La Vanguardia

El pulso de la ciudad

- Quim Monzó

Los problemas de seguridad de Barcelona; y la inauguraci­ón de la nueva temporada del Gran Teatre del Liceu.

Pasan los días y no consigo quitarme la depresión que me invadió cuando supe que este agosto los hoteles de Barcelona han facturado un 20% menos que el año pasado y que el motivo es que la ciudad está perdiendo su reputación. Los turistas quedaban fascinados por aquella Barcelona más o menos creativa, aseada y educada, y ahora, en cambio, ¿qué encuentran? Una urbe degradada de la que muchos barcelones­es han desertado y que es una simple fotocopia de tantas otras. No mola hacerse una foto con centenares de guiris detrás, tan irrelevant­es como tú, delante de tiendas franquicia­das que puedes encontrar en cualquier ciudad.

Hace días que rumio cómo podríamos revertir la situación, conseguir que los turistas volvieran a tener aquella Barcelona que tanto les gustaba, y me viene a la cabeza la iniciativa que hace cinco años tuvo Hong Kong. El punto central de la ciudad, el más deseado por los turistas, es Victoria Harbour, que separa la isla de la tierra firme que hay al norte. Las vistas son espectacul­ares, con docenas de rascacielo­s que conforman uno de los skylines más admirados del mundo. Pero hace cinco años el smog llegó a niveles tan elevados que los edificios apenas se intuían entre la niebla de la polución. A las autoridade­s, que esa niebla sea terrible para la salud no les importaba tanto como el hecho de que los turistas se frustraban porque no podían fotografia­rse con el espléndido paisaje de otros tiempos.

La solución fue ingeniosa. En la pasarela de peatones, el lugar preferido por los guiris para hacerse esas fotos, instalaron enormes paneles con imágenes del puerto pero con sol y un espléndido cielo azul, tal como era cuando no lo invadía todo el humo gris. Fueron un éxito. Se fotografia­ban frente a ellos, la mar de felices. Lo que interesa a los turistas actuales no es conocer el lugar que visitan –el lugar que visitan les importa un pito, sólo van porque toca ir– sino hacerse selfies para luego colgarlas en Instagram.

Pues hagamos lo mismo en Barcelona. ¿Qué esperamos a poner por toda la ciudad paneles con imágenes que tapen la visión de los manteros, los que mean donde les parece, los robos con los métodos Mimosín o Ronaldinho...? En los paneles de la Rambla, por ejemplo, deberían aparecer los lugares emblemátic­os que ya no están. Dejando de lado la relojería Kronos y el bar Automàtic, que son de épocas lejanas, deberían aparecer la librería Verdaguer, el bar Canaletas (con su barra central tipo piscina, tal como era antes de que lo convirtier­an en un Burger King), la librería Francesa, el bar-charcuterí­a La Castellana, la armería Beristain, el Sanlúcar con los carteles de toros que tenía en la pared y, en la barra, las gambas y las patatas bravas que durante décadas fueron las mejores de la ciudad... Sería espléndido observar como, la mar de satisfecho­s, se fotografía­n delante de paneles que reproducen la ciudad que han contribuid­o a matar.

Hace cinco años Hong Kong tuvo una gran idea para no decepciona­r a los turistas que la visitan

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