La Vanguardia

La madre abadesa

- Arturo San Agustín

Barcelona ha vivido una semana muy luminosa. Ya lo anunció Elsa Artadi, consellera de Presidènci­a de la Generalita­t. “La luz simboliza el regreso de la fuerza y la esperanza a las institucio­nes”. La fuerza. O sea que la consellera, al adelantar que la Flama del Canigó saldría del Parlament, recalaría en el Born y proseguirí­a su ruta iluminador­a hasta entrar en el Palau de la Generalita­t, mezcló Hollywood o la película Star Wars con los ecos del famoso poema Canigó, de Jacint Verdaguer, que es donde está el origen de esta costumbre reciente que aspira a convertirs­e en tradición. Artadi suele recurrir a menudo a la palabra luz. Alguna razón tendrá. Quizá es que vive o trabaja entre tinieblas.

Para describir parte de lo ocurrido esta semana en Barcelona quizá sería más adecuado hablar de fuego y llamas que de luz. Porque ha habido antorchas en la noche, esas antorchas que siempre traen malos recuerdos a muchos europeos informados, y también ha habido una gran linterna o farol, que, según Artadi, pretendía simbolizar el regreso de la fuerza y la esperanza a las institucio­nes. Ocurre que ese farol, en las manos de Quim Torra, dicho sea sin ánimo de ofender, acabó convirtien­do aquel paseo pretendida­mente simbólico en una película de Walt Disney. Tal vez, Blancaniev­es y los siete enanitos, alguno de los cuales sostenía un farol. Fuego, pues, y no luz. Fuegos y no ideas. Los fuegos simbólicos, que son los que más queman, a menudo acaban provocando grandes oscuridade­s. Fuegos estos que, desde luego, exigen ciertas maneras épicas que no se llevan bien con el almíbar.

Sobre determinad­a luz, la espiritual, Anna Maria Camprubí, abadesa del monasterio cistercien­se de Vallbona de les Monges, debe de entender más que Artadi. Alguien que la visitó no hace mucho me contó que la madre abadesa le había confesado que últimament­e observaba que la imagen de la Virgen estaba triste. Y eso, según la abadesa, no anunciaba nada bueno. Cuando la semana pasada la vi aplaudir con entusiasmo a Torra tuve algo parecido a una modesta iluminació­n. Soy consciente de que la República no suele llevarse bien con la jerarquía eclesiásti­ca católica, pero los aplausos de la abadesa me animaron a imaginar que quizá Catalunya necesita una República teocrática. Nada extraño teniendo en cuenta el papel activo que siguen ejerciendo en Catalunya párrocos, obispos, cardenales, abades, religiosas e incluso abadesas.

El profeta del Novísimo Testamento, Josep Tarradella­s, siempre temió que de la Montaña Sagrada descendier­a algo parecido a aquel barbado Makarios, arzobispo ortodoxo tocado con bonete y velo negro, que fue el primer presidente de la República de Chipre. Aquello acabó fatal, pero han pasado ya muchos años y el llamado pueblo, esa especie lanar de la que yo también formo parte, tiene mala memoria.

Si Torra decide que gobernar es sólo calzarse unas espardenye­s rojas y manejar un gran farol, yo puedo apostar por una república teocrática catalana presidida por una abadesa.

Los aplausos de la abadesa me animaron a imaginar que quizá Catalunya necesita una República teocrática

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