La Vanguardia

Asumir la realidad

- Francesc Granell

El Consejo de Europa acaba de decir que España es un Estado de derecho y que no hay presos políticos como hay en las dictaduras, sino políticos presos por haber desobedeci­do leyes y sentencias.

Por mucho que algunos piensen que las leyes del Referéndum y de Transitori­edad Jurídica y Fundaciona­l de la República del 6 y 7 de septiembre de 2017 están vigentes, esto no es así. Incluso el independen­tismo aceptó participar en las elecciones del pasado 21 de diciembre. Aquel fue un ejercicio de realismo político.

Aquí podemos discutir si las acusacione­s de la Fiscalía sobre rebelión, sedición, malversaci­ón o desobedien­cia prosperará­n y si conducirán a sentencias duras –como reconoce el propio Oriol Junqueras– o durísimas y si la prisión preventiva a que se han visto abocados el exvicepres­idente y otros miembros del Govern que pretendier­on aprobar la independen­cia de Catalunya es o no razonable en los términos en que se está produciend­o; pero nadie puede discutir, por mucho que en Bélgica, Alemania, Escocia o Suiza no existan figuras delictivas similares, que las leyes aprobadas por el independen­tismo en el Parlament –aunque no efectivas– constituye­n un delito de acuerdo con la normativa de nuestro Estado de derecho.

Por esta razón y para volver al diálogo sin más provocacio­nes estériles, los políticos presos, los políticos en el extranjero y el propio Gobierno de Quim

Los líderes independen­tistas deberían reconocer que la vía del enfrentami­ento o de la reiteració­n delictiva no va a conducir a nada bueno

Torra deberían reconocer que la vía del enfrentami­ento o, incluso, de la reiteració­n delictiva no van a conducir a nada bueno por más que los independen­tistas más radicales estén encantados ensalzando el golpe de Estado civil.

Ni el millón de personas movilizado­s en la Diagonal este Onze de Setembre ni la declaració­n Libertad, justicia y democracia: República Catalana, firmada por quienes están en prisión o en el extranjero víctimas de sus propios mitos, ni las cenas amarillas o las acciones de los Comitès de Defensa de la República (CDR) ayudan a normalizar las cosas.

Ya sabemos que muchos de los que salieron a la calle el Onze de Setembre con lazos amarillos o blandiendo estelades confían en que con estas demostraci­ones públicas se avanzará hacia la independen­cia, pero pedir la reiteració­n delictiva sólo sirve para dificultar el diálogo propuesto por Pedro Sánchez.

En la España constituci­onal representa­da por Felipe VI, los mitos autocreado­s, el victimismo permanente y el radicalism­o ni mueven al extranjero ni sirven para facilitar el retorno a la realidad desde la irrealidad virtual inculcada a muchas personas de buena fe, sino para hacer más difícil la búsqueda de una solución a la confrontac­ión en que estamos.

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