La Vanguardia

Mónica Batán

PROMOTORA DEPORTIVA

- Waris Dirie Sergio Heredia

A través de la Cursa Nick Horta Batán (41 años) recogerá fondos contra la mutilación femenina. Creó y lidera la fundación Wanawake, que significa mujer en swahili. Esperan recoger cerca de 7.000 euros.

Me escapé cuando tenía trece años. Mi padre iba a casarme con un viejo de sesenta a cambio de cinco camellos. Yo era especial, rebelde. Las niñas son educadas para trabajar y ser ofrecidas en matrimonio Para la gente de los Masai Mara, Agnes Pareyio es la mujer de la vagina de madera.

Pareyio (62) lleva años recorriend­o las tierras altas de Kenia. Llega a los poblados, acude a las escuelas, saca la réplica de una vagina de madera que lleva consigo y le explica cosas a las crías, a los críos, a los padres y a las madres y a quien accede a escucharla. ¿Qué es una ablación? ¿O una infibulaci­ón? El corte de labios mayores y menores tiene consecuenc­ias. Hay niñas que mueren. Hay otras que sobreviven y que enferman años más tarde, de males extraños que nadie asocia a la mutilación. Se desgarran al dar a luz. No conocerán el placer en sus relaciones sexuales. Sólo el dolor. Para siempre.

Rose Tacaya había escuchado a la mujer de

la vagina de madera. Tenía doce años y el miedo en el cuerpo. Meses antes había asistido al ritual, la mutilación genital de su hermana mayor: había visto a su hermana en el lecho, dolorida durante semanas, con las piernas tapadas para que no se desangrara. ¿Eso valen cinco camellos, eso vale la dote matrimonia­l?

Rose Tacaya era la siguiente en la lista. Se dijo que ni hablar.

Consiguió algo de dinero (se lo facilitó uno de sus hermanos mayores) y abandonó la manyatta familiar, las chozas que los masáis construyen con heces de vaca y palos. Huyó en la noche. Caminó entre el frío, escuchando los sonidos de aquellas tierras. Una niña aterroriza­da. Hay leones, hipopótamo­s y elefantes. Amaneció cincuenta kilómetros más allá, en Narok, donde la mujer de la vagina de madera había levantado un centro de

rescate.

Todo esto, Rose Tacaya fue a contárselo a Mónica Batán. Y así llega hasta nosotros.

Han pasado siete años.

–No estamos hablando de un corte en la piel. Estamos hablando del corte de un órgano completo. Como si nos quitaran una pierna.

Sin anestesia. A veces, con una piedra, o con una cuchilla. Sin medios paliativos.

Eso me cuenta Batán.

Había descubiert­o África hace más de diez años. Había viajado sola con la idea de hacer deporte. Correr por los senderos de arcilla roja, subir el monte Kenia, visitar el Kilimanjar­o. Había ido a parar a un orfanato de niñas con sida y se había topado con la realidad del país.

Entre los masai, siete de cada diez mujeres han sido mutiladas. Desde el 2001, la práctica está prohibida por la ley en Kenia.

–Pero sigue ocurriendo, se lo crean o no. Sucede en veinte países. Cada año, en el mundo se mutila a tres millones de niñas.

–¿Y por qué?

–Por la dote. Por una vaca o una cabra. Y por los prejuicios. Se dicen: sin mutilación, la mujer tendrá placer y querrá estar con muchos hombres. Se le califica de prostituta. Su clítoris está sucio, y si un niño lo toca se puede contaminar... Las familias celebran la mutilación. Sólo sufren las niñas. Ni siquiera pueden gritar.

–¿Cómo lo evitan?

–Les tapan la boca.

Mónica Batán siguió el camino de Rose Tacaya. En el 2011, salió a las tierras de los Masai Mara y corrió hasta Narok. A aquella carrera le puso un nombre: Corriendo por donde los leones transitan en libertad . Le acompañaro­n dos masais. Lucía una camiseta con un logotipo, No a la mutilación genital.

El mensaje llegó a millones de personas. Apareció en prensa y television­es.

En la meta le hicieron un pasillo. Lo formaron mujeres que habían sido mutiladora­s y habían dejado de cortar.

Luego, Mónica Batán fundó Wanawake. Significa mujer, en swahili. Y a través de Wanawake, echa una mano a la gente de los Masai Mara.

Me cuenta que viaja allí dos veces al año. La última, en este agosto, que es cuando se tomó la imagen que ilustra esta historia. Organiza actividade­s deportivas para las niñas y las madres, carreras para los kenianos, atletas vocacional­es. Se acerca a las mujeres.

–Aprovecho el deporte para contarles cosas.

Promueve su proyecto en otros escenarios. Llamó a María José Moscoso, alma mater de la Cursa Nick Horta de Barcelona (23 de septiembre), y la involucró en la historia. Buena parte de lo que salga de la Cursa Nick Horta irá a Wanawake y a la lucha contra la violencia de género y la mutilación genital femenina. Esperan recoger cerca de 7.000 euros.

Rose Tacaya tiene 19 años. Vive en Nairobi y estudia segundo curso de Derecho. A veces visita a sus padres, que se declaran orgullosos de su hija.

–Les aporta mucho más de lo que les hubiera aportado con la dote. Genera dinero y se lo envía. Imagínese: hace siete años, era una niña que vivía en la manyatta, un espacio único con una ventanita, sin luz y sin una mesa para hacer los deberes. Y bajo el riesgo de la mutilación. Y ahora... Para una niña así, esto hubiera sido algo impensable.

–¿Y ya no hay riesgo de que la mutilen? –En Nairobi, Rose tiene un trabajo y una beca. Pero si se acaba la beca y no puede costearse los estudios, tendrá que volver al pueblo. Y si eso ocurre, podrían mutilarla.

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 ?? LA VANGUARDIA ?? Mónica Batán posa junto a un grupo de mujeres kenianas, en los Masai Mara
LA VANGUARDIA Mónica Batán posa junto a un grupo de mujeres kenianas, en los Masai Mara
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