La sonrisa congelada
Esta fue la semana en que a Pedro Sánchez se le heló la sonrisa. Se le cayó una ministra con quien tanto quería, y con ella se le cayó una parte del encanto de su gobierno. Se le torció uno de sus sueños, que es el de abrir un diálogo sosegado con Catalunya. Se quedó al desnudo la coordinación de su equipo ministerial, con nuevas contradicciones y la gran rectificación de las bombas. Personalmente, le faltaron reflejos para reaccionar ante la pregunta de Albert Rivera sobre su tesis doctoral. Y esa tesis se convirtió en su peor calvario, con acusaciones periodísticas de plagio, algo que hizo que por primera vez llegara a sus oídos la palabra dimisión. Una semana nefasta.
Como no hay mal que cien años dure, llega al sábado algo más aliviado. Al ritmo que va la información en este país, la dimisión de Carmen Montón parece una noticia del siglo pasado. Los detectores de plagio contratados por la Moncloa salieron en su defensa, aunque ahora las críticas van por la baja calidad de la tesis, incluso antes de leerla. Su divulgación le alivia del descuido de haber dicho que ya estaba colgada en Teseo, con evidente desconocimiento de ese contenedor. Y la convalidación del decreto para sacar a Franco del Valle de los Caídos le da credibilidad ante la izquierda y los nacionalismos, justamente los que le llevaron al poder.
¿Qué lecciones puede obtener el presidente de esta suma de experiencias? Básicamente cuatro: gobernar el país no es sólo hacer muchos decretos, aunque algunos sean tan ambiciosos como el de la sanidad universal y tan simbólicos como el de Franco. Ni mantener la complicidad del bloque de partidos que lo respaldan. Ni subir en las encuestas como consecuencia del protagonismo que da el poder. Ni siquiera hacer una política que le consolida como el gran referente de la izquierda. Todo eso, siendo muy importante, se lo puede llevar cualquier vendaval imprevisto.
Gobernar es no hacer méritos para que se repita algo que ya inventó Fraga contra Felipe González: “El gobierno sólo acierta cuando rectifica”. Gobernar es demostrar coherencia que inspire confianza. Y gobernar es, por ello, tener un cuaderno de normas internas de obligado cumplimiento y conseguir que el gabinete no parezca un reino de taifas que improvisa o funciona a golpes de oportunidad. No es tan difícil: basta que la vicepresidenta Carmen Calvo asuma esa función, como la asumieron Guerra con González, Álvarez-Cascos con Aznar, Fernández de la Vega con Zapatero y Santamaría con Rajoy. No es muy brillante que se hayan puesto tantos intereses en peligro por el contrato de las bombas con Arabia Saudí, pero tampoco es muy coherente que Robles sea quien lo pone en cuestión y sea Borrell quien comunica la sentencia.
Y la gran lección final: se acabó el periodo de gracia. Pasados los cien primeros días, se han terminado las disculpas de un equipo que comete errores de novicio. El asunto de la tesis ha demostrado que hay bastantes poderes, y no sólo políticos, que han empezado la ofensiva antiSánchez. Les parece que ya dura demasiado. Les alarma lo que puede durar.