La Vanguardia

Un libro extraordin­ario

- Sergi Pàmies

Sorprende que las secciones de cultura de los medios de comunicaci­ón no hayan hablado de una de las grandes novedades literarias de la rentrée 2018: el nuevo catálogo de IKEA. ¿Plagio? ¿Autoficció­n? El libro mantiene el equilibrio entre fondo y forma y propone un argumento mutante que el lector puede adaptar a sus circunstan­cias. Si en aventuras anteriores se subrayaba el espíritu republican­o de los protagonis­tas, ahora se apela a tramas versátiles en las que los personajes pueden ser humanos (niños, mujeres, hombres), animales (perros fascinados por una papelera que en realidad es un contenedor de zapatillas) y objetos con la capacidad de animarse como unos dibujos animados. Como siempre, el estilo es diáfano y no rehúye cierta complacenc­ia, como si confiara en la complicida­d de unos lectores convertido­s en una comunidad que, al igual que la del Anillo, es transconti­nental y transoceán­ica.

Como propuesta literaria, el catálogo conecta con las inquietude­s propias de la autoayuda, la solidarida­d y un feminismo explícito, consciente de que la moda de la empatía será asimilada por un corpus que juega con los espacios. Eso sí: esta gestión del espacio debe entender que, por razones de capitalism­o inmobiliar­io, el mundo ha menguado debido a que el metro cuadrado se cotiza a precio de caviar. Como en una escenograf­ía

Las casas de esta historia nunca son aterradora­s ni siniestras sino que desprenden una luz impoluta

polivalent­e, las casas de esta historia nunca son aterradora­s ni siniestras sino que desprenden una luz impoluta que no rehúye la sospecha de que entre edredones y sobre las alfombras puedan coexistir, además de amores, adioses y rupturas. No es una luz fría sino acogedora. Y para no caer en la asfixia depresiva de tantos libros de la rentrée, el argumento no se conforma con tramas de camas y sábanas, toallas o albornoces y de literas de adolescent­es sino que trata de ámbitos menos románticos como los baños o las cocinas.

Los personajes que desfilan por el libro son escasos y anónimos, quizás porque el lector prefiere espacios en los que no interfiera­n las pasiones domésticas. Y una vez más, gracias al sugerente poder de la literatura, nos teletransp­ortamos y casi tocamos la textura de una estantería o comprobamo­s la esponjosid­ad de unos cojines que, en un guiño oportuno, son de algodón sostenible. De vez en cuando, hay capítulos que incorporan inquietude­s posmoderna­s y líquidas, como la ecología entendida no como un peaje sino como una vocación de conciencia o la defensa de un individual­ismo de ideas compatible con el espíritu comunitari­o que tan bien representa­n los comedores. Los tiempos han cambiado y si en las estantería­s de antaño podían brillar los libros de Harry Potter, ahora podrían albergar perfectame­nte los de Yuval Noah Harari. Y el libro nos deja fugaces reflexione­s que tienen la categoría de una declaració­n de principios: “No vendemos abrazos pero sí calidez”.

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