La madre abadesa
Barcelona ha vivido una semana muy luminosa. Ya lo anunció Elsa Artadi, consellera de Presidència de la Generalitat. “La luz simboliza el regreso de la fuerza y la esperanza a las instituciones”. La fuerza. O sea que la consellera, al adelantar que la Flama del Canigó saldría del Parlament, recalaría en el Born y proseguiría su ruta iluminadora hasta entrar en el Palau de la Generalitat, mezcló Hollywood o la película Star Wars con los ecos del famoso poema Canigó, de Jacint Verdaguer, que es donde está el origen de esta costumbre reciente que aspira a convertirse en tradición. Artadi suele recurrir a menudo a la palabra luz. Alguna razón tendrá. Quizá es que vive o trabaja entre tinieblas.
Para describir parte de lo ocurrido esta semana en Barcelona quizá sería más adecuado hablar de fuego y llamas que de luz. Porque ha habido antorchas en la noche, esas antorchas que siempre traen malos recuerdos a muchos europeos informados, y también ha habido una gran linterna o farol, que, según Artadi, pretendía simbolizar el regreso de la fuerza y la esperanza a las instituciones. Ocurre que ese farol, en las manos de Quim Torra, dicho sea sin ánimo de ofender, acabó convirtiendo aquel paseo pretendidamente simbólico en una película de Walt Disney. Tal vez, Blancanieves y los siete enanitos, alguno de los cuales sostenía un farol. Fuego, pues, y no luz. Fuegos y no ideas. Los fuegos simbólicos, que son los que más queman, a menudo acaban provocando grandes oscuridades. Fuegos estos que, desde luego, exigen ciertas maneras épicas que no se llevan bien con el almíbar.
Sobre determinada luz, la espiritual, Anna Maria Camprubí, abadesa del monasterio cisterciense de Vallbona de les Monges, debe de entender más que Artadi. Alguien que la visitó no hace mucho me contó que la madre abadesa le había confesado que últimamente observaba que la imagen de la Virgen estaba triste. Y eso, según la abadesa, no anunciaba nada bueno. Cuando la semana pasada la vi aplaudir con entusiasmo a Torra tuve algo parecido a una modesta iluminación. Soy consciente de que la República no suele llevarse bien con la jerarquía eclesiástica católica, pero los aplausos de la abadesa me animaron a imaginar que quizá Catalunya necesita una República teocrática. Nada extraño teniendo en cuenta el papel activo que siguen ejerciendo en Catalunya párrocos, obispos, cardenales, abades, religiosas e incluso abadesas.
El profeta del Novísimo Testamento, Josep Tarradellas, siempre temió que de la Montaña Sagrada descendiera algo parecido a aquel barbado Makarios, arzobispo ortodoxo tocado con bonete y velo negro, que fue el primer presidente de la República de Chipre. Aquello acabó fatal, pero han pasado ya muchos años y el llamado pueblo, esa especie lanar de la que yo también formo parte, tiene mala memoria.
Si Torra decide que gobernar es sólo calzarse unas espardenyes rojas y manejar un gran farol, yo puedo apostar por una república teocrática catalana presidida por una abadesa.
Los aplausos de la abadesa me animaron a imaginar que quizá Catalunya necesita una República teocrática