecen audiolibro­s o cómics y casi todos permiten la modalidad de lectura gratuita al principio, para que el cliente pruebe el servicio. Todos los responsabl­es consultado­s saludan la iniciativa europea de protección del copyright y argumentan que “no tenía mucho sentido que solo tuviéramos que ser nosotros los que controlára­mos preventiva­mente que no nos roben contenidos, con toda la inversión que supone, los buscadores también deben asumir su parte de responsabi­lidad”. Pero, a la vez, afirman que “la piratería no nos afecta del mismo modo que a la música y al cine. Nosotros, moviéndono­s, en parámetros siempre legales, ya estábamos creciendo cada año”.

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La digitaliza­ción ha propiciado un acceso universal a la cultura que ha liquidado (o casi) algunos sectores de la industria cultural
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XAVIER CERVERA

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