Un libro extraordinario
Sorprende que las secciones de cultura de los medios de comunicación no hayan hablado de una de las grandes novedades literarias de la rentrée 2018: el nuevo catálogo de IKEA. ¿Plagio? ¿Autoficción? El libro mantiene el equilibrio entre fondo y forma y propone un argumento mutante que el lector puede adaptar a sus circunstancias. Si en aventuras anteriores se subrayaba el espíritu republicano de los protagonistas, ahora se apela a tramas versátiles en las que los personajes pueden ser humanos (niños, mujeres, hombres), animales (perros fascinados por una papelera que en realidad es un contenedor de zapatillas) y objetos con la capacidad de animarse como unos dibujos animados. Como siempre, el estilo es diáfano y no rehúye cierta complacencia, como si confiara en la complicidad de unos lectores convertidos en una comunidad que, al igual que la del Anillo, es transcontinental y transoceánica.
Como propuesta literaria, el catálogo conecta con las inquietudes propias de la autoayuda, la solidaridad y un feminismo explícito, consciente de que la moda de la empatía será asimilada por un corpus que juega con los espacios. Eso sí: esta gestión del espacio debe entender que, por razones de capitalismo inmobiliario, el mundo ha menguado debido a que el metro cuadrado se cotiza a precio de caviar. Como en una escenografía
Las casas de esta historia nunca son aterradoras ni siniestras sino que desprenden una luz impoluta
polivalente, las casas de esta historia nunca son aterradoras ni siniestras sino que desprenden una luz impoluta que no rehúye la sospecha de que entre edredones y sobre las alfombras puedan coexistir, además de amores, adioses y rupturas. No es una luz fría sino acogedora. Y para no caer en la asfixia depresiva de tantos libros de la rentrée, el argumento no se conforma con tramas de camas y sábanas, toallas o albornoces y de literas de adolescentes sino que trata de ámbitos menos románticos como los baños o las cocinas.
Los personajes que desfilan por el libro son escasos y anónimos, quizás porque el lector prefiere espacios en los que no interfieran las pasiones domésticas. Y una vez más, gracias al sugerente poder de la literatura, nos teletransportamos y casi tocamos la textura de una estantería o comprobamos la esponjosidad de unos cojines que, en un guiño oportuno, son de algodón sostenible. De vez en cuando, hay capítulos que incorporan inquietudes posmodernas y líquidas, como la ecología entendida no como un peaje sino como una vocación de conciencia o la defensa de un individualismo de ideas compatible con el espíritu comunitario que tan bien representan los comedores. Los tiempos han cambiado y si en las estanterías de antaño podían brillar los libros de Harry Potter, ahora podrían albergar perfectamente los de Yuval Noah Harari. Y el libro nos deja fugaces reflexiones que tienen la categoría de una declaración de principios: “No vendemos abrazos pero sí calidez”.