Día del espectador
Reconozco que hay días que me levanto con la sensación de que el mundo que me rodea sabe más de mí que yo misma; creer que en ocasiones, tu vida es un minishow de Truman en el que los sentimientos adjudicados por otros, las respuestas dadas en mi nombre y las afirmaciones descontextualizadas componen una función entretenida a la que asistes como una espectadora más en la que, al igual que el resto del público, estás expectante por saber el desenlace. Es cierto que la fama, y como consecuencia la exposición pública, te convierte en un escaparate andante. Una cristalera en la que la rumorología, y muchas veces la realidad de tu día a día, se exhibe como cualquier prenda de nueva temporada.
Desde que comencé mi andadura como modelo, siempre tuve claro que mi éxito y reconocimiento iba a ser exclusivamente profesional, pero a veces, y sin quererlo, el recorrido por la pasarela no goza de tanta rectitud. Tu imagen ya no sólo tendrá interés publicitario, sino también social y periodístico. Hasta ahí, es entendible e incluso lógico, pero tu fragilidad se desmorona cuando pasas a formar parte de las sentencias de los medios y la opinión pública, algo a lo que, difícilmente puedes acostumbrarte por mucho tiempo que pase.
Hoy en día e inevitablemente, todos somos jueces de todos, formamos parte de un generalizado Gran Hermano”,
unos por voluntad propia –perfectamente respetable–, y otros, por decisión ajena. Es en ese instante cuando te conviertes en protagonista de una historia escrita por guionistas externos, personas a las que ni siquiera conoces, pero que sí confían en sus conocimientos sobre ti y tu alrededor. Resulta aun sorprendente pasar una tranquila mañana en la peluquería y tener la sensación de estar ante el cuentacuentos de algunos episodios prescritos de tu vida, que se recogen en las páginas de algunas cabeceras de la prensa rosa. Ver como en los grupos de WhatsApp de tus allegados, comienza a darse una efervescencia notable ante la supuesta ocultación de tu parte por no haberles informado de tus presuntos pasos.
Hay una incesante cleptomanía de la privacidad, aquella que sin intención de ponerla a la venta, cuenta con muchos compradores dispuestos a pujar por ella y convertirse en portavoces de tu interior, de tus alegrías y de tu dolor. Somos juzgadores por naturaleza, profesionales de dirigir el biopic de los demás y alardear de tener siempre las fuentes de información más fiables. Paolo Coelho sí que es el gran sentenciador: “Nunca podemos juzgar la vida de los demás, porque cada uno sabe de su propio dolor y de su propia renuncia. Una cosa es suponer que uno está en el camino cierto; otra es suponer que ese camino es el único”.
Como dice Paolo Coelho: “Nunca podemos juzgar la vida de los demás, porque cada uno sabe de su propio dolor “