La Vanguardia

La pereza

- Remei Margarit

Alguna vez, cuando llamo por teléfono a una amiga muy querida, le pregunto: “¿Cómo estás?”. Y ella me responde: “Estoy con la galbana”. Pero cuando la persona que dice esto ya ha cruzado de largo la barrera de los ochenta años, mi traducción de su palabra galbana es “descanso”. Y justamente a ella que no ha parado de trabajar en toda su vida ya le toca descansar, si no, ¿cuándo? Lo que ocurre es que su generación era trabajador­a en conjunto, en un tiempo de posguerra en el que no había tiempo para contemplac­ión alguna. Y el hecho de sentir ahora el cuerpo cansado a ella le parece todavía que es galbana.

La pereza es toda otra cosa, es una actitud frente a la vida, una ley del mínimo esfuerzo esperando que los demás solucionen las cosas, además de una clase de exigencia interna hacia el esfuerzo de los otros, como si nunca fuera suficiente. La pereza se considera un vicio porque forma parte de la dejadez de la propia responsabi­lidad personal y social. Y de hecho, hay mucha más pereza en las personas de lo que parece, porque la pereza toma la forma de una delegación de responsabi­lidad hacia un líder o alguien que se ha pensado que lo es y que se arraciman en su entorno tan sólo delegando y obedeciend­o consignas que el líder tiene a bien formular –casi siempre en su propio beneficio– con el resultado de que ese entorno adulador hacia él ha renunciado al espíritu crítico. Ya se sabe que el espíritu crítico no facilita las consignas por las que se mueven algunos políticos, y por eso todos esos movimiento­s en torno de líderes que se creen “carismátic­os” no admiten pensamient­os libres y mucho menos críticos.

Y es que pensar en serio es todo un esfuerzo cotidiano, es preciso tomar decisiones en cada momento de cada día y aceptar la responsabi­lidad de sus consecuenc­ias. El filósofo José Carlos Ruiz en su libro El arte de pensar, dice: “La verdadera ayuda no consiste en hacer lo que los otros nos dicen, sino en aprender a desarrolla­r el pensamient­o crítico por nosotros mismos, desde nuestras circunstan­cias, con nuestra perspectiv­a y tomando las decisiones que más convengan en base al contexto”. Pues sí, es todo una enorme tarea y por eso, los perezosos ni se la plantean.

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